[Quieren funar al rey Juan Carlos de España, pese a que pidió perdón por su excursión de caza en Botsuana. ¿Es correcto? Cuando pensamos en la campaña para prohibir la caza recreativa o deportiva, ¿cómo pensamos a Juan Carlos: como aliado o como enemigo?]
[Claudio Lísperguer] En relación con el viaje del rey de España a Chile en junio, algunas organizaciones han llamado a recibirlo con una funa por su escandalosa excursión de cacería en Botsuana, donde se fotografió junto a un elefante abatido que se supone que mató él mismo. El mortífero safari del rey causó escándalo y el rey se apresuró, saliendo del hospital donde era atendido, a pedir perdón y a prometer que no lo volvería a hacer. Por esta razón, no creo que recibir al rey con una funa sea la acción más apropiada. En realidad, la funa es un recurso de última instancia en casos en que la ciudadanía o las víctimas de un delito o ambas sienten que no se ha hecho justicia y que los victimarios han quedado impunes. Ese ha sido el caso de numerosos criminales asociados a la dictadura de Pinochet y que han sido o son tratados con mano blanda por jueces prevaricadores y corruptos que colaboraron con la dictadura y continúan usando sus posiciones en el poder judicial para encubrir y proteger a esos criminales, sin que las autoridades políticas tomen decisiones significativas para evitar esos casos de flagrante prevaricación.
No es ni de lejos el caso del rey Juan Carlos. Someterle al escarnio público que implica la funa es un despropósito. ¿Qué se lograría con esta acción que no se haya logrado ya sin ninguna funa de ningún tipo? El rey pidió perdón, que es uno de los objetivos de toda funa, y prometió no volver a hacerlo. ¿Por qué razón pues seguir acosándolo? Al contrario, si el rey se dio cuenta de la aberración que cometió, es muy probable que ahora sea partidario de ese capítulo de la causa animalista –la caza recreativa o la caza deportiva- y tal vez se le pueda incluso enganchar para la campaña que busca su prohibición. ¿Por qué no? El rey podría incluso ser una fuente importante de financiamiento para cualquier proyecto de refugio para acoger a elefantes y otras especies exóticas. O para cualquier campaña que quiera terminar con estas formas aberrantes de cacería.
Probablemente los activistas que planean esta funa han pensado aprovechar la oportunidad para poner en primera plana su propia causa, a costas de la humillación del rey. Pero este plan es derechamente inadmisible. A un hombre que ha pedido perdón y prometido no volver a hacerlo, no se le puede tratar como si nada de ese arrepentimiento hubiese ocurrido y seguir considerándolo culpable y buscando su castigo. Esta idea oportunista es deleznable. En las prácticas judiciales estadounidenses es común observar que los querellantes se tomen la justicia en sus manos y convencidos de la culpabilidad del acusado, incluso antes de un juicio que la determine, lo acusan con todo tipo de delitos no relacionados con la causa de la protección animal. Por ejemplo, a un director de una protectora se le puede acusar de abuso sexual o de robo, con el objetivo que quitarlo de su posición. Pero esta manera de actuar, y de pensar, es una aberración moral, porque el querellante se transforma en fiscal, juez y verdugo a la vez. Es profundamente injusto y constituye una perversión intolerable de los criterios de justicia.
La situación del rey es comparable con la de una persona que ha dejado de comer carne tras reconocer que es un crimen. Si deja de tolerar la esclavitud y martirio animal para consumir su carne, ¿debemos seguir atormentándolo toda la vida por haber sido carnívoro previamente? Pero todos hemos sido carnívoros alguna vez, y cuando dejamos de hacerlo no esperamos que se nos continúe reprochando por lo que hicimos inmersos en una cultura que justifica ese tipo de prácticas. Cuando dejamos de comer carne, marcamos nuestra historia personal con un antes y un después. El rey se encuentra en la misma posición. No volverá a cazar. No volverá a matar elefantes ni otros animales exóticos. No merece ni reproches ni indiferencia. Merece elogio. Ojalá otros presidentes y monarcas del mundo reconocieran que matar animales por deporte, u otros motivos, es un crimen y prometieran no volver a hacerlo. A partir del día en que pidió perdón, el rey debe ser visto como un posible aliado, no como un enemigo.