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[Kinshasa, República Democrática del Congo] [Para los niños del Congo, comer hoy significa pasar hambre mañana.]

[Kinshasa Journal y Adam Nossiter] Hoy comen los niños grandes, Cynthia, 15, y Guellor, 13. Mañana será el turno de los pequeños: Bénédicte, Josiane y Manassé, de 3, 6 y 9.
Por supuesto, los pequeños armarán un alboroto. “Sí, seguro, van a pedir comida, pero no tenemos”, dijo su madre, Ghislaine Berbok, una agente de policía que gana cincuenta dólares al mes. Al desayuno tuvieron un poco de pan, pero nada más.
“Por la noche estarán todos débiles”, dijo. “Seguro se van quejar. Pero no podemos hacer nada”.
Los Berbok practican un rito familiar local de Kinshasa, casi tan común como los tejados de planchas de metal corrugado y las calles de tierra: el “apagón”, como lo han bautizado irónicamente los vecinos de esta capital de unos diez millones de habitantes.
Algunos días comen los niños, otros días no. En otros días, comen todos los niños, pero no los adultos. O viceversa.
El concepto “apagón” –en francés, délestage- evoca otra ingrata rutina de la vida urbana: los apagones rodantes, que primero golpean a un barrio, luego a otro.
Délestage es usado universalmente en el África francófona para describir estos apagones por decreto, pero cuando se aplica al racionamiento de alimentos ilustra un crudo cálculo de supervivencia, uno que el jefe de familia debe imponer dolorosamente al resto. Y a diferencia de los apagones, no es solo un malestar temporal enviado desde arriba.
“Si comemos hoy, mañana tomamos té”, dice Dieudonné Nsala, padre de cinco que gana sesenta dólares al mes como administrador en el Ministerio de Educación. El alquiler mensual es 120 dólares. Las cuentas, dice Nsala, simplemente no cuadran. ¿Hay días en que los niños no comen? “Por supuesto”, respondió Nsala, intrigado por la pregunta.
“Pueden ser dos días a la semana”, dijo.
Aunque aquí los vecinos se reúnen frecuentemente en ajetreadas esquinas a discutir sobre política, sus luchas diarias pueden ayudar a explicar por qué la capital no ha vivido manifestaciones masivas después de los polémicos resultados electorales que fueron anunciados el mes pasado. Ciertamente estallaron protestas esporádicas y choques callejeros, pero el margen de supervivencia aquí es simplemente demasiado delgado como para que la gente pueda manifestarse durante mucho tiempo.
“La gente en Kinshasa es tan pobre que viven a salto de mata”, dijo Théodore Trefon, investigador del Museo Real para África Central en Bélgica. “Simplemente no tienen los medios para movilizarse durante mucho tiempo”.
Más allá de eso, el gobierno deja poco espacio para expresiones de descontento popular. Human Rights Watch dijo que soldados congoleses mataron al menos a veinticuatro personas y detuvieron a decenas más después de las elecciones arregladas que volvieron a poner a cargo al presidente Joseph Kabila.
Cualesquiera sean los recelos sobre la votación, la vida diaria misma es todo un reto.
“En el fin de semana, tienes que hacer todo lo que puedas para conseguir comida, porque estás en casa con los niños”, dijo Nsala, el administrador. “Pero hay días en que no comemos. Yo digo: ‘No hay suficiente comida para todos, así que la coman mamá y los niños’”.
Nsala, un hombre de voz suave y de dicción precisa, miró el suelo de su modesto recibidor de cemento con tejado de metal. De telón de fondo, las borrosas noticias en la televisión. Su esposa estaba vendiendo verduras en la habitación que daba a la calle, para aumentar el magro ingreso familiar. Hace días que no ve la carne.
“Quizás, si hacemos un sacrificio”, dijo, indicando que una libra de vacuno cuesta cinco dólares.
En la casa de Berbok –donde el marido de Ghislaine, maestro, gana 42 dólares al mes, que se agrega a su salario como agente de policía- hace un año que no comen pescado.
