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[La producción industrial de productos animales es un negocio sucio. Desde el mal de las vacas locas, el E. coli y la salmonella hasta la erosión de los suelos, la filtración de estiércol y la baba rosa, la ganadería industrial es el epítome de un sistema alimentario roto.]

[James E. McWilliams] Ha habido varias respuestas a estos horrores, incluyendo algunos recientes intentos de mejorar el sistema industrial, como el anuncio esta semana de que los granjeros tendrán que mostrar recetas para los animales enfermos, en lugar de agregar libremente antibióticos en el pienso animal. Mi reacción personal ha sido evitar completamente los productos animales. Pero, en lugar de eso, la mayoría de la gente disgustada por la ganadería industrial se ha volcado a la carne, productos lácteos y huevos de fuentes no industriales. En realidad, en la última década se ha observado un impresionante aumento en las opciones de ganado alimentado con pasto en granjas no industriales y de aves de granja. Normalmente, estas alternativas provienen de pequeñas granjas orgánicas, que practican métodos más humanos de producción. Atraen a los consumidores no solamente porque rechazan el modelo industrial, sino porque parecen sintonizar más con procesos naturales.
Sin embargo, pese a la pertinencia de estas alternativas, son finalmente un pobre substituto de la producción industrial. Aunque estos sistemas más pequeños parecen ser más sustentables desde el punto de vista del medio ambiente, abundantes evidencias sugieren otra cosa.
Las vacas que se alimentan de pastos emiten considerablemente más metano que las vacas alimentadas con granos. Los pollos orgánicos tienen un impacto veinte veces mayor sobre el calentamiento global. Se necesitan de una u ocho hectáreas para una vaca que se alimenta solamente de pastos. Si alimentáramos con pasto a todas las vacas de Estados Unidos (cien millones, en total), el ganado podría necesitar (utilizando la cifra de ocho hectáreas por vaca) casi la mitad de la tierra del país (y esta cifra excluye el espacio que se necesita para pollos y cerdos de campo). Un tramo de territorio de la selva brasileña algo más grande que Francia ha sido destinado al pastoreo del ganado. Nada de esto es sustentable.
Los partidarios de las alternativas no industriales de pequeña escala dicen que su opción es al menos más natural. Nuevamente, esta es una aseveración dudosa. Muchos avicultores que alimentan a pollos con hierbas usan razas industriales que han sido creadas para hacer bien una cosa: engordar rápidamente, y enjauladas. Como consecuencia, pueden sufrir dolorosas lesiones en las patas después de varias semanas de vida “natural”, picoteando en un enorme potrero.
A los cerdos de campo se les fija rutinariamente anillos en la nariz para evitar que hocen, que es uno de sus instintos más básicos. En lo esencial, lo que vemos como natural no se corresponde necesariamente con lo que es natural desde la perspectiva de los animales.
La economía de los sistemas animales alternativos son igualmente problemáticos. No obstante los subsidios, la desafortunada realidad de la mercantilización de los animales es que el encierro paga. Si la producción de carne y lácteos fuera de algún modo descentralizada en pequeñas operaciones granjeras, el sentido común económico sugiere que no duraría mucho. Esos negocios, independientemente de la virtud de sus intenciones, tratarían de hacerse poco a poco con una cuota más grande del mercado, de recortar gastos, de aumentar la densidad animal y de engordar a los animales más rápidamente que los competidores. Si se anularan las normas más estrictas, no tomaría demasiado para que los sistemas de producción volvieran a ser como cuando empezaron.
Dicho esto, los partidarios de sistemas alternativos hacen un punto de innegable importancia sobre la práctica llamada “pastoreo rotativo” o “agricultura holística”: el suelo absorbe los nutrientes del estiércol animal, permitiendo que el pasto y otros vegetales crezcan sin la adición de fertilizantes sintéticos. Como escribe Michal Pollan, “es dudoso que puedas construir una agricultura genuinamente sustentable sin animales para procesar los nutrientes”. En otras palabras, la crianza de animales es no sólo sustentable, sino además necesaria.
Pero el pastoreo rotativo funciona mejor en teoría que en la práctica. Joel Salatin, por ejemplo, el gurú de los nutrientes reciclados, usa pollos para enriquecer con nutrientes sus pastizales. Su plan parece impresionantemente correcto, ecológicamente, hasta que nos enteramos de que alimenta a sus pollos con decenas de miles de kilos de pienso de maíz y soya importado al año. Esta práctica habitual es una necesidad económica. Sin embargo, si un granjero no produce su propio pienso, los nutrientes que son absorbidos por el suelo han sido sustraídos de otra granja, probablemente industrial, socavando con ellos los beneficios de los nutrientes reciclados.
Finalmente, no se puede evitar el hecho de que el ciclo de nutrientes se interrumpe cada vez que un granjero entra y sacrifica un animal perfectamente sano que genera estiércol, algo que se hace antes de que los animales vivan un cuarto de sus vidas. Cuando los consumidores rompen el ciclo de nutrientes para comer animales, los nutrientes dejan el sistema de granjas de pastoreo rotativo (aunque, por supuesto, esto también ocurre con sistemas basados en vegetales). Terminan en alcantarillados y pozos sépticos (bajo la forma de desechos humanos) y en vertederos y plantas de procesamiento de grasas (bajo la forma de desechos animales).
Los granjeros podrían evitar este despilfarro explotando a los animales sólo por su estiércol, permitiéndoles vivir la vida entera en la granja, mientras producen su propio pienso. Pero sería mejor tener un fideicomiso.
Los opositores a la agricultura industrial llevan más de una década declarando que cómo producen los humanos productos animales es una de los problemas ambientales más importantes que debemos enfrentar. Necesitamos una declaración más osada. Después de todo, cómo producimos productos animales no es lo que importa. Lo que importa es si los producimos en absoluto.
[James E. McWilliams es autor de ‘Just Food: Where Locavores Get It Wrong and How We Can Truly Eat Responsible’.]
22 de abril de 2012
13 de abril de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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