[Amado de Mérici] Así se llamaba el perro de mi vecino Juan. El viernes noche él y su mujer se marcharon por unos días y dejaron en su lugar a una pariente de ella, como cuidadora.}
El sábado en la mañana, mi mujer encontró a la Chola, un perro del vecino, en la plaza. Juan tiene tres más: Rex, Aceituna y Tequila. Se acercó a la verja mi mujer y le dijo a la cuidadora que la Chola estaba esperando en el patio de un vecino cerca de la plaza. “No es mi asunto”, dijo. Le preguntó por Rex. “Se habrá escapado”, dijo, y cerró violentamente la ventana. Mi mujer fue a por la Chola y como la cuidadora no abriera, la dejó en la calle. En casa de Juan estaba solo Aceituna.
El domingo llegó Tequila. La Chola estaba nuevamente en la calle y esta vez la mujer sí le abrió la puerta. Pero Chola entró a regañadientes, esquivándola y ocultándose finalmente detrás de una planta. Tarde por la noche, estaba otra vez fuera.
Los vecinos llegaron el lunes noche. Estaban todos los chuchos, menos Rex.
El martes volvimos muy temprano a casa. En el patio, la mujer del vecino me dijo que tres de nuestros seis perros se habían escapado, aunque ya estaban de vuelta. “También encontramos al Rex”, dijo. “Estaba en el canal”. Detrás de las casas, pasa un canal. Lo habían destripado. Tenía la lengua afuera y un corte nítido en la ingle. Le salía una tripa y tenía el pelaje entierrado, pese a que el canal, sin agua, estaba lleno de lodo. Tenía aspecto de llevar dos o tres días de muerto.
La vecina contó que la noche anterior había oído a Rex ladrando en una pelea y dijo que seguramente otros perros lo habían matado. Juan dijo que él había salido anoche a buscarlo al canal y no había encontrado nada. Eso quiere decir que su cadáver fue arrojado ahí después de medianoche, o muy temprano en la mañana. Anoche no ladraron los perros.
En el lugar donde estaba Rex no había huellas ni indicio alguno de que hubiese habido allí una pelea, como suelo revuelto y pelos. Si hubiese muerto en una pelea en el lugar, habría estado lleno de barro, y no era así. Además, habría tenido más heridas y magullones y peladuras, y no las tenía. Y si otros perros lo hubiesen destripado así, su cuerpo estaría destrozado.
Puedo reconstruir lo que ocurrió. El viernes noche la cuidadora apuñaló a Rex, destripándolo, pero cuando empezó a chillar, lo estranguló. Por eso tiene tenía la lengua fuera. Luego echó a los otros perros.
Escondió el cadáver en la casa y llamó a su parienta para decirle que se deshiciera de este. Tras volver el lunes noche la vecina no pudo hacerlo porque no tuvo oportunidad. El martes en la mañana, cuando Juan se duchaba, su mujer aprovechó para lanzar al chucho muerto al canal. El ruido y olor a muerte, a sangre y a Rex, impulsó a mis perros a saltar fuera para ir a ver qué pasaba con su amiguito. Juan salió a recuperarlos y fue así como encontró a su perro muerto.
Esta macabra violencia contra los animales parece propia de un demente. Sin embargo, el maltrato animal como medio para transmitir un mensaje, una amenaza, o para vengarse entre humanos es una práctica muy común todavía. En casos de violencia intrafamiliar y de violencia política es común que las mascotas paguen el pato. El anterior inquilino, tras pelearse con un vecino un día, encontró envenenados al siguiente a todos sus perros. Sin embargo, esta macabra y corrosiva violencia no llama tanto la atención. La gente no la denuncia. Es un delito muy difícil de probar o resolver, entre otras cosas porque los motivos suelen ser irracionales. En este caso, mucho me temo que el asesinato de Rex sea una advertencia. Si el objeto de estas amenazas persiste en la conducta reprobada, la próxima víctima será un hijo humano o él mismo. Esta violencia contra los animales es probablemente una de las facetas más odiosas de nuestra identidad.
[Hoy, la salvaje vecina, madres de tres hijos pequeños, le clavó un punzón en una pierna y trató de sacarle un ojo a un perro callejero que se acercó a su verja. Lo recogió el veterinario, que, tras curarlo, lo trasladó a un hotel canino.]