“Délestage. Eso quiere decir: ‘Comemos hoy, pero no mañana’. Los congoleses han adoptado el concepto, con espíritu de ironía”, dijo Nsala, tranquilo. Agregó que la familia había comido el día anterior.  Así que hoy, no tenemos nada”.
La escasez de alimentos no es nada nuevo en el Congo, un país rico en minerales y de verdes paisajes que, sin embargo, es uno de los más hambrientos de la Tierra, de acuerdo a expertos. Es el último en el Índice Global del Hambre 2011, una medición de la desnutrición y la nutrición infantil compilada por el Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias, y la situación ha empeorado. Era el único país en el que la situación había pasado de “alarmante” a “extremadamente alarmante”, informó el instituto el año pasado. Se considera que la mitad del país sufre de desnutrición.
Hace diez años, incluso los congoleses podían esperar una comida substanciosa al día –quizás mandioca, algo de aceite de palma, y un poco de pescado congelado importado, que aquí es parte de la canasta básica. Pero en los últimos tres años, incluso esa certeza se ha desmoronado, dijo el Dr. Eric Tollens, experto en nutrición en el Congo en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, donde es profesor emérito en el Centro para la Agricultura y la Economía Alimentaria.
Tollens responsabilizó de la situación al “total abandono de la agricultura por parte del gobierno” que se ha obsesionado con la rentable extracción de minerales valiosos como el cobre y el cobalto. Menos del uno por ciento del presupuesto nacional congoleño, dijo, se destina a la agricultura. Donantes extranjeros financian “todos los proyectos agrícolas”, dijo, y en este rico país se importan “gigantescas cantidades de alimentos”, así que la comida es cara.
“La productividad agrícola simplemente desapareció”, dijo en una entrevista, agregando que no había razón alguna que explicara por qué un país exuberantemente fértil como el Congo está importando veinte mil toneladas de frijoles al año.
“Es peor que en Nigeria o en Somalia”, dijo, mencionando dos países sub-saharianos eternamente al borde de la hambruna. “Vamos, con tantos recursos, ¿qué está pasando?”
La mitad de la población come sólo una vez al día, escribió Tollenes en un ensayo hace varios años, mientras que un cuarto come sólo cada dos días.
“Antes, comíamos tres veces al día. Ahora, comemos por délestage”, dijo Cele Bunata-Kumba, instructor de tenis en el barrio de Matongele en Kinshasa, con su esposa y doce hijos.
“Hoy comen los niños”, dijo. “Nosotros, los adultos, podemos sacrificarnos. Nosotros, los adultos, podemos sobrevivir”, dijo, sonriendo. “Sí, sí, por supuesto, todo el día. Sin nada que comer. Nada de pan. Seguro, eso pasa”, agregó.
A corto plazo, los listos kinois –como se llama a los habitantes de Kinshasa-, famosos por su empuje y adeptos en el arte de sobrevivir en un ambiente hostil, sabrán arreglárselas. Tienen que alimentar a sus hijos, y esa es la principal prioridad, dijeron varias familias.
En la familia de Elisa Luzingu y de su cuñada Marie Bumba –el marido de Luzingu está en el paro-, la edad de los niños va de siete a diecisiete. Délestage quiere decir nada de comidas, tres días a la semana. “Mis hijos están estudiando, así que es muy difícil”, dijo Luzingu.
En los días sin comida, dijo Bumba, los niños “estarán muy cansados y hambrientos”.
Un gris sábado hace poco, al fin, “comieron todos”, dijo Bumba, parado afuera en el desnudo patio junto a una cacerola hirviendo de matembele: batatas, aceite de palma, verduras y un poco de pescado. Todo el mundo reía. La comida estaba casi lista.
“El kinois”, dijo Bunata-Kumba, el instructor de tenis. “Para él, comer es algo que se ve día a día”.
[Isaac Ngwenza contribuyó al reportaje.]
14 de enero de 2012
3 de enero de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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