[Steven Erlanger] [Si la responsabilidad de proteger a civiles es un nuevo componente legítimo del derecho internacional, ¿por qué se aplica a Libia y no a Siria?]
[París, Francia] Más de un año después de su inicio, el Despertar Árabe ha tenido sus estaciones. Después de una primavera que sacudió al mundo, y luego durante el verano, otoño e invierno, un país tras otro –Túnez, Egipto, Libia, Yemen- han derrocado a sus autócratas, con variantes derramamientos de sangre. Algunos gobiernos han aplastado las revueltas, como Baréin. Otros han tratado reformas más modestas, como Marruecos, u observado pasivamente desde la galería (como Argelia y Arabia Saudí).
Ahora es casi primavera de nuevo, y ahí está Siria.
Mientras se apilan los muertos y la diplomacia no logra frenar la violencia, está claro que este conflicto es único en modos significativos, difícil de predecir y de mucho más riesgo para el mundo. A diferencia de Libia, Siria tiene importancia estratégica y está en el centro de rivalidades étnicas, religiosas y regionales que lo pueden convertir potencialmente en un remolino que puede absorber a las grandes y pequeñas potencias de la región y más allá.
“Siria es casi el único país donde la llamada Primavera Árabe podría cambiar el concepto estratégico de la región”, dijo Olivier Roy, historiador francés de Oriente Medio. Definió a Egipto y Túnez como contraejemplos, donde los nuevos líderes parecen tener alianzas y posiciones geopolíticas similares. “Pero en Siria”, dijo Roy, “si el régimen es derrocado, tendremos un paisaje totalmente nuevo”.
Muchos consideran el conflicto como otra inevitable revolución que eventualmente pondrá fin al gobierno del presidente Bashar al-Assad. Pero en los meses que han pasado desde el inicio de la rebelión siria –y a medida que Assad la reprime con el ejército-, el país ya se ha convertido en una guerra por encargo entre las grandes potencias de la región y fuera de esta.
Durante décadas, Siria fue el eje del viejo orden de seguridad en Oriente Medio. Permitió que rusos e iraníes extendieran su influencia incluso en momentos en que los sucesivos gobiernos de Assad daban predictibilidad a Washington y una frontera estable para Israel, pese a su apoyo a Hezbolá en el Líbano y Hamas en los territorios palestinos.
Pero la bullente guerra civil en Siria ha trastornado ese paradigma, colocando a rusos y estadounidenses y sus respectivos aliados en lados opuestos. Es un conflicto que ha intensificado agudamente las tensiones religiosas entre chiíes y suníes y entre Irán y Arabia Saudí y los países del Golfo Pérsico. Y ha dejado a Israel con la esperanza de que caerá un enemigo, pero profundamente preocupado sobre quién podría hacerse con el control de su arsenal.
“Lo que hace que Siria sea mucho más complicado que Libia es que los problemas estratégicos son tan prominentes como los morales”, dijo Anne-Marie Slaughter, profesora en la Universidad de Princeton y hasta hace poco directora de planificación de políticas públicas en el Departamento de Estado.
“Siria no podría tener un emplazamiento más estratégico, y la perspectiva de dejar que estalle una guerra civil declarada es increíblemente peligrosa”, dijo, agregando que se convertiría en una guerra por encargo entre los estados del golfo y Arabia Saudí contra Irán. “Y luego también Israel tendrá algo que decir”.
Washington está agudamente consciente de las fuerzas más amplias en juego y de los peligros de otra intervención militar en un país árabe.
“Ahora es una arena para todos los intereses implicados”, dijo el general Martin E. Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, en una entrevista en CNN. “Turquía tiene importantes intereses. Rusia tiene importantes intereses. Irán tiene intereses”.
Para Rusia, la caída de Assad, aliado y comprador de armas, disminuiría aun más su influencia en la región. Si Assad cae, cualquier nuevo gobierno sentirá el apoyo de Rusia, incluyendo un permanente suministro de armas. Los árabes de la región, que están exigiendo sus derechos y libertades, también podrían resentirse.
“En este momento cambiar de posición tampoco ayudaría mucho”, dijo Dmitry Gorenburg, académico ruso del Centro de Análisis Navales, un centro de investigación financiado federalmente con sede en Virginia.
Para Estados Unidos, el conflicto es un atado de riesgos y contradicciones que ha logrado que la postura de Washington –frustrando a los que piden una intervención más decidida- sea mucho más cauta que en Libia.
La secretaria de Estado, Hilary Rodham Clinton, ha dicho que cualquier comparación entre Siria y Libia es una “falsa analogía”. En el sentido más amplio, Libia podría ser vista como un episodio estratégico menor, en el filo del Despertar Árabe, mientras que Siria está claramente en el centro del escenario. La represión desatada por Assad, que le ha costado la vida al menos a seis mil civiles, ha llamado la atención a nivel internacional y presenta un desquiciante dilema moral sobre la intervención.
Si la responsabilidad de proteger a civiles es un nuevo componente legítimo del derecho internacional, ¿por qué se aplica a Libia y no a Siria? ¿Por qué no puede intervenir el mundo en lo que ya es una guerra civil unilateral? Sin una intervención robusta, ¿qué ocurre con el impulso y los principios de la Primavera Árabe? ¿Fracasarán los llamados de Occidente a la democracia y a la igualdad de derechos y ayudarán a hacerse con el poder a los extremistas fundamentalistas?
Para Washington, Europa y los suníes de Arabia Saudí y el golfo, el impacto en Irán es tan importante como el destino de Assad. Siria es uno de los aliados más estrechos de Irán. Fue casi el único país en apoyar a Irán, no a Iraq, en su guerra en los años ochenta. Siria es la principal ruta de Irán para aprovisionar con ayuda y armas a Hezbolá, Hamas y la Yihad Islámica.
La caída de Assad sería una importante derrota para Irán, así que está proporcionando dinero, armas y asesoría a su gobierno, según funcionarios de inteligencia de dos países occidentales.
Estados Unidos y Europa –con el tenue apoyo de Rusia y China- han aislado económica y diplomáticamente a Irán para tratar de impedir que Teherán adquiera la capacidad para construir un arma nuclear. El conflicto en Siria complica esa delicada diplomacia, pero un nuevo gobierno sirio podría ser un golpe más severo para la influencia iraní que cualquier sanción occidental. También podría reavivar las protestas democráticas en Irán.
Pero el gobierno descarta una intervención militar directa en este conflicto. Después de una década de guerras en Iraq y Afganistán, y una intervención limitada en Libia que fue duramente criticada por los republicanos, el presidente Obama no quiere nuevas aventuras militares en un año electoral. Tampoco las quiere el Pentágono, especialmente considerando el sistema de defensa aérea integrado de Siria, proporcionado por Rusia.
Tampoco se puede dejar de observar, dicen funcionarios estadounidenses, la naturaleza turbia y la incoherencia de la oposición armada a Assad y el hecho de que el Ejército Libre de Siria, formado por oficiales del ejército sirio exiliados, desertores y paramilitares, no controla territorios significativos en Siria donde se les pueda proveer de armas.
De momento, el gobierno no tiene ninguna intención de armar a las organizaciones de la oposición siria, pese al apoyo público de dos importantes senadores republicanos. La oposición armada está recibiendo algunas armas livianas, principalmente a través de Jordania y el Líbano, pero las suficientes para hacer una diferencia significativa.
Funcionarios del Pentágono dijeron que se les había pedido a los estrategas que examinaran las opciones militares para Siria, pero anticiparon que no habría una intervención estadounidense. Por supuesto, dijeron lo mismo en el caso de Libia, hasta que la Casa Blanca cambió de curso.
De las numerosas e inflamables dinámicas implicadas en la crisis en Siria, el cisma suní-chií es una de las más potentes. El gobierno de Assad está dominado por la minoría alawita, una secta que proviene del islam chií. Los iraníes son chiíes, como lo son los líderes de Iraq. Los saudíes y la mayoría de los estados del golfo son suníes. También lo son muchas organizaciones extremistas, como al Qaeda, que ven el conflicto con sus propias y complejas agendas.
Hay algunas evidencias de que los extremistas suníes están volcando su atención hacia Siria, con armas y combatientes pasando poco a poco al otro lado de la frontera de Iraq y los líderes de al Qaeda han llamado a la guerra santa en Siria.
Pero hay una razón para el escepticismo. Al Qaeda se ha convertido en una especie de fantasma citado por casi todo el mundo –el gobierno de Assad para dar peso a sus reclamos de que sus opositores son terroristas, Washington como otra razón para rehuir una implicación más profunda.
El problema central es cómo acelerar lo que muchos consideran como el colapso inevitable del gobierno de Assad sin empujar a la sociedad a una guerra civil, dijo Volker Perthes, académico alemán de la región que dirige el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad.
