[Palm Harbor, Florida, Estados Unidos] [La original o cualquiera otra. Muerte de chimpancé hace renacer dudas sobre su currículum cinematográfico.]
[Kim Severson] Al final, quizás no importaba realmente que Chita fuera la misma sonriente y tontorrona compinche que volaba por la selva de utilería con el nadador olímpico Johnny Weissmuller en las películas de Tarzán de los años treinta.
Para las cerca de sesenta personas que se reunieron el sábado frente a la jaula del chimpancé aquí en el Santuario de Primates de Suncoast para recordarlo, Chita era una amiga y un símbolo de que el poder del amor puede hacer milagros.Por ejemplo, la mantuvo viva, dicen sus cuidadores, durante casi ochenta años –una hazaña que, según los expertos, es en el mejor de los casos, improbable.
“No se preocupe por lo que dice la gente”, dice Debbie Cobb, que dirige el santuario y cuya difunta abuela afirmaba que familiares del patrimonio Weissmuller le dieron el chimpancé que habían bautizado como Little Mike en 1960.
“Se hace lo que se predica”, dijo. “Estuve 51 años con él. Sé quién era”.
Chita murió por una insuficiencia renal poco antes de las cuatro de la tarde en Vísperas de Navidad. Cobb estaba con él. Puso su cuerpo de 63 kilos en una carretilla y lo llevó hacia los otros primates del santuario para que pudieran despedirse de él. Luego fue incinerado.
La noticia de su muerte capturó la fantasía de un país durante el lento ciclo de las noticias durante vacaciones. Los aficionados de Tarzán lloraron su partida. También lo hicieron los fans del primate.
Su muerte también llamó la atención de personas que creen que conocen un viejo truco de carnaval cuando lo ven.
Ciertamente, las posibilidades de que esta sea la verdadera Chita –o al menos uno de la docena o más chimpancés que aparecieron en la película- no eran muy buenas.
La afirmación fue desacreditada inmediatamente por el escritor R.D. Rosen, el que en un artículo de 2008 en el Washington Post rechazó afirmaciones similares de un californiano que también dijo que era el dueño de Chita.
“En realidad, cualquier chimpancé que haya compartido escenario con Weissmuller y O’Sullivan debe haber muerto hace mucho tiempo”, dijo Rosen en un email a la Associated Press, refiriéndose a la co-estrella de Weissmuller, Maureen O’Sullivan.
La historia de la familia de Cobb, propietaria de la Chita que se encontraba en Florida desde los años sesenta, puede reforzar las sospechas de cualquier estudioso del linaje del primate.
Bob y Mae Noell, sus abuelos, provenían de una familia que trabajaba en un espectáculo itinerante de medicina. Tuvieron alguna vez su propio espectáculo. Un momento destacado de su carrera fue cuando subieron al cuadrilátero con un chimpancé que boxeaba.
En 1954 abrieron un santuario de seis hectáreas al sur de Tarpon Springs como un refugio de invierno para sus propios animales y como una atracción de carretera llamada Noell’s Ark Chimp Farm. Se convirtió en una residencia de animales artistas avejentados y otras criaturas que aparentemente nadie quería.
En los años noventa, la granja de chimpancés estaba patas arriba. Las jaulas estaban oxidadas y hacinadas. Llamó la atención de People for the Ethical Treatment of Animals. En 1999, el Ministerio de Agricultura de Estados Unidos le retiró el permiso.
Pero entonces, movida por su creencia en Dios y el amor por los animales, la nieta, que creció creyendo que Chita era la verdadera Chita, lo volvió a poner en orden. Le devolvieron los permisos pertinentes, y el recinto fue remozado. Un dedicado cuadro de voluntarios, y donaciones que ahora llegan a los cien mil dólares al año, mantuvieron a flote un ahora pulcro refugio para los animales y sus adeptos.
En 1995 un incendio destruyó los archivos que pudieran haber demostrado que Chita era en realidad famosa, dijo Cobb. Todo lo que queda es un panfleto manuscrito de los años sesenta en que se afirma que se trataba de la Chita de Tarzán.
Diane Weissmuller, representante del patrimonio Weissmuller, declaró que su suegro no tenía ningún chimpancé. No tenía ningún chimpancé como mascota y tampoco le gustaba trabajar con animales.
¿Así que cómo podía ser la verdadera Chita?
“Pone a prueba la credulidad más allá de lo razonable”, dijo la escritora Susan Orlean. Ella es ahora una de las personas expertas del país en animales célebres, después de publicar ‘Rin Tin Tin: The Life and the Legend’, un libro que estudia el legado de la estrella canina del cine, radio y televisión.
Trazar el linaje de los actores animales es una empresa arriesgada, dijo.
“Las estrellas animales tienen una capacidad única –su fungibilidad- que las estrellas humanas no conocen”, dijo. “Puedes remplazar a un chimpancé y crear una suerte de continuidad que sería imposible de hacer con humanos”.
Cualquiera que recuerde la consternación que provocó el abrupto cambio del actor representaba a Darrin Stephens en la serie de televisión ‘Hechizada’ [Bewitched] en 1969, sabe de que estamos hablando.
Sin embargo, Orlean siente simpatía por aquellos que quieren creer que el chimpancé que murió en Florida era Chita.
“Las estrellas animales tienen una cierta pureza”, dijo. “La gente se encariña con ellas de un modo que no es afectado por la flaqueza humana”.
Debido a que todas las estrellas humanas de esa época ya han muerto, el vínculo sentimental con Chita es mucho más fuerte.
“Nos gustaría creer que es la misma Chita porque es una conexión con un periodo pasado”, dijo.
Ese es ciertamente el caso de Teresa Toth, 65, que divide su tiempo entre Florida y Nueva Jersey.
Ella y su cuñada llegaron el sábado a rendir respeto a un chimpancé al que le gustaba pintar y bailar con las canciones de Chuck Berry y que era tan ordenado que doblaba su propia manta con aroma a lavanda.
“Es parte de nuestra juventud, de nuestra generación, y todas lo queríamos”, dijo. “Para nosotros, es Chita y siempre lo será. Que alguien demuestre que no lo es”.
4 de enero de 2012
31 de diciembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer