[Un testigo denuncia que en Rosario, durante la dictadura, una red que comercializaba a hijos de desaparecidos.]
[Claudio Lísperguer] El diario Página 12 publicó ayer una nota sobre las declaraciones de uno de los testigos en la causa por la apropiación del mellizo varón de Raquel Negro y Tulio Valenzuela, militantes peronistas, durante la dictadura. Estando embarazada cuando fue secuestrada en 1978, dio a luz en un hospital militar y tuvo mellizos. Ejecutada la madre salvajemente*, los agentes de seguridad abandonaron a la melliza en un orfelinato, donde la encontró la familia que la adoptó de buena fe. El mellizo varón sigue desaparecido. Su presunto apropiador, un agente de inteligencia de apellido Navone, se suicidó en 2008 el día en que debía declarar en el juicio por la apropiación del hijo de la militante.
Es escalofriante lo que, desde España, declara Óscar Kopaitich, que “el mellizo fue a parar a la casa de una celadora de la Policía de Menores de Rosario que se dedicaba luego a comercializar los hijos de desaparecidos”.
¿Qué querrá decir comercializar en este contexto: vender a los hijos de las que iban a ser desaparecidas, a parejas militares o civiles asociadas a la dictadura, infértiles? ¿Venderlos para ganar dinero después de asesinar a sus padres? Pese a las expectativas –el día anterior Página 12 escribió que esa práctica, de comprobarse, “abre un panorama inédito sobre el plan sistemático de robo de bebés”-, nada de esto quedó claro. El testigo mencionó como implicadas en esta red a dos mujeres “que trabajaban en aquella época en la alcaidía de Rosario”, pero según la abogado Ana Oberlin, la denuncia ha sido investigada y no ha sido corroborada: “no se ha encontrado nada demasiado concreto como para acusar e imputar a estas dos mujeres de tener toda una estructura armada al respecto”.
Lo que no significa que la venta de hijos de desaparecidos no haya ocurrido, de manera sistemática, general, o simplemente ocasional. Simplemente, encaja en la ideología fascista, en su reducción del opositor a la condición de objeto o de animal sometido, la apropiación de los hijos de sus víctimas como botín de guerra.
Tampoco es que sea impensable que esta compraventa de cachorros humanos haya ocurrido en círculos militares durante algunas dictaduras latinoamericanas. En Argentina se conocía igualmente el testimonio de otra sobreviviente, Rosa Rosenblit, en mayo de 2011. “La gente que estaba secuestrada en la ESMA, las chicas embarazadas”, dijo, “las ponían en fila, mientras las esposas de los marinos iban pasando y mirando el aspecto y elegían si querían una rubia de ojos celestes o les gustaba un varón de ojos negros y así, esa era la audacia que tenían, la crueldad que tenían, la aberración que tenían, al elegir ellas por la apariencia de la madre el bebé que iban a tener”. Nada más sabemos sobre esta espantosa práctica. No sabemos si las parejas pagaban a alguien por los bebés que robaban a las mujeres antes de asesinarlas. En Rosario, los militares o civiles que participaban en estas operaciones “recibían algunos aportes adicionales en su sueldo por esta función tan importante que desempeñaban”.
No hay suficientes evidencias para demostrar la existencia de una estructura para la venta de hijos de ejecutados, aunque ciertamente la ideología fascista no lo impide. Pareciera que el máximo prestigio de un fascista es hacerse con el hijo de su enemigo, que es botín de guerra y mascota. Tampoco debe sonarles fuera de lo posible la idea de comprar un esclavo rojo –porque el trabajo esclavo no es ajeno a la ideología fascista. Algunos creen que los hijos de las desaparecidas eran adoptados por los militares por un sentimiento cercano al de humanidad: para no quitarles la vida y educarlos en sus propias familias; o también para mayor humillación de los enemigos. Algunos pretendían que querían brindarles una educación cristiana, pese a la profunda impiedad y demonismo de sus actos, su irracionalidad e hipocresía. Un cierto tipo de mercado debe haber existido –mercado en el sentido de redes militares de parejas estériles, de proveedores, de jueces veniales para legalizar adopciones ilegales, de funcionarios corruptos y atemorizados. Que el robo de bebés era un plan sistemático está en gran parte probado. Pero no está probado que los militares y civiles que participaron en secuestros y apropiaciones hayan actuado movidos sólo por la codicia.
Evidentemente, las evidencias ideológicas condenan a los fascistas de antemano. El robo de bebés no en realidad tan diferente del robo de bienes materiales o propiedades: en la mentalidad fascista, el victimario tiene derecho a apropiarse de los bienes de sus víctimas, entre los cuales los hijos y las mujeres. Aquí encaja siempre a la perfección la previa reducción del vencido a la condición de cosa o de animal, operación que permite tanto la violación (de las mujeres de los vencidos) como el robo y venta de sus hijos.
Testimonios como el de Óscar Kopaitich nos ayudan a acercarnos a un espeluznante episodio de la dictadura cívico-militar argentina. Pese a la debilidad de las evidencias aportadas, la pista que ofrece el testigo no debe ser simplemente desechada.
Nota
* «Entonces la llevaron a los fondos del hospital, prácticamente desnuda, con ella sosteniéndose el vientre todavía, y Navone pidiéndoles a Amelong y Guerrieri que fueran ellos quienes la maten. Pero los otros lo obligaron a que lo hiciera y Navone la fusiló con un tiro en la frente. Por eso ella volvió a La Intermedia desnuda y con una bolsa de nylon en la cabeza, para que no les ensuciara el baúl del Peugeot 504, que manejaba Marino González.”