[Para terminar la guerra contra el terrorismo islámico, Estados Unidos y sus aliados necesitan estrategias diferentes en Afganistán y Pakistán].
[Dilip Hiro] Si la guerra de once años contra el terrorismo fundamentalista debe terminar en victoria, sus líderes deben cambiar su estrategia. De momento, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN han abordado la violencia yihadista en Afganistán y Pakistán como un solo problema, que debe ser resuelto con una sola estrategia.
Pero la victoria requerirá un análisis más matizado de quiénes están dirigiendo la yihad y por qué, ya que los yihadistas no forman un grupo homogéneo.
Palabra árabe, “yihad” tiene varios significados. Se puede referir a la lucha interior de un musulmán para practicar más fielmente las enseñanzas del islam o, en el otro extremo, a una guerra santa librada contra fuerzas extranjeras que amenazan al islam.
En tiempos modernos, la yihad a menudo ha implicado el uso de la violencia contra los gobiernos de líderes musulmanes considerados anti-islámicos; y se ha librado con el objetivo de fundar un estado gobernado de acuerdo a la ley sharia. Hasta hace poco la agenda yihadista era usualmente local.
Esto cambió después de que la Unión Soviética interviniera en Afganistán en 1979. Desde Pakistán, líderes de la yihad anti-soviética llamaron a militantes musulmanes de todo el mundo a unirse a la campaña. En ese momento, con el apoyo de Estados Unidos, Pakistán y Arabia Saudí, la yihad se hizo global.
La victoria de los yihadistas que obligaron a los soviéticos a dejar Afganistán en 1989 condujo a la formación de al Qaeda, la que bajo la dirección de Osama bin Laden se propuso crear un ancla global para los yihadistas locales. Durante su refugio de cinco años en Afganistán, bin Laden trabó amistad con el mulá y líder talibán Mohammed Omar, que logró que Omar adoptara la yihad global como el ancla de su movimiento ideológico. Eso duró hasta el 11 de septiembre de 2001.
El apoyo de Omar a al Qaeda, y el refugio que brindó a bin Laden, condujo al derrocamiento del Talibán por tropas de Estados Unidos y sus aliados. Desde entonces, escarmentado por la intensa arremetida de tropas de la OTAN bajo mando de Estados Unidos, Omar retornó a un programa mucho más local de la guerra santa y dijo repetidas veces que si el Talibán recuperaba el poder en Afganistán, no permitiría que las organizaciones yihadistas extranjeras operaran allá.
Al mismo tiempo, Omar también ha atenuado su retórica contra el presidente afgano Hamid Karzai, y el Talibán ha reconsiderado su temprana prohibición de la fotografía y la música, y ahora usan DVDés y cintas de música como herramientas de propaganda. Estos cambios, junto con el arraizado resentimiento de la presencia de tropas estadounidenses que siente la mayoría de los afganos, han llevado a muchos en el país a mostrarse más receptivos a la propaganda talibán.
Considerando todo esto, sería difícil eliminar el moderado yihadismo afgano que se ha fundido con un nacionalismo que es imposible erradicar. Por ello deben encontrar medios para contenerlo.
Es por esto que cualquier resolución de la guerra afgana debe implicar acerarse al Talibán e intentar atraerlos a un acuerdo para compartir el poder en Afganistán después de 2014. La reciente firma del presidente Obama de la asociación estratégica afgano-estadounidense con el gobierno de Karzai daría a los dos presidentes mayor confianza en las negociaciones con el Talibán si y cuando estas sean reanudadas.
El reto que debe superar Occidente en Pakistán exige una aproximación diferente. En Pakistán, los líderes de al Qaeda y sus aliados se han establecido en el semiautónomo cinturón tribal a lo largo de la frontera afgana, y siguen comprometidos con la causa yihadista global. El respeto a la soberanía de Pakistán quiere decir que las tropas de la OTAN no tienen la misma libertad que tienen en Afganistán para poner coto al yihadismo militante.
Entre otras cosas, los líderes de al Qaeda fugitivos en Pakistán inspiraron el auge del Talibán paquistaní, el que se ha fijado como blancos la seguridad del estado y la agencias de inteligencia. Controlar a estos yihadistas sigue siendo la tarea exclusiva del gobierno paquistaní, cuyas tropas están siendo entrenadas en tácticas de contrainsurgencia bajo la instrucción de fuerzas especiales estadounidenses y británicas. El Talibán paquistaní está en uno de los extremos del espectro yihadista; en el otro están los partidos islamitas legales, que participan en la política electoral.
En Pakistán, las raíces del yihadismo de hoy –militante y moderado, global y más orientado a la localidad- se remontan al gobierno del dictador militar, general Zia ul-Haq de 1977 a 1988.
Islamita acérrimo, el general Zia se propuso islamizar el estado y la sociedad paquistaní. Se aseguró de que los libros de texto en escuelas y universidades no contradijeran los principios islámicos, e introdujo severos castigos de la sharia para actos como beber alcohol, robar y el adulterio. Este proceso fue acompañado por una incesante propaganda islámica en mezquitas locales y en los medios de radiotelevisión del estado.
La generación de estudiantes que egresaron durante el orden educativo islamizado da Zia se ha incrustado ahora en los niveles medio y alto de los servicios de seguridad e inteligencia, así como en la administración y en el poder judicial.
Políticamente en las áreas urbanas las organizaciones islámicas gozan de un amplio apoyo en la clase media baja y media y en la clase trabajadora, que pueden echarse a la calle por cualquier tema relacionado con el islam. No sorprende pues que siempre que hay conflictos entre el poder de la calle y la autoridad electoral, el primero triunfa.
Por otro lado, los militantes yihadistas cometieron un grave error en su estrategia. Han atacado no solamente a los no musulmanes y los símbolos del pensamiento occidental en Pakistán, sino también a los musulmanes chiíes del país y a los seguidores sufí del islam místico.
Aunque el yihadismo paquistaní es más difícil de controlar debido a su naturaleza dual, los militantes yihadistas cometieron un grave error al abrir varios frentes simultáneamente. Esto los hizo vulnerables y sus rivales deberían explotar esa debilidad. De momento el gobierno ha evitado enfrentarse a los yihadistas radicales, en parte debido a que muchos funcionarios creen que un ataque frontal contra ellos podría ser contraproducente, sino también debido a la simpatía de que gozan en círculos militares y entre agentes de inteligencia.
Pakistán debe poner fin a su equivocación y combinar un enérgico rechazo de los yihadistas violentos con una vigorosa campaña de educación, información y propaganda en medios electrónicos estatales y en mezquitas dirigidas por clérigos moderados.
[El último libro de Dilip Hiro se titula ‘Apocalyptic Realm: Jihadists in South Asia’.]
9 de junio de 2012
29 de mayo de 2012
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer