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[Colima, México] [Las sospechas de que víctimas de asesinatos pueden haber estado implicados en negocios sucios, hiere a los familiares de los asesinados en la espantosa realidad.]

[Randal C. Archibold] Después de que su hijo Alfredo fuera asesinado el año pasado en su tienda de repuestos para coches, Carmen Plascencia de Carrillo se dolió de que sus dos hermanastras no asistieran ni al velatorio ni al funeral.
“Quizás tu hijo estaba metido en otras cosas”, dijo que le explicaron, furiosa, la señora Carrillo.
Un hermano de la víctima, Rafael Carrillo, vio que sus vecinos se apartaban de él. También le pidieron que no asistiera a la boda de un primo por miedo a que pudiera significar un riesgo para los otros invitados. El puesto de comidas de una hermana empezó a tener menos clientes.
Con cincuenta mil homicidios en los últimos seis años asociados a la guerra contra las drogas de México, el sufrimiento de los sobrevivientes no puede ser exagerado. Pero mientras lloran a sus seres queridos perdidos en la guerra, los deudos mexicanos también deben enfrentar las sospechas de los que se preguntan si las víctimas estaban metidas en algo y si sus familiares son también posiblemente delincuentes.
“Hay madres que son viudas, niños que no conocen a sus padres”, dijo Rafael Carrillo, “y aparte de eso la sociedad se da el trabajo de agraviarnos con comentarios mal intencionados”.
Como en el caso de la inmensa mayoría de los homicidios en México, nadie sabe quién mató a Alfredo Carrillo, 42, el 12 de febrero de 2011, ni por qué. ¿Estaba él o alguno de sus tres empleados, que también fueron asesinados esa mañana, metido en el crimen organizado, víctimas de chantaje, o fueron eliminados por un enemigo desconocido por un asunto más personal?
El ataque tenía las marcas familiares de muchos asesinatos en masa en México. Una camioneta llegó a toda velocidad a la tienda, un grupo armado bajó de ella y después de una descarga de balas, quedaron en el lugar tres muertos y un herido –que pronto sucumbiría a sus heridas.
Alfredo Carrillo había poseído la tienda durante diecisiete años, y vendía puertas usadas, parabrisas y piezas de motor, y también haciendo trabajos de retoque.
“¿Te llamaron?”, le preguntó Carrillo a un amigo, días antes de que muriera, hablando sobre la llamada que había recibido en la que intentaban extorsionarlo, dijo su hermano.
Rafael Carrillo, 47, criminólogo que ha visto suficientes cuerpos acribillados, recuerda haber llorado y empujado a sus colegas frente a la tienda cuando le impedían avanzar. En algún lugar de la oficina del fiscal del estado se encuentran las espeluznantes fotos de lo que habría visto; no se atreve a mirar.
Desde la distancia, el caso podría ser descartado como parte del ciclo de violencia en México, que el gobierno atribuye a las drogas y el crimen organizado.
Pero la definición de “estar implicado” o no es turbia, y no hay un desglose de cuántas de las víctimas eran inocentes; a menudo todo asesinato múltiple conduce a la suposición de que las victimas formaban parte, de algún modo, del mundo de la mafia.
El presidente Felipe Calderón mismo se apresuró a presentar una conclusión semejante después de una masacre de estudiantes en Ciudad Juárez en 2010 antes de retractarse después de la indignación pública.
“Siempre dicen que hay una investigación abierta”, dijo Edgar Cortez, un investigador del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, una organización nacional que defiende a las víctimas de la delincuencia. “Pero no hay investigación, y eso deja las dudas y suposiciones y no hay ninguna justificación para decir que esta persona está implicada o no”.
Las dudas atormentan a las familias, y la falta de detenciones y condenas priva a los sobrevivientes de respuestas para rebatir los rumores e insinuaciones que siguen inevitablemente.
“México está lleno de historias como la mía”, dijo Rafael Carrillo.
Colima es un pequeño estado en la costa del Pacífico encajonado entre dos estados más violentos, Jalisco y Michoacán. La carnicería no aparece tan frecuentemente en primera plana, pero una racha de violencia ha inquietado a los residentes y el diario local –Diario de Colima- informó este mes sobre la creciente preocupación con el titular “Colima Ya No Es Un Lugar Seguro, Dicen Ciudadanos”.
Rafael Carrillo ha vivido con esa inseguridad. Como criminólogo trabaja en sitios del suceso y recoge evidencias para la fiscalía. El trabajo se limita bastante a eso; no resuelve los casos ni se entera de qué pasó con ellos después de entregar las evidencias.
Cuando recibió la aterradora llamada, un colega sólo informó sobre un incidente en la tienda de su hermano y Carrillo se apresuró hacia el lugar, descubriendo con creciente horror lo qué había pasado a medida que se acercaba y vio los coches de la policía y la camioneta del médico legista.
La matanza fue reportada en las primeras planas de los diarios locales y logró algo de atención en algunos diarios nacionales.
Pese a las sospechas, decenas de personas asistieron al funeral, para despedir a un hombre sociable de espíritu generoso.
Era Alfredo Castillo, padre de cuatro hijos, el que organizaba y a veces ayudaba a cocinar las comidas del domingo –almuerzos largos y tendidos – para la extensa familia en el pequeño restaurante de su madre.
Se veía despreocupado, dijo su hermano, pero después del funeral un amigo mutuo le contó sobre la llamada extorsiva.
Otros familiares especularon sobre su conexión con las peleas de gallos, un pasatiempo. Un amigo que criaba aves –ocho de ellos permanecen enjauladas en una casa- con Alfredo dijo que nunca lo habían visto apostar y sólo iba a las peleas por diversión. Pero en las peleas también aparecían personajes misteriosos, y lo hicieron la última vez el día anterior al asesinato de Carrillo.
Familiares y amigos se preguntaban si los pistoleros tenían problemas con alguno de los empleados de la tienda, aunque por qué los mataron a todos pone en jaque toda explicación.
La fiscalía no hizo más comentarios que una declaración emitida en la época, con el nombre y la edad de Carrillo incorrectos, diciendo que se estaba investigando. El jefe de policía, Alejandro Guerrero Guerrero, no respondió nuestros emails ni mensajes telefónicos.
La tienda de Alfredo Carrillo, Yonke El Tukán (una alusión a la prominente nariz de Alfredo, como el de un tucán), también atraía a personas que preferían comprar lo que necesitaban sin preguntas. Está ubicada en un barrio pobre donde la gente prefiere no hablar sobre la matanza con un extraño.
Después de los asesinatos, Rafael Castillo huyó a Estados Unidos por algunos meses. Pero sin visa de trabajo y pocas posibilidades de continuar allá su carrera, volvió. Otro hermano también huyó, y sigue en Texas.
De vuelta en casa, Carrillo temía escarbar demasiado profundamente en el caso.
“Para decirte la verdad, tengo miedo”, dijo. “Todos tenemos miedo de preguntar sobre el caso. La respuesta está en alguna parte, pero ¿qué nos ocurriría si nos enteráramos? Quiero seguir viviendo en Colima”.
En el aniversario de la matanza abrió una página Facebook, Colima Nomasdolor, en parte para dar salida a su frustración y angustia.
Pero, como la mayoría de las familias de las víctimas, sufre fundamentalmente en silencio, atrapado por el temor de convertirse en activista, como lo han hecho algunos, ocasionalmente con fatales resultados. En diciembre de 2010, una madre que exigía justicia por el asesinato de su hija frente a un tribunal en el norte de México, fue asesinada a tiros.
Alfredo Carrillo yace en un polvoriento y centenario cementerio municipal. Sobre la tumba, decorado con tres estatuillas de gallos de pelea, hay un letrero que dejó una sobrina como una oda a su tío.
“Gracias por preocuparte por mí, gracias por darme tu confianza”.
Un domingo hace poco, Rafael Carrillo se paró frente a la tumba, esforzándose por resumir sus sentimientos, diciendo simplemente: “Lo que sientes es dolor e impotencia”.
Más tarde, mostró la carta que le había escrito a su hermano muerto después del aniversario de su muerte.
“Algún día volveremos a estar todos juntos”, escribió, “pero sin los que hieren con sus comentarios y especulaciones malignas, y su envidia”.
21 de mayo de 2012
13 de mayo de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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