[Chile] [Libro recorre 1.000 días de Allende a través de escritores en La Nación. ‘La Nación Literaria’ es una recopilación antológica de las columnas que se publicaron en el diario entre 1970 y 1973. Editado por el escritor Eduardo Vassallo, el libro reúne nombres fundamentales de las plumas chilenas, latinoamericanas y mundiales, como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Mario Vargas Llosa y Jean Genet, entre muchos otros.]
[Felipe Castro] El escritor y ensayista Eduardo Vasallo pasaba extensas jornadas en la Biblioteca Nacional, con la intención de hacer un catastro de prensa y literatura entre los años 20 y los años 70. Entre los polvorientos cerros de papeles color sepia, se dio cuenta de que había una gran cantidad de material que se estaba perdiendo en las camanchacas del tiempo.
Vassallo, autor del ensayo ‘Gabriela Mistral: La Lengua como sangre que contesta (2005)’ y traductor de importantes obras de T.S. Elliot, tuvo que tomar una decisión. Por síntesis y trascendencia histórica eligió los agitados días del gobierno socialista de Salvador Allende, para rescatar la lucidez de los escritores que publicaron columnas en el diario La Nación.
“Me di cuenta de inmediato del carácter patrimonial-cultural de La Nación y me llamaba mucho la atención que esos materiales no estuvieran compilados. Armé un primer grupo de trabajo pero no operó. Pasó el tiempo e invité a Gonzalo Contreras y proyectamos un trabajo general del que este libro es un corte”, relata el editor de ‘La Nación Literaria’, que ve la luz de la mano de “Ediciones Alterables”.
¿Qué te motivó de este proyecto?
Siempre me ha parecido que dejarles la plena textualidad del período a un alemán (Marx) y a un escocés (Smith) que nunca estuvieron en el Chile de los 70 es excesivo. Es decir, la estridencia entre ‘El capital’ y ‘La riqueza de las naciones’ no pueden agotar ni la descripción ni la lectura del trienio. Faltan textos que enriquezcan el “sitio del suceso”. Lo otro es la sensación de un tramo faltante –literario- en su contexto de aparición que debe ser repuesto, ya que es un momento de cruce estelar de testimonios finales de obra: María Luisa Bombal, Benjamín Subercaseaux, Manuel Rojas, Neruda, Ezra Pound, Alberto Romero; de generación emergente: Skármeta, Waldo Rojas, Juan Cameron, Omar Lara; de obras señeras que se publican en esos años: ‘El obsceno pájaro de la noche’, ‘No hay lugar’, ‘Artefactos’, ‘Zoom’; etc.
Además, está lo que pasaba fuera de los libros…
Claro. Hechos que podemos llamar provisoriamente históricos: La presencia en el Liceo Darío Salas de Julio Cortázar, en la Universidad Católica de Ernesto Cardenal, en el canal 9 de Roque Dalton, el Nobel de Neruda.
Son casi 600 páginas ¿Me puedes hablar de tu metodología de trabajo?
Se elaboró un catastro del diario, día a día, en la Biblioteca Nacional para saber qué había exactamente. Esto tomó meses. Luego se hizo el registro fotográfico del diario en papel. Estuvimos en eso casi dos años. Ahí, para este libro, procedí a la edición: lectura, selección, digitación y corrección de textos, pero que no es sólo esto, sino la versión de una lectura, digamos, re-escribir el período cultural.
¿Bajo qué criterios seleccionaste los textos?
La edición construye una narración de lo que podríamos llamar un documental letrado. El montaje de textos se superpone sobre el tiempo cronológico del período 70-73, los que se van apropiando por capas de la realidad y el discurso. Ocurre un re-poblamiento y una pluralidad de emisiones que descentran el hecho político. Los textos, entonces, deben aportar memoria, calidad crítica, creación emergente, calidad textual, resistencia en el tiempo de los contenidos.
¿Cómo es que los textos reflejan estos años de profundos acontecimientos políticos?
Entre los referidos a autores chilenos, ‘Tiro libre’ de Skármeta, por ejemplo, refiere en la cuentística el asesinato de Schneider y la denominada “marcha de las cacerolas”; también hay crónicas que merodean más lo social: Poli Délano se instala en una caleta de Cartagena a describir faenas de pesca; Alfonso Alcalde reportea a los chinchorreros; la serie Nosotros los chilenos, de Quimantú, es un enorme esfuerzo por vernos y contarnos; y también hay el ánimo de generar una lectura retrospectiva por vía de ejemplos, es el caso de las valiosas antologías poéticas de Jaime Concha. Hay otro orden de textos de los que podemos mencionar dos. Uno es el discurso de Neruda en el estadio Nacional cuando vuelve a Chile, a fines del 72, en el que advierte sobre la guerra civil; y otro, una carta-saludo del vate al PC en que se muestra hastiado de los “revolucionaristas hijos de papá” que enervan el proceso.
