[Massena, Nueva York, Estados Unidos] [El espíritu de un corredor en la sangre de un perro.]
[Stephanie Clifford] Como cualquier atleta, Winnie tiene su rutina para el día de las carreras. Cuatro horas antes del inicio de la carrera de trineos en esta ciudad del norte de Nueva York, Winnie, un perro esquimal siberiano, toma a lengüetazos un caldo de carne. Dos horas antes, se somete a las caricias de los espectadores. Cuarenta minutos antes, se echa en la nieve para un último descanso.
Pero uno de sus dos dueños, Diane Baskin-Wright, dijo que no se dejaría engañar. “Se convierte en perro psico cuando llega a la línea”, dijo Baskin-Wright.
Aquí, un sábado hace poco, había cerca de doscientos perros de trineo, ladrando y aullando junto a vehículos con matrículas como Sib Box, Mushera, Haw Gee y Ondasly. Winnie se destacaba no solamente por su tranquilidad en un día de carreras –es el perro jefe de su equipo- y el manchón gris a lo largo del lomo. Inusual en un perro de carrera, Winnie es también un perro de campeonato, la hembra siberiana número uno del país. Su nombre artístico es Huskavarna’s Destined to Win. Participará en el Campeonato del Club de Criadores de Perros Westminster el lunes, para competir con razas que se echaron a los pies de faraones o cazaron con reyes húngaros.
La raza de Winnie no tiene raíces reales, pero su linaje es temible. Se remonta a lo que algunos consideran la proeza más extraordinaria en la historia canina y humana: la carrera para entregar un suero contra la difteria en un Nome, Alaska, bloqueado por el hielo. El acontecimiento conmovió al país y fue más tarde la fuente de inspiración de la carrera de Iditarod.
Pero después de que cesaran los titulares, lo que pasó con dos perros guía -el ancestro de Winnie, Togo, y Balto, cuya estatua se encuentra en Central Park- es una historia que refleja la rápida creación y destrucción de celebridades de los estadounidenses, con episodios en Hollywood, un circo de diez centavos, un zoológico de Cleveland, una amistad arruinada y una polémica deportiva que, casi noventa años después, todavía pone los pelos de punta a los conductores de trineos en todas partes.
“Todavía está muy presente en entre los conductores”, dijo Bob Thomas, conductor de siberianos e historiador del Club Internacional del Perro Esquimal Siberiano.
En enero de 1925, un brote de difteria mató a dos niños y se estaba expandiendo rápidamente en Nome, un pueblo de cerca de mil cuatrocientos habitantes que quedaba aislado por el hielo siete meses al año.
Un médico de la localidad telegrafió a Washington, pidiendo suero con urgencia para tratar la difteria, y funcionarios de la salud pública encontraron existencias en Anchorage, de acuerdo al fascinante libro, ‘The Cruelest Miles’, de Gay y Laney Salisbury. Los funcionarios determinaron que los trineos de perros eran el mejor modo de transportar el suero desde Nenana, una estación de ferrocarril norteña, hasta Nome, 1084 kilómetros al oeste.
Un grupo de excelentes conductores y perros de trineo entregarían el suero en tabernas a lo largo de la ruta. Usualmente, cubrir esa distancia tomaba algunas semanas. Para entonces, temieron los funcionarios de la salud pública, la mayor parte de los habitantes de Nome habrían muertos.
Mientras los equipos de trineos corrían hacia el oeste, los dueños de tabernas proporcionaban actualizaciones cercanas al tiempo real por teléfono y líneas del telégrafo. Entre los titulares del New York Times de entonces, destacan: “Perros de Rescate Cubren 308 Kilómetros hasta Nome”, “Envío de Suero cerca de Nome” y “Tormenta de Nieve Retrasa a Última Hora Ayuda que Llevan Perros de Rescate a Nome”.
“Era el espíritu de hombres y perros contra la naturaleza”, dijo Gay Salisbury,
Un renombrado corredor y conductor de perros de una compañía minera llamado Leonhard Seppala fue asignado originalmente para cubrir la mitad del trayecto Nenana-Nome. El perro guía de Seppala, un husky siberiano gris y marrón, de nombre Togo, había cubierto 6.437 kilómetros en solo un año, guiando a un famoso explorador polar en Alaska, y ganando importantes carreras. Togo había sido el perro guía de Seppala desde que tenía ocho meses; ahora, a los doce, Togo haría una de sus últimas salidas con su conductor.
