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[Elizabeth Rosenthal] Todos Santos, México.

Los contenedores bivalvos en las estanterías de supermercados en Estados Unidos pueden mostrar verdes campos, parras enmarañadas y tomates rojo rubí. Pero en esta época del año, los tomates, pimientos y albahaca certificados como orgánicos por el Ministerio de Agricultura provienen a menudo del desierto mexicano, y son tratados con irrigación intensiva.Una planta empaquetadora gestionada por Del Cabo Cooperative en San José del Cabo, México, envía diariamente más de siete toneladas y media de productos a Estados Unidos.
Los cultivadores de aquí, Baja Península, el epicentro del próspero nuevo sector orgánico de exportación de México, describen su trabajo en medio de los cactus como “plantar en la arena”.
Del Cabo Cooperative, proveedor de Trader Joe’s and Fairway, está enviando a Estados Unidos, por camión y por avión, más de siete y medio toneladas de tomates y albahaca todos los días para saciar la demanda estadounidense de productos orgánicos todo el año.
Pero incluso si los estadounidenses compran alimentos con la etiqueta orgánica, los productos están cada vez más alejados del ideal orgánico tradicional: productos que no sólo no tengan químicos ni pesticidas sino que también sean producido localmente por pequeñas granjas -como un modo de proteger el ambiente.
El explosivo crecimiento de la producción comercial de tomates orgánicos aquí, por ejemplo, está ejerciendo presión sobre el nivel acuífero. En algunas áreas, este año los pozos se han secado, lo que quiere decir que los pequeños granjeros de subsistencia no pueden cultivarlos. Y los tomates orgánicos terminan en una cadena de distribución global intensa en energía que los lleva a sitios tan lejanos como Nueva York y Dubai, los Emiratos Árabes Unidos, produciendo importantes emisiones que contribuyen al calentamiento global.
Desde ahora hasta la primavera, las granjas de México y Chile y Argentina que cultivan alimentos orgánicos para el mercado de Estados Unidos están disfrutando de una bullente temporada.
“Ahora la gente está comprando en un mercado global de mercaderías, y deberían ser escépticos incluso cuando la etiqueta diga ‘orgánico’ –eso no les dice lo que necesitan saber”, dijo Frederick L. Kirschenmann, un destacado miembro del Centro Leopold para la Agricultura Sostenible, de la Universidad de Iowa. Dijo que algunas granjas grandes que han sido autorizadas como orgánicas, han utilizado prácticas dañinas para el medio ambiente, como plantar un solo cultivo, lo que es malo para la salud de los suelos, o gravando excesivamente las fuentes de agua fresca.
Muchos campesinos e incluso organizaciones ecologistas en México defienden la agricultura orgánica de exportación, pese a reconocer que más de un tercio de los acuíferos en el sur de Baja están clasificados como sobrexplotados por la autoridad del agua de México. Con sofisticados sistemas de irrigación y umbráculos, dicen, los campesinos están adquiriendo nuevas habilidades para conservar el agua. Ahora se están concentrando en nuevas granjas en “microclimas” cerca de acuíferos sub-explotados, tales como a la sombra de una montaña, dijo Fernando Frías, especialista en aguas del grupo ambientalista Pronatura Noroeste.
También señalan que el negocio orgánico ha transformado lo que antes era una zona pobre de agricultura de subsistencia en un lugar donde incluso los trabajos mal pagados en hoteles y restaurantes turísticos cerca de Cabo San Lucas se han convertido en escasos debido a la recesión.
Para llevar el sello orgánico del Ministerio de Agricultura sobre sus productos, las granjas en Estados Unidos y extranjeras deben satisfacer una larga lista de normas que prohíben el uso de fertilizantes sintéticos, hormonas y pesticidas, por ejemplo. Pero la lista hace pocas demandas específicas de lo que se podría llamar ampliamente sustentabilidad ambiental, incluso aunque una ley de 1990 que creó esas normas tenía originalmente la intención de fomentar el balance ecológico y la biodiversidad así como la salud de aguas y suelos.
Los expertos concuerdan en que las granjas orgánicas generales tienden a ser menos dañinas para el ambiente que las granjas tradicionales. Sin embargo, en el pasado “la agricultura orgánica era agricultura sustentable, pero ahora ese no es siempre el caso”, dijo Michael Bomford, científico en la Universidad de Kentucky, especializado en agricultura sustentable. Agregó que la agricultura orgánica intensiva también ejerce presión sobre los acuíferos en California.