¿Podía la literatura mantener cierta distancia de los acontecimientos políticos?
Hay una literatura que merodea y observa los hechos políticos estableciendo una distancia reflexiva: a la prosa alemana del ‘Das Kapital’ Waldo Rojas opone cierto barroquismo poético; al “Hombre nuevo” de ciertos carteles, Uribe opone un agustiniano ‘No hay lugar’ con un sujeto de vicios endógenos e inextirpables; al discurso político, tono y linealidad, Parra opone esquirlas de discurso, fragmentos. Y por el contrario, hay obra que se instala, de pleno derecho, en cierta lejanía: El ‘Bestiario del reino de Chile’, de Lukas; ‘Los ojos del diablo’, de Hugo Correa, en el género fantástico; ‘La promesa en blanco’, novela de Braulio Arenas editada por Quimantú en esos años.
¿Cuál es la importancia histórica que mantiene el archivo del diario La Nación, en términos de los documentos que se conserva?
Para un país la educación es nada sin cultura, es un puro pedaleo sin sentido. El archivo tiene un carácter cultural-patrimonial, es un tesoro, el rastro de lo mejor de nuestra intelectualidad durante más de medio siglo. Y no diría que se “conservan” en el entendido de lo que contiene esa expresión: condiciones físicas adecuadas, temperatura, digitalización, microfilms, etc. Hablamos sólo de rumas de libros enormes en el desamparo absoluto en un sótano. Lástima que no haya un tribunal penal-cultural internacional. Si tuviéramos una sensibilidad más fina lo consideraríamos un Auschwitz cultural, una calamidad. El Estado o alguna fundación internacional deberían preservar estos documentos en el status que merecen.
¿Hay crónicas capaces de inferir, desde la literatura, los oscuros días que se vislumbraban para el país?
No en el sentido de vaticinios, pero es curioso que ya en el lenguaje, en el titulado de ciertas obras, hay una atmósfera balística, agresiva, negra: ‘Tiro libre’, ‘La captura’, ‘No hay lugar’, ‘Cielorraso’, ‘El desenlace’, ‘Nixonicidio’, ‘Testamento sobre la piedra’, ‘Primera muerte’, etc. Tal vez sea Carlos Droguett en su densa reflexión sobre la violencia en Chile, su persistencia, quien más la notaba no como un incidente sino como un contenido actuante de la historia de Chile. Por esos años publicaría ‘Todas esas muertes’.
Después de esta investigación ¿Cuál es el análisis que haces del rol de los escritores, tanto de izquierda como derecha en este período?
Las obras que hayan sido, en su conjunto, me parece que sostenían un diálogo abierto con la memoria, la tradición cultural, la reflexión densa, el arte vivo; en contrapartida a la política que se va aislando de sus fuentes, adelgazando el soporte de la reflexión, saciando en el monólogo. En cuanto a los escritores de la UP lo dieron todo por representar ese tiempo esperanzado. Y además de esos cargos oficiales o del aparato del Estado que conocemos, léase Humberto Díaz-Casanueva embajador en la ONU, Fernando Alegría agregado cultural en Washington, Atías y Ferrero como gestores culturales en la Presidencia, etc., hay otro estamento “de a pie” dedicado a elucidar el qué hacemos en materia cultural, cuál es el estado de la situación, las resistencias que podría tener un plan de cierta envergadura.
¿A quiénes te refieres en esa función?
A escritores o intelectuales en una actitud de más alerta, como Wacquez, Ossa, Hunneus, Valdés y Lihn. Es decir, las reflexiones contenidas en un libro que no sé por qué no se reedita y se despierta de ese catálogo adormilado de la Editorial Universitaria, como es “La cultura en la vía chilena al socialismo”. Resumamos diciendo que previenen, en cada uno de sus apartados, de la inconveniencia de hacer tabla rasa de la cultura anterior o burguesa; que hay un peligro en la mera administración burocrática de la cultura; que no hay que hablar tanto sino hacer acciones culturales; que hay una capa o segmento popular refractario a la cultura; que cuidado con la cultura de masas o masiva porque esa sí que es reaccionaria, al adelgazar hasta el extremo los contenidos, simplificar los hechos, privilegiar un mero pasatismo, etc. Mantener la pluralidad a la que pertenece la cultura chilena.
4 de junio de 2012
©la nación