Seppala, Togo y el equipo salió a toda velocidad, cubriendo un total de 420 kilómetros: llevaron el suero a casi el doble de distancia que todos los otros equipos. Dos veces, para ahorrar tiempo, violaron las advertencias de evitar Norton Sound, una peligrosa isla en el Mar de Bering, y en lugar de eso avanzaron derechamente sobre el mar congelado, donde el hielo a menudo se separaba de la costa, dejando a los viajeros varados en témpanos de hielo. En la oscuridad, a 85 grados bajo cero con gélidos vientos, Seppala no podía ni ver ni oír el hielo resquebrajándose, y dependía de Togo, escribieron los Salisbury.
Entretanto, preocupados de que los perros de Seppala se cansaran demasiado, el gobernador de Alaska asignó a conductores adicionales para el último tramo. Apenas cinco y medio días después de que el equipo saliera de Nenana con el suero, un conductor llamado Gunnar Kaasen y un perro guía llamado Balto entraron a Nome, con el suero en la mano.
“Balto dirigió al equipo”, contó Kaasen a un periodista. “El crédito es suyo”.
Kaasen y Balto, un guapo siberiano negro con patas blancas, se convirtieron instantáneamente en héroes. Hubo artículos en primera plana; elogios del presidente; homenajes en el Senado; diarios (entre ellos el New York Times) que publicaron un parte de que Balto había muerto con sus pulmones congelados, lo que fue rápidamente desmentido; entusiastas editoriales proponiendo que Balto fuera llevado a Westminster; una gira nacional; un contrato en Hollywood.
Pero mientras Kaasen, Balto y ese equipo de perros se convertían en celebridades, los otros conductores de la carrera de relevos llegaron a Nome con otra historia. Kaasen fue asignado a la penúltima etapa. Pero, en una versión sobre la que algunos conductores todavía cuestionan, Kaasen dijo que las luches estaban apagadas en la cabaña donde debía entregar el suero, de modo que se dirigió a Nome él mismo.
Seppala ya estaba destrozado cuando llegó: había perdido a Togo cuando el perro echó a correr detrás de un reno. Entonces descubrió que no solo estaban Kaasen y Balto iniciando sus carreras en Hollywood, sino que los diarios habían atribuido las extraordinarias proezas de Togo a Balto, un perro que él no había considerado suficientemente decente como para incorporarlo a su equipo de veinte perros.
“Los reportajes [en los diarios] ya habían anunciado un ganador para cuando Seppala hizo los últimos ciento sesenta kilómetros”, dijo Gay Salisbury. “Era muy complicado mostrar a veinte conductores y ciento cincuenta perros. Como concepto, la carrera de postas no era tan excitante como ‘Balto cruzó la meta’”.
Sol Lesser, productor en Hollywood, rodó un cortometraje con Balto y Kaasen, y Balto tuvo sesiones conjuntas con celebridades como Mary Pickford, escribió Salisbury. En diciembre de 1925, Balto fue inmortalizado en una estatua en el Central Park. La cobertura periodística estaba adjudicando a Balto la proeza de llevar el suero a través de más de 965 kilómetros.
Togo volvió rengueando a Nome cerca de una semana después de entregar el suero. Más tarde, queriendo el reconocimiento que merecían sus perros, Seppala inició su propia gira por Estados Unidos en 1926. Culminó en un espectáculo en una pista de hielo en el Madison Square Garden, donde el explorador Roald Amundsen entregó a Togo una medalla de honor. En Maine, Seppala cruzó a Togo y otros de los perros del rescate de Nome que había trasladado al este, introduciendo en lo esencial la raza siberiana a Estados Unidos.
“Eso fue el primer club de criadores de perros siberianos –hasta ese momento, la mayoría de los conductores en el nordeste no habían visto nunca a un siberiano cuando fue exhibido”, dijo Thomas, el historiador de los siberianos. En 1930, el Club de Criadores de Perros de Estados Unidos admitió al husky siberiano.
Seppala vendió algunos perros, y unos pocos tuvieron extraños destinos -Fritz, medio hermano de Togo y veterano de la carrera del suero, murió en Gimbels, Manhattan, donde formaba parte de la exhibición diaria-, pero protegió a Togo, que vivió sus últimos días en Maine, donde murió en 1929.
El cuerpo de Togo fue mostrado inicialmente en una exposición de perros notables en Yale. Más tarde, su cuerpo fue trasladado a otro museo y olvidado en las bodegas; un empleado y entusiasta de los perros de trineo dio con él a principio de los años ochenta. Cuando se supo en Alaska que se trataba de Togo, exigieron su repatriación, y ahora el cuerpo del perro se exhibe en Iditarod Trail Headquarters en Wasilla.
