[Sonia Faleiro] [Pooja Gujjar es una política consumada. Avispada y abierta y, como sugiere su sonrisa con hoyuelos, siempre lista para enfrentarse a sus retos. Confiesa que tiene un lado infantil. La primera vez que se presentó a elecciones, escogió una flor como su símbolo. Y aunque perdió –frente a un chico-, se siente orgullosa de que todas las niñas votaron por ella.]
Explicando subculturas y comunidades olvidadas. Pooja es delegada ‘sarpanch’ –hindú para líder- de su escuela Bal Panchayat en el pueblo de Chaudhula, Viratnagar, Rajasthan, y tiene once años.La Bal, o Panchayat “infantil”, es fomentada por organizaciones sin fines de lucro en toda India para estimular a niños de áreas rurales a mejorar sus propias vidas. Debe reflejar y también cooperar con la Gram Panchayat, una institución gubernamental a nivel de aldea, que fue creada para crear una democracia de base. La Gram Panchayat –Panchayat quiere decir “asamblea de cinco”- incluye a un líder (sarpanch) y su delegado. Todos los miembros son elegidos directamente por los aldeanos, y sus responsabilidades incluyen la supervisión las obras de desarrollo en las áreas de sanitación, agua y electricidad.
La Bal Panchayat no es una actividad extra-curricular. En el mejor de los casos, familiariza a los niños con el proceso político y los hace habituarse a la idea de no solamente votar, sino de postularse ellos mismos como candidatos. En breve, fue concebida para crear una generación de jóvenes y jovencitas conscientes y políticamente proactivos que podrían ser el cambio que buscaban.
“Antes de la Bal Panchayat, los otros estudiantes iban con sus quejas al director”, dice Pooja. “Pero hablan directamente conmigo”.
Después de que Pooja decidiera postularse como Panchayat, tenía que elegir un símbolo electoral, hacer un listado con las promesas de campaña y dar discursos. Prometió llevar más niños a la escuela. “Los niños deberían estudiar”, dijo a sus amigos. “No andar pastoreando”.
Aunque los estudiantes de áreas urbanas están familiarizados con el proceso electoral, acostumbrarse a elegir a los supervisores de curso, para Guijar y otros 129 alumnos de la Escuela Pública Primaria de Sánscrito, situada en medio de verdes campos a varias horas de la capital del estado, Jaipur, la idea era novedosa.
Excepto cuatro hombres, todos los adultos del pueblo son analfabetos. Son de la casta inferior, y se ganan la vida en la agricultura –cultivando mijo, maíz, sorgo y verduras como tomates y guisantes. Los que no tienen tierras, crían búfalos, cabras y ovejas, y, como es habitual en esta región desértica, también camellos. Las mujeres se quedan en casa. Como si Bal Panchayat no existiera. Pero incluso la escuela del pueblo, al principio, era considerada nueva y extraña.
Después de contar los votos, el candidato con el mayor número de papeletas, en este caso un chico de doce llamado Raju Gujjar, fue nombrado sarpanch. Pooja, con diez votos, fue sub-sarpanch. (La cantidad de votos es pequeña, explicó el director de la escuela Roop Kishore Sharma, porque las elecciones fueron convocadas durante las vacaciones de verano.)
Sharma conoció la idea de Bal Panchayat a través de miembros de la rama local de la ong Bachpan Bachao Andolan (B.B.A.) con sede en Delhi. Antes de acercarse a Sharma, sin embargo, la BBA habló con el sarpanch Hardev Gujjar (no son parientes), preguntándole si, como jefe de la aldea, reconocería las sugerencias de la Bal Panchayat. Si no hubiese aceptado, dice la BBA, no habrían empezado una Bal Panchayat: por su propia cuenta, los niños no tienen poder para implementar cambios reales. El sarpanch dijo que las aceptaba y lo que es más, accedió a permitir que Bal Panchayat participe en las sesiones de la Gram Panchayat.
Era una gran oportunidad, y los niños la aceptaron.
“Nuestro almuerzo se hacía al aire libre”, dice Pooja. “Caían insectos y hojas encima, y teníamos miedo de enfermarnos con los pesticidas”.
Después de varias rondas de discusión sobre cómo proseguir, Pooja, Ratu y los otros miembros de la Bal Panchayat, redactaron una petición solicitando fondos al Gram Panchayat para construir una cocina para la escuela. Firmaron todos los niños de la escuela. Le entregaron la petición al Gram Panchayat, que la aprobó y un mes después la escuela de dos habitaciones se convirtió en una escuela de tres.
Fue un gran logro para los niños, y le dio confianza para planear otros cambios. “Queremos más aulas”, dice Guijar, firme. “Hay ocho años en la escuela y debería haber por los menos ocho aulas, no dos. Y necesitamos luz. Y ventiladores. ¡Es muy caluroso en verano!”
La experiencia en la Bal Panchayat tiene verdadero potencial. La Enmienda 73, que fue implementada en 1993 para dar un mandato constitucional al sistema Panchayat, exige no menos que un tercio de todos los escaños sean reservados para las castas, tribus y mujeres. La enmienda ha dado a las mujeres, en particular a las de castas inferiores, el ímpetus y el apoyo del gobierno para buscar poder en una sociedad patriarcal, donde las mujeres han jugado históricamente un rol subordinado, sobre todo en política. Esto es particularmente verdad de Rajasthan, donde la tasa de género, de acuerdo al censo de 201, es de 926 mujeres por cada mil hombres, y donde menos mujeres son alfabetos y trabajan profesionalmente, que hombres.
Pero Pooja no está segura de que la política sea lo suyo. “Quiero ser maestra”, dice, decididamente. “O doctora”. Para. “No, espera, ¡mujer policía!”
1 de febrero de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer