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[Varanasi, India] [Más allá del nacionalismo y la no violencia, la mayoría de la gente simplemente no sabe qué defendía Gandhi y sus palabras pueden ser mal interpretadas.]

[Dan Morrison] Hace poco me topé con una pequeña guerra que está siendo librada por una parte del legado de Mohandas K. Gandhi. Es una guerra entre los serios socialistas y una facción que se dice está vinculada a la más importante organización nacionalista hindú de India, con décadas de investigación en ciencias sociales y algunas valiosas operaciones inmobiliarias en el medio.
Como todas las guerras heredadas, la lucha por el control del Instituto de Estudios Gandhianos es turbia, con acusaciones de soborno y especulación. (Un lado dice que está defendiendo al gandismo de los fascistas; el otro lado dice que está recuperando a Gandhi de los comunistas). También es otro ejemplo de cómo se abusa del patrimonio de Gandhi. Más allá del nacionalismo y la no violencia, la mayoría de la gente simplemente no sabe qué defendía Gandhi y sus palabras pueden ser mal interpretadas. Sesenta y cuatro años después del asesinato del Mahatma, cualquiera puede reclamarse de su legado.
Con sus ropas simples, huelgas de hambre e innato conservadurismo, Anna Hazare, el activista social cuya campaña contra la corrupción hizo temblar al gobierno indio el año pasado, es invariablemente descrito como gandhiano. Esto es, pese a sus llamados a la ejecución de funcionarios corruptos y una arrebatada interpretación de la función de gobernar en su pueblo natal, donde es conocido por azotar a los borrachos de la localidad.
En el estado de Gujarat al oeste del país, donde nació Gandhi, el ministro principal Narendra Modi ha construido el Mahatma Mandir, un centro de conferencias sin ventanas donde firma billonarios contratos con multinacionales extranjeras. Independientemente de lo que uno piense sobre este modelo de desarrollo, es probablemente justo asumir que Gandhi hubiese preferido morir de hambre antes que prestar su nombre para una operación semejante.
Se espera que cualquier personaje histórico sufra semejantes aberraciones simbólicas –incluso cuando son perpetradas por uno como Modi, cuyo estado policial participó en las masacres comunales de más de mil indios musulmanes en 2002. ¿Y por qué no podría un centro de conferencias llevar el nombre de Gandhi, cuando su cara ya adorna los billetes de India, incluyendo el billete de mil rupias?
En un próximo documental titulado ‘Gandhi Lives’, el director Aruna Har Prasad viaja por todo India para encontrar las numerosas hebras de la filosofía de Gandhi, su duradera “marca” y sus encarnaciones. Algunos de los momentos más perspicaces de la película proviene de un gurú de la publicidad que medita sobre el magnífico uso que hizo Gandhi de su propia imagen durante la lucha por la libertad de India y la creciente distancia entre la India moderna y la que idealizaba Gandhi.
¿Cuán distante? En un ajetreado centro comercial, Prasad pregunta a un niño si sabe quién es Gandhi. Por supuesto, dice el niño: “Es el que hace dinero”.
O no. Muniza Khan, académica del Instituto Gandhiano en Varanasi, ha estado viviendo sin electricidad durante años desde que la facción que dirige su campus ordenó que se cortara el suministro de electricidad de su sede oficial en un intento de desalojarla. Khan, que trabaja desde el despacho de una organización paralela mientras continúa la guerra por el control del instituto, dice que una organización vinculada a la organización nacionalista paramilitar de cinco millones de miembros, Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS) ha alquilado los terrenos y quintas del instituto como un hostal para los estudiantes de una universidad de ingeniería privada cercana.
Kusum Lata Kedia, un economista que ahora ocupa el chalet del director en el campus de 4.4 hectáreas, me dijo que los estudiantes alojaban gratuitamente mientras recibían “adiestramiento informal en eco-educación y en eco-conducta”. Un protegido de uno de los personeros importantes de la RSS y ganador de un premio bautizado con el nombre del fundador de la organización en 2006, Kedia describió a sus oponentes en el proceso judicial en curso como “chicas escolta, prostitutas y chulos”.
Kedia es co-autora de un libro titulado ‘India Was Never Subjugated’, cuya cubierta presenta una falange de soldados indios atacando. Me aseguró que, lejos de quitarle valor al Instituto Gandhiano, ella lo salvó de los comunistas –“desempleados de poca monta, vagabundos que buscan unos centavos”.
Tushar Gandhi, biznieta del Mahatma –sánscrito para “gran alma”-, me dijo que la guerra en Varanasi es irónica, porque la RSS “en realidad fue la inspiración y fuente de los movimientos ‘Kill Gandhi’ y ‘Hate Gandhi’”. (El asesino de Gandhi, Nathuram Godse, había sido miembro de la organización, que no fue nunca asociada al asesinato de Gandhi). “Sería una vergüenza”, dijo, “que la corte resolviera a favor de la demanda entablada por la organización RSS”.
[Dan Morrison es periodista y autor de ‘The Black Nile’.]
5 de junio de 2012
25 de mayo de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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