La vida de Balto fue de muchos modos la más triste. Él y sus compañeros del equipo, fueron comprados y vendidos, primero a un circuito de vaudeville, luego a otro agujero. A principios de 1927, apenas dos años después de la carrera a Nome, un hombre de negocios de Cleveland conoció al equipo en Los Ángeles. “Un tipo que tenía un museo de curiosidades, Sam Houston, había encadenado a los perros a un trineo en el escenario, en esta sucia carpa”, dijo Harvey Webster, director del centro de recursos sobre la fauna silvestre del Museo de Historia Natural de Cleveland.
El empresario anunció que reuniría dos mil dólares en un lapso de dos semanas para comprar a Balto y el equipo. Recurrió al The Cleveland Plain Dealer, que exhortaba a los ciudadanos a ayudar a salvar a Balto. “Los escolares están donando el dinero de su almuerzo; los clubes de criadores hacen contribuciones en nombre de los campeones”, dijo Webster. Cleveland lo logró, y Balto y compañeros de equipo se convirtieron en personajes populares en el Zoológico de Cleveland.
Balto estaba envejeciendo. Castrado cuando era un cachorro porque Seppala no pensaba que prometiera mucho, nunca tuvo hijos y murió en 1933. Su cuerpo fue trasladado al Museo de Historia Natural de Cleveland, donde se encuentra en exhibición permanente junto a una exposición sobre los inuit.
Seppala y Kaasen, que eran buenos amigos –sus hermanos murieron juntos en un incendio y fueron sepultados juntos, lado a lado-, nunca volvieron a hablarse, según pudo constatar Salisbury.
En cuanto a los perros, en 1990 un legislador de Alaska propuso un proyecto de ley que retornaría a Balto a la sede de Iditarol para estar junto a Togo. “Estuvieron implorando al museo para que le enviáramos nuestro perrito”, dijo Webster, del museo de Cleveland. “Y le dijimos: ‘Esperen un momento. En realidad él pasó la mayor parte de su vida en Cleveland, y fue la comunidad de Cleveland la que lo salvó de un destino bastante despreciable’”.
Un museo en Anchorage sugirió un compromiso –tomaría prestado a Balto para una exposición- y después de dos rondas de negociaciones fracasadas, Cleveland accedió, con condiciones. “Los hicimos asegurar al perro por una enorme cantidad de dinero, y creamos este armario hecho a la medida para Balto y la vitrina en la que es exhibido, con la parte superior de acrílico”, dijo Webster. “Él y un representante del museo fueron a Anchorage, y en un lado de la caja decía: ‘Contenido: Un Perro Héroe’”.
En 1997, Togo finalmente tuvo su estatua en el Cleveland Metroparks Zoo, junto a la estatua de Balto. Un par de años después, Togo tuvo una estatua solo, aunque en un pequeño patio en el Lower East Side de Nueva York que es difícilmente una destinación turística.
El olvido de Togo todavía enfurece a los conductores. “Es muy irritante”, dijo Jonathan Nathaniel Hayes, que cría y conduce a siberianos basados en el stock de Seppala, que dice que se estremece cuando sus niños miran ‘Balto’, una película animada de 1995.
Iditarod, que empieza este año en marzo, conmemorará la proeza de 1925, encontrándose con la ruta del suero a lo largo del Yukón, “excepto el tramo donde Seppala cruzó el mar de hielo”, dijo Erin McLarnon, portavoz de Iditarod; ese tramo es todavía considerado como demasiado peligroso. Todos los años, Iditarod entrega un prestigioso premio llamado en honor a Seppala al conductor que trata a sus perros con cuidados extraordinarios.
Seppala, de acuerdo a ‘The Cruelest Miles’, escribió una entrada de diario cuando tenía 81 años, casi treinta años después de la muerte de su perro guía:
“Cuando llego al final del camino, creo que junto con otros numerosos amigos, me estará esperando Togo y sé que todo estará bien”.
De regreso en Massena, Frank Wright desordenó el pelaje de la cabeza de Winnie y se inclinó para susurrar: “Hoy va a estar bien”. Cuando Wright y Baskin-Wright amarraron a los perros a la correa, Winnie empezó a aullar. Quería correr.
Wright no esperaba que fuera sexto en la categoría de seis perros. Los siberianos que compiten en torneos, como Winnie y su equipo, son demasiados achaparrados como para derrotar a siberianos criados para correr y los sabuesos mestizos que son incluso más veloces.
Pero en la línea de salida, cuando el temporizador empezó el conteo de diez, contando desde diez, Baskin-Wright apenas podía contener a Winnie, pues el perro jalaba muy fuerte. Balto puede seguir viviendo en la pantalla, pero los descendientes de Togo todavía están corriendo.
26 de marzo de 2012
7 de marzo de 2012
13 de febrero de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer
Pingback: Cómo unos perros salvaron salvaron cientos de vidas: La carrera del suero a Nome | Fronteras