[Wind River Indian Reservation, Wyoming, Estados Unidos] [Ola de crímenes en una comunidad donde el desempleo supera el ochenta por ciento y la esperanza de vida es de 49 años].
[Timothy Williams] El mes pasado, en un partido de baloncesto, los niños de aquí, de la Escuela Secundaria India de Wyoming, estaban intercambiando canastas con un rival local. Los jugadores, altos y atléticos, son estrellas indisputadas de la zona, y sus juegos unas de las pocas diversiones. Esta noche, más de dos mil quinientos aficionados se acercaron a mirar.
Fuera del gimnasio, en el armario de cristal de los trofeos, hay fotografías de los jugadores de los recientes equipos de campeonato. Alguien miró y, moviendo su dedo a lo largo de la línea de rostros sonrientes, entregó un cruel contrapunto: muerto en un accidente carretero a los diecinueve, mientas conducía bajo los efectos del alcohol; entrado en la veintena, y asesinado; fue golpeado con un hacha en la cabeza poco después de la graduación.
El gobierno de Obama, que ha convertido la reducción de la delincuencia en una prioridad en su intento de mejorar la calidad de vida en decenas de reservas indias plagadas por la violencia, terminó hace poco una campaña anti-delincuencia en Wind River y otras tres reservas consideradas entre las más peligrosas del país.
Apodada “la subida”, la campaña fue modelada sobre la estrategia militar en la guerra de Iraq en 2007 y ayudó a cambiar su curso. Cientos de agentes del Servicio de Parques Nacionales y otras agencias federales inundaron las reservas y la delincuencia se redujo en tres de las cuatro reservas –incluyendo una reducción del 68 por ciento en Mescalero Apache en Nuevo México, dijeron funcionarios. Wind River, como ha sido verdad durante gran parte de su turbulenta historia, se opuso a la tendencia: de acuerdo al Departamento de Justicia los delitos violentos allá aumentaron en un siete por ciento durante la campaña.
Pese a su bucólico nombre, la reserva, enclavada entre picos nevados y ríos llenos de truchas, es un lugar donde los actos brutales se han convertido en banales. Un intrincado tramo cubierto de matorrales, del tamaño de Rhode Island y Delaware juntos, en el centro de Wyoming, Wind River tiene una tasa de criminalidad cinco a siete veces más alta que el promedio nacional y una larga historia de espantosos homicidios.
Durante la campaña, con la que el número de agentes en la reserva pasó de seis a 37, los delitos incluyeron el asesinato de una niña de trece años que estuvo perdida durante cuatro días y cuyo cuerpo semidesnudo fue encontrado debajo de un árbol, y el asesinato de un hombre de veinticinco, el que, según la policía, fue golpeado con el asiento de coche de niño y una pesa por dos amigos después de un encuentro sexual.
“Este lugar ha tenido siempre esa tristeza”, dijo Kim Lambert, abogado de la tribu en la reserva, mientras pasaba frente a una hilera de pequeñas casas a la que la gente se refiere como “la hilera de los asesinos”. “Siempre hay crímenes horrendos. Siempre ha habido esa tensión entre blancos e indios. Siempre hay algo”.
La delincuencia puede ser el problema más apremiante de Wind River, pero tiene bastante compañía. La vida, incluso por los sombríos estándares de la reserva india americana típica, es tan deprimente y extenuante como en cualquier país en desarrollo. En promedio, los residentes tienen una esperanza de vida de 49 años, veinte menos que en Iraq. El desempleo, que se calcula que supera el ochenta por ciento, es el mismo que en Zimbabue, y se está aproximando a la proporción inversa de la tasa de desempleo del seis por ciento de Wyoming.
La tasa de deserción en la escuela secundaria de la reserva -el cuarenta por ciento- es más que dos veces el promedio del estado. Es dos veces más probable que los adolescentes y adultos jóvenes se suiciden, que sus compañeros de edad en otros lugares de Wyoming. El abuso infantil, el embarazo adolescente, la agresión sexual y la violencia intrafamiliar son endémicos, y el alcoholismo y la drogadicción son tan comunes que los vecinos dicen que los resultados de los análisis de drogas en la orina es lo que impide que muchos puedan trabajar en los prósperos campos petrolíferos del estado.
En una sección de la reserva, la gente debe cocer el agua para beber debido a la presencia de químicos, posiblemente porque el método de perforación utilizado en la explotación del gas natural y del petróleo, conocido como fracturamiento hidráulico, ha contaminado el suministro de agua. Y temiendo que los químicos puedan explotar en una casa, la Agencia de Protección Ambiental ordenó a los residentes encender los ventiladores o asegurarse de otro modo de que haya suficiente ventilación mientras se bañan o lavan ropa.
Las dificultades entre la población de Wind River,de cerca de catorce mil personas, son tan desalentadoras que muchos creen que la reserva, compartida por las tribus arapaho del norte y shoshone del este, está encantada por los fantasmas de los inocentes asesinados en una masacre de 1864.
“Hay espíritus buenos y malos en todas partes”, dijo Ivan Posey, miembro del Consejo Comercial de Shoshone del Este [Eastern Shoshone Business Council]. “Pero cuando la gente lucha por su vida, esos malos espíritus se aparecen más a menudo. Es como el yin y yang”.
Por qué logran otras reservas frenar la delincuencia mientras que Wind River no, es tema de serias especulaciones. Algunos lo achacan al aislamiento geográfico de Wind River y a la apatía general en la reserva, mientras otros señalan los numerosos niños con problemas que son criados por abuelos que no son capaces de controlarlos.
Durante una reciente patrulla en la reserva un viernes noche, Michael Shockley, agente de policía de Wind River cuyo departamento carece incluso de las habilidades básicas para trazar un delito, dijo que le sorprendía saber que la campaña no redujo los delitos violentos.
Incluso con diez agentes menos que durante la campaña, dijo el agente Shockley, el Departamento de Policía responde todas las llamadas, no solamente los casos más serios. La delincuencia, dijo, está disminuyendo, especialmente si se la compara con lo que llamó los malos viejos tiempos, cuando en una sola noche, hace un año, recorrió un total de 644 kilómetros, atendió 42 llamadas y arrestó a diecinueve personas.
Sin embargo, los signos de la desesperanza están en todas partes: pilas de botellas vacías de vodka y whisky; frascos de analgésicos desechados; pintadas de pandillas; casas quemadas.
En lo que se refiere a la criminalidad, esto es el pináculo”, dijo el agente Shockley. “Aquí se ve de todo”.
El Buró de Asuntos Indígenas, que supervisa al Departamento de Policía de Wind River, dice que el aumento en los delitos violentos fue el resultado del aumento de las denuncias de faltas que antes eran ignoradas –lo que sugiere que la tasa de criminalidad en la reserva es todavía más alta de lo que pensábamos previamente. De hecho, dice el buró, la delincuencia ha caído desde que la campaña terminara en octubre, aunque no proporcionó estadísticas.
Joseph Brooks III, jefe de policía de Wind River, dijo que un vecino, impresionado porque el tiempo de respuesta de la policía había pasado de horas a minutos, le dijo: “Jefe, si hubiese sabido que ibas a venir de inmediato, te habría llamado más tarde”.
Un crimen que la campaña no fue capaz de impedir, fue la muerte de Marisa Spoonhunter, una niña de octavo de la Escuela Secundaria India de Wyoming fue asesinada en abril de 2010. Sus padres reconocieron su cuerpo por el sobretodo que le habían comprado recientemente en Denver.
El hermano mayor de Marisa, Robert, de veintiuno, y un primo de crianza de diecinueve fueron arrestados y condenados. Los tres habían estado bebiendo en una caravana cuando Robert Spoonhunter dijo que se había dormido y había despertado para descubrir a su hermana y primo teniendo sexo. Un enfurecido Spoonhunter la estranguló durante veinte segundos antes de empujarla. La cabeza de Marisa se golpeó contra un banco para levantar pesas.
Los hombres la amarraron por los tobillos y la arrastraron hasta debajo de un árbol. Antes de volver a beber, metieron su ropa en un barril de jardín [donde se queman las hojas].
En la lectura de la sentencia, Vern Spoonhunter, el padre de Marisa y Robert, dijo que Marisa era la tercera generación de Spoonhunters en ser asesinados en Wind River, muriendo de la misma manera que su padre y hermano.
“Ahora tenemos dos cuartos en nuestra casa que están vacíos”, dijo, refiriéndose a sus hijos. “Y tenemos que vivir con eso”.
8 de febrero de 2012
2 de febrero de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer