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[San Diego, California, Estados Unidos] [Compañero leal ayuda a veterana de la guerra a recuperar su vida después del trauma bélico. Tori Stitt, ex oficial de la Armada que sirvió un periodo de servicio en el norte de Iraq, depende de la compañía de su Golden retriever para su recuperación.]

[James Dao] El aparato que pasaba arriba era simplemente un helicóptero de tráfico, una especie benigna en los cielos de California del Sur. Pero su mera presencia fue suficiente para que Tori Stitt se pusiera tensa.
Hace un año, Stitt, una ex oficial de la Armada que sirvió durante un periodo de servicio en el norte de Iraq, habría corrido hacia su coche, se habría metido debajo de una mesa o habría colapsado de pánico simplemente por el ruido de las hélices –un sonido que todavía asocia con las bajas en combate. Pero esta vez permaneció aparentemente tranquila, aspirando profundamente, mientras acariciaba silenciosa y enérgicamente las orejas del perro de servicio que estaba a sus pies.
El momento fue una pequeña victoria más en el camino de Stitt de regreso de la guerra. Los medicamentos y la terapia la han ayudado a hacer frente, aunque no a superar, la depresión, el insomnio y la ansiedad causados por el trastorno de estrés post-traumático (TEPT). Pero nada ha sido más importante en su recuperación, dice, que Devon, el afable Golden retriever que se ha convertido en su leal compañero.
“No importa qué cosas malas estén pasando, puedo acariciar a Devon, darle un achuchón, y las cosas cambian en 180 grados”, dijo Stitt.
Stitt es una de los miles de veteranos de las guerras en Iraq y Afganistán cuyos casos de TEPT son considerados crónicos: tan severos que se espera que el tratamiento para la remisión del trastorno mediante prácticas corrientes tome varios años.
Por eso no sorprende que muchos de esos veteranos estén buscando tratamientos alternativos como el yoga, la acupuntura, las hierbas medicinales y la terapia de masajes para aliviar los síntomas -lo suficiente como para volver al trabajo, mantener relaciones o simplemente para funcionar en el día a día. Nada ha demostrado ser más popular que los perros de servicio.
En muchas ciudades militares han surgido organizaciones que entregan perros gratuitamente o a bajo costo a veteranos con TEPT o con lesiones cerebrales traumáticas. Empresas y organizaciones sin fines de lucro creadas para adiestrar perros para los ciegos o los autistas han volcado sus actividades hacia los servicios para veteranos de guerra.
Y el Congreso ha encargado al Departamento de Asuntos de Veteranos que estudie la efectividad de los perros de servicio como terapia de TEPT, y algunos legisladores están pidiendo que el gobierno ayude a financiar el adiestramiento, que puede costar más de quince mil dólares por perro.
“Estados Unidos quiere cuidar a sus veteranos”, dice Lu Picard, fundadora de East Coast Assistance Dogs, que adiestra a perros de servicio. “Es más fácil reunir dinero para los veteranos que para una persona que ha sufrido una lesión en la columna en un accidente de carretera”.
Hay pocos datos científicos que muestren que los perros alivian los síntomas del TEPT, aunque varios proyectos de investigación están en curso. Y los escépticos dicen que posiblemente los perros no pueden tratar el trastorno subyacente, donde los recuerdos de los eventos traumáticos pueden desencadenar potencialmente síntomas debilitantes. Pero muchos expertos en TEPT dicen que abundan las evidencias anecdóticas de que los perros logran que los veteranos se sientan mejor, y que eso podría ser suficiente.
“Si de lo que se trata es curar a una persona para que su mal entre en remisión, no tenemos evidencias de que los perros de servicio puedan hacer eso”, dijo Alan L. Peterson, profesor de psiquiatría en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en San Antonio y director de Strong Star, un consorcio de investigación sobre TETP. “Pero en términos de simplemente arreglárselas, podrían ayudar”.
Stitt, 31, creció en Florida, asistió a la Universidad de Norwich en Vermont con una beca R.O.T.C. y fue nombrada oficial de la Armada en 2002.
Cuando trabajaba en un destructor porta-misiles, fue reclutada para unirse a un batallón de ingeniería del ejército en Iraq debido a que estaba familiarizada con sofisticados equipos electrónicos. Su trabajo consistiría en supervisar la operación y mantención de los aparatos usados para detector o bloquear artefactos explosivos improvisados detonados por control remoto.
Estaba entusiasmada con la perspectiva de incorporarse a una unidad que la llevaría lo más cercano a un combate que podía llegar una mujer. Pero su primera misión fuera del cuartel en 2006 fue un desastre.
Su unidad volvía de un patrullaje cuando estalló una bomba improvisada debajo de un vehículo, dejando heridos a varios soldados. Se inició una balacera y a los pocos minutos los helicópteros sobrevolaban la escena. Confundida y aterrorizada, la teniente Stitt se paralizó, incapaz de reaccionar a las órdenes o incluso salir del vehículo al término del enfrentamiento.
“La Armada no me preparó para ver eso”, dijo. “Yo fui completamente inútil en esa misión. No pude hacer absolutamente nada”.
