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[Claudio Lísperguer] [Nuevamente en estos días varias organizaciones dedicadas a la protección animal -entre ellas ProAnimal, que parecía cuerda- llaman a manifestarse contra el proyecto de ley del gobierno de Piñera, llamado “la ley Hinzpeter”, que incluiría como uno de sus capítulos el “exterminio de los perros abandonados” o vagos.]

El proyecto de ley al que se refieren los convocantes, sin embargo, no incluye nada que se parezca ni de lejos a este plan de exterminio. El único lugar en que se habla de muerte y perros en el proyecto, es en el artículo 25, que en su redacción original dispone el sacrificio de los perros que hayan causado daños graves o la muerte a un humano. Pero el artículo ya ha sido enmendado por el propio Ministerio del Interior, que lo había enviado, y los perros en esa situación, en el estricto contexto de un proceso judicial, serán entregados para su rehabilitación y adopción a organizaciones de protección animal.
Desde hace unas semanas vienen estas personas manifestándose contra un proyecto inexistente. Es patético. Es evidente que sus dirigentes manipulan la verdad, y los manifestantes mismos no tienen la suficiente iniciativa como para informarse ellos mismos, directamente. Cualquiera que lea el proyecto de ley en la página web del Senado puede comprobar que esas organizaciones manipulan la verdad. Que ni la Comisión de Salud ni el gobierno ni Hinzpeter ni siquiera el malvado Ruiz Esquide están preparando ninguna muerte de ningún perro.
Y digo que esas organizaciones manipulan la verdad porque en sus páginas en Facebook y otros sitios, si tratas de informarles y participas en los foros, sus encargados simplemente te borran. Persisten en la manipulación e impiden que sus lectores accedan a la verdad. Te acusan a ti de mentir. ¿Qué resultará de todo esto?
¿Qué explica que un ciudadano vaya a protestar contra un proyecto sin haberlo leído? Esta conducta implica, por lo menos, que el ciudadano no tiene parámetros morales y que muestra lealtad de la misma manera que los animales, con independencia de todo contexto moral. Esto se explica porque teniendo evidentemente la posibilidad de enterarse directamente, prefiere y acepta la información que le entregan sus dirigentes, sin cuestionarla ni por un instante. Y esta conducta es todo lo contrario de lo que esperamos de un ciudadano: independencia de juicio, objetividad, ecuanimidad, interés por el bien común. ¿En qué época podía servirle a alguien ser leal incondicionalmente a algunas personas? ¿En qué época ser leal de esta manera bruta era elogiable y motivo de orgullo? Porque uno sospecha que esos manifestantes –los que no saben que la ley no incluye el sacrificio de perros de la calle- son más leales hacia sus jefes que hacia la causa que defienden.
¿A qué dirigente político o comunitario de hoy le puede interesar mantener un séquito fiel hasta el absurdo y manipulable? Con la tecnología, medios y redes de hoy, sus trucos y abusos no demoran en quedar al descubierto. También sus mentiras se desvanecen. Pero los caudillos siguen existiendo, y los irracionales les seguirán creyendo y siguiendo.
Tampoco es fácil saber qué exactamente lleva a estos dirigentes a interpretar las cosas de manera tan torcida, ni qué objetivo tienen. Ciertamente, sus bases no parecen realmente interesadas en el resultado. Si los senadores de la Comisión de Salud adoptan el proyecto de ley, podrán decir que tenían razón, porque según ellos la ley incluye el exterminio. Si, al contrario, los senadores lo rechazan, podrán argumentar que se debió a sus manifestaciones y protestas –es decir, en el caso fantasmagórico de que los senadores votaran contra sus propias indicaciones. Cualquiera sea el caso, los manifestantes tendrán siempre la razón.
Esto es lo que uno piensa en el mejor de los casos, porque existe también la posibilidad de que los dirigentes realmente crean que el proyecto de ley incluye el exterminio, digan lo que digan los que lo han leído. O sea, leen o deducen cosas que nada autoriza, tuercen la realidad o la inventan y se niegan en redondo al diálogo. O sea, son psicópatas o débiles mentales. Y sus seguidores, una especie de zombis gagá. ¿O hay alguna otra manera de interpretar estas manifestaciones surrealistas? ¿Organicemos una contra la letra a?
Estos llamados a manifestaciones absurdas son un telón de fondo molesto, un ruido persistente que interrumpe la reflexión. El proyecto de ley tiene muchas otras cosas igual de importantes, pero reales, sobre las que deberíamos estar debatiendo y recabando e intercambiando informaciones y experiencias.
[La foto viene de Trato o Truco.]
lísperguer

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