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[Conocido por “la muerte de Dios”.]

[Paul Vitello] William Hamilton era catedrático de historia de la iglesia en una pequeña escuela de teología en Rochester en abril de 1966 cuando la revista Time causó sensación con un artículo central sobre las ideas sobre las que había estado escribiendo durante años en revistas leídas fundamentalmente por ministros y teólogos.
Con enormes caracteres rojos contra un fondo negro, el Time redujo esas ideas a dos palabras: “¿Murió Dios?” Se convirtió en una de las cubiertas más famosas de la revista, y puso fin a la tranquila vida como teólogo universitario que llevaba Hamilton.
El artículo, que apareció en la estación de las Pascuas cristiana y judía, dio base a la historia de la guerra entre ideas religiosas y laicas en la cultura occidental que se remonta a Copérnico. En él se citaba a Billy Graham y Simone de Beauvoir como ejemplos de los dos lados, e introducía al doctor Hamilton al mundo como el líder de una nueva escuela de pensamiento religioso que llamó el “movimiento la muerte de Dios”.
Hamilton se convirtió en el blanco de amenazas de muerte durante el año en que fue publicado el artículo. Dejó su trabajo cuando sintió que lo aislaban. Y pasó una buena parte del resto de su vida –murió el 28 de febrero, a los 87- agregando citas entre comillas sobre la palabra Dios, que era a lo que se había referido con la frase sobre “la muerte de Dios”, dijo.
Pero en lo esencial el artículo ofrecía una descripción precisa de sus puntos de vista. Creía que el concepto de Dios se había agotado en la historia humana. Ahora la civilización operaba de acuerdo a principios laicos. Y las iglesias deberían ayudar a la gente a cuidar unos de otros incondicionalmente, sin ilusiones sobre recompensas celestiales.
Para mejor o peor, no era algo para ser dicho en voz alta en la Tercera Iglesia Episcopal de Rochester, donde él y su familia asistieron al servicio durante muchos años hasta que empezó a encontrar gélidos silencios después de la publicación del artículo en el Time.
Para él, era una idea académica, escrita para revistas universitarias, con la intención de tratar el gran tema teológico de la posguerra: cómo reconciliar la noción de un Dios omnipotente con la abrumadora y a menudo brutal vida del mundo moderno. La cuestión estaba siendo explorada desde todos los ángulos por teólogos que era probable que citaran, como si se tátara de la Biblia, a pensadores como Camus, Nietzsche y Kierkegaard.
La de la “muerte de Dios” había llamado mucho la atención el año anterior, cuando Hamilton y Thomas J.J. Altizer, profesor de religión de la Universidad Emory en Atlanta, publicaron ‘Radical Theology and the Death of God’, una antología de sus ensayos.
En su reseña de libro para el New York Times, Edward B. Fiske lo describió como un declarado reto a las ideas de Karl Barth, el teólogo suizo cuyas conservadoras ideas sobre la “neo-ortodoxia” habían dominado el pensamiento cristiano en el siglo veinte. Un artículo en el Times informó que “muchos teólogos que rechazan las conclusiones de las teologías radicales admiten sin embargo que deben ser tomadas en serio”.
La revista Time publicó un artículo sobre el asunto en su página religiosa. Pero no se había provocado ninguna gran conmoción.
El artículo en primera plana sí la causó.
“¿Qué quiere decir tu papá con que ‘Dios ha muerto’”?, le preguntaron al hijo de Hamilton, Donald, en el patio de la escuela en la primavera de 1966, cuando tenía doce. “No sé”, respondió.
La cobertura del Time “fue una completa sorpresa para esos tipos”, dijo Terrence W. Tilley, presidente del departamento de teología de la Universidad Fordham, refiriéndose a Hamilton, Altizer y otros identificados como miembros del grupo “muerte de Dios”. “Los teólogos académicos, explorando ideas radicales en un territorio inexplorado, generalmente no esperan ver ventiladas sus ideas en la cubierta de la revista Time”.
Hamilton dijo que muchas personas lo habían entendido mal. Él no era ateo, dijo, no del mismo modo en que lo es el biólogo evolucionista y escritor Richard Dawkins. Se consideraba un seguidor de Cristo, pero si Jesús era o no el hijo de Dios, dijo, no importaba tanto como que la gente siguiera sus enseñanzas.
“La muerte de Dios es una metáfora”, dijo al diario The Oregonian en 2007. “Tenemos que redefinir el cristianismo como una posibilidad sin la presencia de Dios”.
13 de abril de 2012
11 de marzo de 2012
©new york times

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