Pidió ser enviada a casa, pero sus comandantes le dijeron no. Así que durante los siguientes meses, salió en misiones de detección de artefactos explosivos casi diariamente. Al final de su periodo de servicio, se sintió más fuerte. Pero también vio más bajas. Y la atormentaba el sentimiento de culpa y vergüenza por no haber podido detectar las bombas e impedir que estallaran y por colapsar emocionalmente en combate.
“Me culpaba a mí misma por las cosas que estaban pasando”, dijo. “Incluso si esas cosas no dependían de mí”.
Barbara Van Dahlen, psicóloga clínica que trabaja con veteranos de guerra, dijo que aunque muchos soldados sienten culpa o vergüenza por los acontecimientos de la guerra, las mujeres tienen la carga agregada de superar las dudas sobre su temple.
“Todos los soldados temen paralizarse”, dijo van Dahlen. “Pero las mujeres que entran a las fuerzas armadas tienen que demostrar que son tan buenas como los hombres. Les prexiste la idea de que no están realmente capacitadas, ni mental ni físicamente”.
Todavía en Iraq, Stitt empezó a tener pesadillas y problemas para dormir. Un año más tarde, fue destinada a Baréin. Sintiéndose distanciada de otros marinos y cada vez más nerviosa sobre los árabes, se convirtió en una persona solitaria, y empezó a beber para dormirse.
Cuando terminó su periodo de servicio, robó un mueble del departamento donde alojaba –una infracción que casi le costó la expulsión de la Armada. De regreso en San Diego, bebía más que nunca, y una noche de 2008 resolvió tomarse un frasco de pastillas junto con el alcohol. “Me sentía tan sola, dijo, “que era mejor estar simplemente muerta”.
Esa noche, alimentó a sus gatos, ordenó su departamento y llamó a sus amigas. Una de ellas se alarmó tanto que logró que su marido hablara con Stitt hasta que se durmió. Al día siguiente ingresó al pabellón psiquiátrico del Centro Médico Naval de Balboa.
El tratamiento por alcoholismo la ayudó a recuperarse y siguió durante varios meses un tratamiento por TEPT. Pero no era suficiente. “Todavía tenía pesadillas, recuerdos recurrentes, problemas para dormir”, dijo. “Y estaba aislada. Necesitaba otro método para terminar con mis problemas”.
Desesperada por una solución, pensó: “¿Qué tal si adopto un perro?”
Lo solicitó a una organización local que le pidió tres mil dólares. En una de sus primeras visitas conoció a Devon, un mañoso perro cobrador que no estaba vinculado con ningún amo prospectivo. Pero trotó hacia Stitt y respondió a sus órdenes iniciales. Devon, dice Stitt, la eligió.
Como otros perros de servicio que trabajan con veteranos de guerra, Devon fue adiestrado para encender la luz, revisar las habitaciones para detectar a visitantes inesperados, guiar a Stitt en multitudes o “bloquear” a personas que se acerquen demasiado. Sin embargo, su tarea más importante es proporcionarle apoyo emocional.
Dice que Devon siente cuando está nerviosa y responde parándose junto a ella o posando una pata en su regazo. Si se mueve durante el sueño, él le lame la cara para despertarla. Y por el mero hecho de que necesita el paseo, la obliga a salir de su departamento y, por ello, a interactuar con personas.
En 2010 fue licenciada honrosamente y seis meses después utilizó su diploma en psicología para conseguir un trabajo en una organización sin fines de lucro, Interfaith Community Services, como asesora para trabajar con veteranos de guerra en tratamiento por alcoholismo o drogadicción.
En el trabajo puede sonar como la oficial de la Armada que fue alguna vez, aconsejando amable pero firmemente a sus clientes, todos ellos hombres, que se tomen las medicinas, asistan a las sesiones de terapia, se concentren en la búsqueda de empleo o terminen sus estudios.
Por dentro, también se aconseja a sí misma. A veces olvida sus medicinas y ha estado lenta a la hora de reanudar su terapia, quejándose por la lista de espera para terapias individuales en el centro de salud en el Departamento de Asuntos de Veteranos. Ha hecho amigas, pero sigue siendo solitaria. Devon es su ancla.
“Me gustaría pasar menos tiempo con él, ser menos dependiente”, dijo. “Pero para que eso ocurra voy a tener que ir a terapia”.
Sin embargo, se las arregla la mayoría de las veces. En una reunión de indigentes en un local de Interfaith, reprendió pacientemente a los veteranos, muchos de ellos de la era de Vietnam, de que dejaran de pelearse y luego los hizo asear sus cuartos en preparación de una inspección de fin de semana.
Había algo de tensión y durante la sesión Devon permaneció sentado cerca, mirando intensamente a su ama. Cuando terminó y se dirigió hacia fuera, salió escopetado a través de la hierba y le lamió las manos. ¿Había estado nerviosa? Un poco, dijo.
Pero ahora estaba riendo y cuando acariciaba a Devon no era fácil saber si ella era la consoladora o la consolada.
6 de mayo de 2012
29 de abril de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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