Algunas organizaciones están empezando a refinar sus criterios de modo que los productos orgánicos se correspondan con sus ideales naturales. Krav, un importante programa de certificación sueco, permite que productos cultivados en invernaderos lleven la etiqueta “orgánica” si las edificaciones usan por lo menos un ochenta por ciento de combustible renovable, por ejemplo. Y el año pasado, el Departamento de Agricultura de la National Organic Standards Board, revisó sus reglas para exigir que para la etiqueta de “leche orgánica”, las vacas debían haber sido alimentadas en parte en potreros abiertos antes que estar paradas todo el tiempo en corrales de engorde.
Para cada decisión para afinar la definición de “orgánico” implica una inevitable guerra de tira y afloja entre campesinos, productores de alimentos, supermercados y ambientalistas. Mientras que las regulaciones estadounidenses para la certificación orgánica exigen que los cultivadores usen prácticas que protejan los recursos acuíferos, es difícil definir un nivel de agua sustentable específico para una sola granja “porque el vaciamiento de los acuíferos es el resultado de muchos campesinos que están sobrexplotando el recurso”, dijo Mile McEvoy, director del National Organic Program del Ministerio de Agricultura.
Mientras el ideal orgánico original es comer solo productos locales y estacionales, los clientes que compran sus artículos orgánicos en supermercados, desde Whole Foods hasta Walmart, esperan encontrar tomates en diciembre y son muy sensibles a los precios. Ambos factores han avivado la demanda de importaciones. Pocas áreas en Estados Unidos tienen granjas de productos orgánicos que vendan en invierno sin recurrir a invernaderos de alto consumo energético. Además, los costes de los trabajadores estadounidenses son altos. Los jornaleros que recogen los tomates en esta parte de Baja ganan unos diez dólares al día, casi dos veces el salario mínimo local. Los recogedores de tomates en Florida pueden ganar hasta ochenta dólares al día en la temporada alta.
Manuel Verdugo, 42, empezó a cultivar tomate orgánico en el desierto en San José del Cabo hace cinco años y ahora es dueño de doce hectáreas en varias localidades. Envía cada semana, a Estados Unidos, dos toneladas y media de tomates cherry, italianos y sustanciosos con el nombre comercial Tiky Cabo.
Ha invertido en sistemas de irrigación que echan el agua a gotas directamente en las raíces de las plantas antes que canalizarla a través de canales abiertos. Está construyendo grandes umbráculos que cubren sus cultivos para mantener fuera pestes y minimizar la evaporación. Incluso así, no puede trabajar cuatro hectáreas en el cercano villorrio de La Cuenca porque los pozos están secos.
En otra granja orgánica de cinco años, Rosario Castillo dice que puede cultivar sólo siete hectáreas –de cuarenta- de las que ha destinado para la producción orgánica, aunque excavó un pozo hace siete meses para obtener mejor acceso al acuífero. Las autoridades racionan el bombeo y no le han dado permiso para usar los cactus nativos. “Tenemos muy poco agua aquí, y tienes que pasar por un montón de papeleo antes de obtenerla”, dijo Castillo.
Muchos cultivadores responsabilizan al desarrollo turístico –hoteles y canchas de golf- de la escasez de agua, y esto ha sido un problema importante en áreas costeras. Pero la agricultura puede también ser un importante factor de sequía. De acuerdo a un estudio en un área del norte de Baja llamada Ojos Negros, hace diez años un auge en el cultivo de cebollas verdes para la exportación hizo bajar el nivel acuífero por cerca de dieciséis pulgadas al año. “Estaban extrayendo un montón de agua subterránea y eso estaba haciendo a alguna gente rica a los dos lados de la frontera, a expensas del ambiente”, dijo Víctor Miguel Ponce, profesor de hidrología en la Universidad de San Diego.
La logística para obtener agua y transportar grandes volúmenes de productos perecibles favorece a los productores más grandes. Algunos de los más grandes son de propiedad estadounidense, como Sueño Tropical, una enorme finca con hileras de umbráculos en el desierto que sólo sirven al mercado estadounidense.
Mientras que los granjeros orgánicos tradicionales veían una mancha o forma extraña simplemente como variaciones de la naturaleza, los trabajadores de Sueño Tropical son instruidos de descartar todo tomate que no satisfaga, en términos de forma, tamaño y exigencias cosméticas, a clientes como Whole Foods. Esos “segundos” son vendidos a nivel local.
Sin embargo, la conexión con Estados Unidos ha traído otra clase de beneficios. Del Cabo Cooperative, que funge como intermediario de cientos de granjeros locales, vende semillas a sus productores mexicanos y contrata a  agrónomos y entomólogos itinerantes que los ayudan a cuidar sus cultivos sin usar químicos. A medida que se expande el mercado estadounidense, dijo John Graham, coordinador de operaciones en Del Cabo, está siempre buscando nuevos cultivadores para su red –especialmente de aquellos cuyas granjas dependen de acuíferos distantes donde el agua todavía abunda.
[David Agren contribuyó al reportaje.]
9 de enero de 2012
30 de diciembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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