“Armar a los rebeldes y provocar una guerra civil prolongará el gobierno de Assad”, dijo Perthes. “Lo que Assad quiere es una guerra de verdad, porque le permitiría superar la reluctancia a luchar de la gran mayoría de las fuerzas armadas”.
Una guerra de verdad también sería desprolija. Turquía, que comparte una frontera con Siria, teme que la creciente inestabilidad y el derramamiento de sangre entre grupos religiosos. Teme que haya más refugiados que crucen la frontera, y ya ha recibido a varios miles. También Israel teme el caos. El primer ministro Benjamin Netanyahu ha desechado la idea de que la Primavera Árabe pueda producir gobiernos más amables con Israel que los dictadores que podían al menos mantener el orden.
Siria se desliza más profundamente hacia el caos y Assad no tiene una alternativa a mano. El Consejo Nacional Sirio está todavía tratando de ampliar su representación, establecer su credibilidad en el país y mejorar los lazos con el Ejército Libre de Siria independiente. La Liga Árabe y países occidentales como Estados Unidos y Francia quieren ayudar, como ayudaron a presentar al Consejo Nacional de Transición libio como una alternativa al gobierno del coronel Moamar al-Gadafi.
Bassma Kodmani, miembro de la junta ejecutiva del Consejo Nacional Sirio, dijo que con el aumento de víctimas en Idlib y Homs, incluyendo al menos dos periodistas occidentales y un bloguero sirio, la visión del consejo se estaba inclinando hacia la intervención extranjera, por dolorosa que pudiera ser. “Estamos cerca de considerar que la única solución es la intervención militar [extranjera]”, dijo. “Hay dos males: la intervención militar o una prolongada guerra civil”.
En realidad, mientras más sangre se derrame, menos probable es que las partes implicadas sean capaces de coexistir una vez que cese la violencia.
Kodmani dijo que el modelo “Yemen”, en el que los Assad abandonan Siria y otorgan poder a elementos fiables en el actual gobierno, ya era inaceptable porque las unidades militares del gobierno ya habían asesinado a civiles. “Otra crucial diferencia es que Yemen demoró seis meses y tuvo mil doscientas víctimas”, dijo, un número de bajas superado en Siria. “No podemos vivir otros seis meses con este nivel de represión y asesinatos”.
Incluso así, una intervención militar extranjera parece improbable. Rusia, herida en Libia, ha dicho que vetaría cualquier resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que apruebe la violencia.
El viernes, en Túnez los países que se refieren a sí mismos como “Amigos de Siria” –menos Rusia y China- se reunieron con el Consejo Nacional Sirio para discutir lo que la Casa Blanca llama “otros pasos” y “opciones adicionales” contra el gobierno de Assad, incluyendo llamados a un cese el fuego inmediato, la distribución de ayuda humanitaria y una fuerza de paz de Naciones Unidas.
El gobierno sirio no tiene intención de rendirse. Aunque hay signos de desintegración del control central, con sólo una minoría de las fuerzas armadas dispuestas a disparar contra civiles inocentes, en su mayor parte las fuerzas armadas y de seguridad son leales al gobierno.
Las sanciones están afectando duramente a la clase empresarial que apoya al gobierno. Hace poco un alto funcionario de la seguridad siria trasladó a su familia fuera del país, mientras que un miembro de la extensa familia Assad trasfirió fondos al extranjero, dijo un funcionario del gobierno de Obama.
Pero mientras más se aferre Assad al poder, más gente morirá. Eso está destinado a hacer de cualquier transición política una transición sangrienta, con un riesgo más alto de asesinatos por venganza y atentados contra las minorías, entre ellas la alawita y los cristianos, que han apoyado al gobierno.
“La ventana hacia una transición pacífica se está cerrando”, dijo un alto funcionario de gobierno. “Ahora es más una cuestión de qué ocurrirá después de que caiga. ¿Puede caer lo suficientemente rápido como para que no se enconen los agravios?”
[Contribuyeron Tim Arango, desde Bagdad; Ethan Bronner, from Jerusalén; Michael Wines, desde Pekín; David M. Herszenhorn, desde Moscú; Thom Shanker, Eric Schmitt y Mark Landler, desde Washington; Adam Nossiter, desde Dakar, Senegal; John F. Burns, desde Londres; Nicholas Kulish, desde Berlín; y Dan Bilefsky y Scott Sayare, desde París].
1 de abril de 2012
11 de marzo de 2012
26 de febrero de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer
Si la responsabilidad de proteger a civiles es un nuevo componente legítimo del derecho internacional, ¿por qué se aplica a Libia y no a Siria?