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[Sobre la base de que con el uso de sistemas de guerra no tripulados no se necesita enviar soldados al campo de batalla, el gobierno estadounidense inicia guerras sin la autorización del Congreso y sin que se las llame guerras. Aparte de poner en peligro la democracia, también preocupa que aliados y no aliados de Estados Unidos empiecen a hacer lo mismo.]

[Peter W. Singer] En democracias como las nuestras, ha habido siempre profundos vínculos entre la ciudadanía y las guerras. En la historia, los ciudadanos han participado en decisiones sobre el uso de la fuerza militar, a través de sus representantes, contribuyendo a asegurar un amplio apoyo para las guerras y la disposición a compartir los costes, tanto humanos como económicos, para hacerlas posible.En Estados Unidos, nuestra Constitución divide explícitamente el rol del presidente como comandante en jefe en tiempos de guerra del rol del Congreso a la hora de declarar guerra. Sin embargos, estos lazos y esta división del trabajo están ahora bajo asalto como resultado de una tecnología que nuestros padres fundadores no habrían podido imaginar nunca.
Hace apenas diez años, la idea de utilizar en guerras a robots armados era materia para fantasías de Hollywood. Hoy, las fuerzas armadas de Estados Unidos tienen más de siete mil sistemas aéreos no tripulados, llamados popularmente aviones no tripulados. Hay doce mil más en pistas y hangares. El año pasado realizaron cientos de ataques –tanto clandestinos como declarados- en seis países, transformando el modo en que nuestra democracia delibera y participa en lo que pensábamos que era la guerra.
Ya no tenemos el servicio militar obligatorio; menos del 0.5 por ciento de los estadounidenses mayores de dieciocho sirven en las fuerzas armadas en servicio activo. Ya no declaramos guerras. La última vez que el Congreso declaró una guerra, fue en 1942: contra Bulgaria, Hungría y Rumania. No compramos bonos de guerra ni pagamos impuestos de guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, 85 millones de estadounidenses compraron bonos de guerra, que le reportaron al gobierno 185 mil millones de dólares; en la década pasada, no compramos ninguno y en lugar de eso dimos al cinco por ciento más rico de los estadounidenses una exención tributaria.
Y ahora poseemos una tecnología que remueve las últimas barreras políticas de la guerra. El más potente atractivo de los sistemas no tripulados es que no tenemos que enviar al hijo o hija de alguien a zonas de peligro. Pero cuando los políticos pueden evitar las consecuencias políticas de la carta de condolencias –y el impacto de las bajas militares sobre los votantes y los medios-, ya no tratan las previamente densas materias de la guerra y la paz de la misma manera.
Durante los primeros doscientos años de democracia estadounidense, ir a la guerra y correr riesgos –tanto personales como políticos- iban de la mano. En la era de los aviones no tripulados, ya no es el caso.
Los sistemas no tripulados de hoy son sólo el inicio. El Predator original, que entró en servicio en 1995, no incluía GPS e inicialmente tampoco armas; los modelos más recientes pueden despegar y aterrizar por sí solos y portan sensores que pueden detectar una disrupción en la tierra a un kilómetro y medio por debajo del avión y seguir las huellas hasta el escondite de un enemigo.
No hay ningún avión de combate tripulado nuevo que se esté investigando y desarrollando en alguna compañía occidental aeroespacial importante, y la Fuerza Aérea está adiestrando a más operadores de sistemas aéreos no tripulados que pilotos de aviones de guerra y bombarderos combinados. En 2011, los sistemas no tripulados realizaron ataques en Afganistán y Yemen. La más notable de estas continuas operaciones es la no tan clandestina guerra en Pakistán, donde Estados Unidos ha realizado –desde 2004- más de trescientos ataques con aviones no tripulados.
Sin embargo, esta operación no ha sido nunca debatida en el Congreso; más de siete años después de que empezara, no ha habido ni una sola votación ni a favor ni en contra de su uso. Esta campaña no es realizada por la Fuerza Aérea, sino por la CIA. Este cambio afecta todo –desde la estrategia que orienta a los individuos que la dirigen (civiles nombrados políticamente) y los abogados que los asesoran (civiles antes que oficiales militares).
También afecta cómo nosotros y nuestros políticos ven esas operaciones. La decisión del presidente Obama de enviar un pequeño e intrépido equipo de marines de la Armada a Pakistán durante cuarenta minutos, fue descrito por uno de sus asesores como “la más osada acción de cualquier presidente en la historia reciente”. Sin embargo, casi nadie habla sobre la decisión de llevar a cabo más de trescientos ataques con aviones no tripulados en el mismo país.
No condeno estos ataques; apoyo la mayoría de ellos. Lo que me inquieta, sin embargo, es cómo una nueva tecnología está interrumpiendo el proceso de toma de decisiones en lo que solía ser la decisión más importante que una democracia podía tomar. Algo que antes habría sido visto como guerra simplemente ya no es tratado como guerra.

El cambio no se limita a las acciones encubiertas. La primavera pasada, Estados Unidos bombardeó Libia como parte de la operación de la OTAN para impedir que el gobierno libio del coronel Moamar al-Gadafi masacrara a civiles [según denunciaba la oposición paramilitar]. A fines de marzo, la Casa Blanca anunció que las fuerzas armadas estadounidenses estaban entregando las operaciones de combate a sus socios europeos y que después de eso sólo jugarían un papel de apoyo.
La distinción fue crucial. Los objetivos de la operación pasaron a una limitada intervención humanitaria a una guerra aérea para apoyar a los paramilitares rebeldes en sus intentos de derrocar al gobierno. Pero tuvo un limitado apoyo de la opinión pública y no contó con la aprobación del Congreso.
Cuando se pidió al gobierno que explicara por qué las continuadas acciones militares no serían una violación de la Resolución de Poderes de Guerra –una ley de la época de Vietnam que exige notificar al Congreso sobre operaciones militares dentro de 48 horas y obtener la autorización del Congreso después de sesenta días-, la Casa Blanca argumentó que las operaciones estadounidenses no “implicaban la presencia de tropas estadounidenses terrestres, bajas estadounidenses o una amenaza seria de ello”. Pero sí implicó algo que normalmente asociamos a la guerra: levantó un montón de polvo.
A partir del 23 de abril, sistemas no tripulados estadounidenses fueron desplegados en Libia. Durante los siguientes seis meses, realizaron por cuenta propia al menos 146 ataques. También identificaron y localizaron los blancos de la mayoría de los ataques de los aviones de guerra tripulados de la OTAN. Esta operación no tripulada duró mucho más allá del plazo de sesenta días de la Resolución de Poderes de Guerra, extendiéndose hasta el último ataque que destruyó la caravana del coronel Gadafi el 20 de octubre y que condujo al asesinato del gobernante.
La opción de iniciar esta operación no tripulada fue crítica para iniciar [la guerra] sin la autorización del Congreso y continuarla con un mínimo respaldo público. El 21 de junio, cuando la guerra aérea de la OTAN se estaba rezagando, un helicóptero de la Armada estadounidense fue derribado por fuerzas libias. Esto habría sido un desastre, con el riesgo de que la tripulación estadounidense fuera capturada o incluso ejecutada. Pero el helicóptero derribado era un Fire Scout no tripulado, y la historia ni siquiera apareció en la prensa.
El Congreso no ha sido apartado de todas las decisiones sobre la guerra, sólo de las que importan. En la misma semana en que los aviones no tripulados estadounidenses estaban realizando su ataque no autorizado número 145 contra Libia, el presidente notificó al Congreso que había desplegado cien tropas de Operaciones Especiales en una zona diferente de África.
Esta pequeña unidad fue enviada a adiestrar y asesorar a militares ugandeses que luchan contra el fanático Ejército de Resistencia del Señor y se le ordenó explícitamente no implicarse en operaciones de combate. El Congreso aplaudió al presidente por notificarlo sobre esta pequeña misión no-combatiente, pero no dijo nada por el hecho de que las leyes fueran ignoradas en las operaciones de combate en Libia.
Ahora debemos aceptar que las tecnologías que eliminan a seres humanos del campo de batalla, desde sistemas no tripulados como el Predador hasta las armas cibernéticas como el gusano Stuxnet, se están convirtiendo en algo normal en la guerra.
Y nos guste o no, la nueva norma que hemos establecido para ellas es que los presidentes deben solicitar el apoyo [del Congreso] sólo para operaciones con personal que pudiera correr riesgos –no para las operaciones que libran guerra por otros medios.

Sin un debate político real, hemos sentado el terrible precedente de borronear los roles de civiles y militares en la guerra y de eludir el mandato de la Constitución para su autorización. Permitir que el Ejecutivo para que haga lo que quiera puede parecer atractivo para algunos ahora, pero muchos futuros escenarios serán menos claros. Y cada partido político tendrá una opinión diferente, dependiendo de quién ocupa la Casa Blanca.
Las operaciones no tripuladas no carecen de costes, como se las describe a menudo en los medios y en deliberaciones del gobierno. Incluso acciones valiosas tienen a veces consecuencias no previstas. Faisal Shahzad, el candidato a terrorista que quería atacar Times Square, fue atraído hacia el terrorismo por los mismísimos ataques con Predators no tripulados en Pakistán que debían terminar con el terrorismo.
Similarmente, los ataques no tripulados de la CIA fuera de zonas de guerra declaradas están sentando un inquietante precedente que no querríamos que imitaran los cerca de cincuenta países que poseen ahora la misma tecnología de aviones no tripulados, incluyendo a China, Rusia, Pakistán e Irán.
Una profunda deliberación sobre la guerra fue algo que los redactores de la Constitución trataron de incluir en nuestro sistema. Sin embargo, el martes, cuando el presidente Obama hable sobre sus logros en tiempos de guerra durante su discurso sobre el Estado de la Unión, el Congreso tendrá que admitir que su rol ha sido disminuido a la misma parte que juega durante el discurso del presidente. En estos días, cuando se trate de autorizar guerras, el Congreso por lo general guarda silencio, excepto para aplaudir de vez en vez. Y en casa hacemos lo mismo.
El año pasado me reuní con altos funcionarios del Pentágono para conversar sobre los numerosos y difíciles problemas que emergen de nuestro creciente uso de robots en las guerras. Uno de ellos preguntó: “¿Así que quién está pensando en todas estas cosas?”
Los padres fundadores de Estados Unidos pueden no haber sido capaces de anticipar los aviones no tripulados, pero sí proporcionaron una respuesta. La Constitución no deja la guerra, se libre como se libre, solamente al Ejecutivo.
En una democracia, es un tema de todos nosotros.
[El autor de director de la 21st Century Defense Initiative en la Brookings Institution y autor de ‘Wired for War: The Robotics Revolution and Conflict in the 21st Century’.]
23 de enero de 2012
21 de enero de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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