[Es una pregunta que surge a raíz de un incidente en Alaska: ¿qué tan peligroso es el movimiento de milicias paramilitares de extrema derecha?]
[Michael Carey] Una fría tarde de marzo de 2011, tres milicianos fueron detenidos por el FBI cuando compraban granadas de mano y silenciadores en un astillero industrial cubierto de nieve en Fairbanks, Alaska. Los detenidos fueron acusados de conspirar para asesinar a funcionarios federales y de posesión ilegal de armas de fuego y otras.
En la sala del tribunal de Anchorage el lunes, un jurado condenó a Schaeffer Cox, 28; Coleman Barney, 37; y Lonnie Vernon, 56, por la mayor parte de las dieciséis acusaciones de la fiscalía federal. El juicio, con 75 testigos y novecientas pruebas, duró más de un mes.
En la época el caso parecía más comedia que drama. Los jurados se enteraron de la existencia de un gobierno en las sombras que se había reunido en un restaurante Denny’s y de un caudillo de una milicia que mencionó a Mohandas Gandhi, el Reverendo Martin Luther King Jr. y Nelson Mandela como modelos a seguir.
Pero el juicio también planteó una pregunta: ¿cuán peligroso y extendido es el movimiento de las milicias paramilitares estadounidenses?
La acusación del gobierno contra Cox, Vernon y Barney fue respaldada por cintas de video y audio hechas por informantes que se infiltraron en la Alaska Peacemaker Militia, una organización paramilitar que, como las milicias de extrema derecha de otros estados, insistió en que sus miembros eran seguidores de la venerable tradición estadounidense que permite que sus ciudadanos anden armados para proteger sus hogares.
El dirigente del grupo, Cox, era el hijo educado en casa de un ministro bautista. Vernon, camionero, se unió al grupo después de que el Servicio de Impuestos Internos lo empezara a perseguir por no pagar los impuestos durante varios años. En lugar de colaborar con el SII para buscar una solución, compró armas, se convirtió en sargento en la milicia de Cox y se preparó para la guerra contra el gobierno. Barney, un mormón con una excelente reputación como electricista, hombre de familia y miembro de la iglesia, era el menos verosímil de los reclutas de la milicia. Sin embargo, Barney ayudó a tramar el plan 2-4-1 de la milicia. Si estallaba la violencia, la milicia mataría de dos funcionarios o agentes de gobierno por cada miliciano abatido.
Los alasqueños se cuentan entre los dueños de armas de fuego más entusiastas del país, pero los seguidores de Cox llevaron su manía a otro nivel. Vernon tenía en su casa lo que el fiscal Steven Skrocki llamó un “cuasi-arsenal”: armas semiautomáticas, pistolas y municiones en todos los cuartos, además de una armadura, cascos y cuchillos. En el dormitorio de Vernon encontraron armas de fuego de él y su esposa, Karen, presumiblemente para defenderse en caso de ser atacados durante la noche.
Vernon y su esposa escribieron lo que la fiscalía llamó “cartas de despedida” para ser leídas por sus amigos después de su muerte –presumiblemente a manos del gobierno. Las cartas resumían sus quejas y su desprecio del gobierno. En conversaciones grabadas oídas durante el juicio, se pudo oír a Lonnie Vernon vociferando que mataría a los jueces. En un momento más ligero, le dijo a un informante que creía que había un túnel secreto del gobierno para viajar en el tiempo entre Washington, D.C., y Nuevo México que permitía que los viajeros hicieran el viaje en segundos.
Los hombres cazaban, pero cuando hablaban sobre armas la mayor parte del tiempo hablaban sobre las diseñadas para matar a humanos, incluyendo granadas de mano, lanzagranadas y fusiles. Tenían tres escondites de armas en el área de Fairbanks.
A Cox, el autonombrado comandante de la milicia, le gustaba citar o aludir a Washington, Jefferson, Sam Adams, John Locke, Moisés y varios personajes de la Biblia. En el estrado de los testigos citó a tres hombres con los que se identificaba: Gandhi, King y Mandela.
Cox rechazaba las instituciones legítimas e intentó crear las suyas propias. Ante una audiencia en Montana se jactó de que había fundado su propio estado. Renunció a la ciudadanía en un formulario hecho por él mismo y modificó su licencia de conducir para mostrar que era un “ciudadano soberano”. Redactó un documento con un sonoro vocabulario del siglo dieciocho proclamando que él era su propio país.
Cox y Barney también organizaron un tribunal de derecho común en el cuarto trasero del Denny’s local. Allá un jurado de más de veinte hombres y mujeres declararon a Cox inocente de dos delitos que le habían traído problemas con la ley en Alaska y falló a favor de Cox y contra el ayuntamiento de Fairbanks, fijando una indemnización de 32 millones de dólares.
Cox y sus hombres eran ciertamente peligrosos. Tenían tantas armas y estaban tan enfadados y paranoicos que podrían haber provocado un enfrentamiento violento casi por accidente. Pero sus abogados alegaron que el delito más grave que habían cometido era que hablaban demasiado: se permitían hablar con hipérboles porque los protegía la Primera Enmienda.
En eso, no eran los únicos. Numerosos grupos paramilitares en Estados Unidos hablan sobre los males del gobierno federal, sobre el deber patriótico de proteger la Constitución, sobre el inminente caos económico que obligará a la gente a protegerse a sí misma.
Pero Cox fue más allá de eso: tan lejos que perdió la lealtad de muchos de sus simpatizantes, que abandonaron la organización o se negaron a asociarse con él. Para cuando fue detenido, Cox no contaba más que con un puñado de partidarios.
El “movimiento” de Cox era insostenible, lo que quizás nos diga algo sobre las posibilidades de que una milicia como la suya se convierta en un peligro nacional. Sí, hay estadounidenses dispuestos a declarar una guerra violenta contra su propio gobierno. El atentado en Ciudad de Oklahoma en 1995 lo confirma. Pero el número de miembros –son casi todos hombres- dispuestos a ir a la guerra es probablemente pequeño. Son peligrosos en gran parte debido al daño que unos pocos individuos determinados pueden causar con armas modernas.
Se necesita una tóxica dieta de rabia, frustración, ideología, creencias y negación para hacer lo que hizo la Alaska Peacemaker Militia. También se necesita algo de delirio. El escritor Peter De Vries describió una vez la realidad como eso que no desaparece por más que uno quiera. Schaeffer Cox, Coleman Barney y Lonnie Vernon no pudieron hacer desaparecer al gobierno federal. Hoy son prisioneros de ese gobierno.
[Michael Carey es columnista de Anchorage Daily News y anfitrión de ‘Alaska Edition’, un programa seminal de temas públicos en Alaska Public Television].
26 de junio de 2012
22 de junio de 2012
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer