[Estados Unidos] [Para seguir existiendo en un mundo que deja crecientemente de asistir a los templos de la cristiandad liberal, esta debe ofrecer a los fieles algo más que no ofrezcan ya los liberales no religiosos].
En 1998, John Shelby Spong, entonces el controvertido obispo episcopal de Newark, publicó un libro titulado ‘Why Christianity Must Change or Die’. Spong era un personaje excepcionalmente radical –durante su carrera rechazó casi todos los elementos de la fe cristiana tradicional como supersticiones- pero líderes más recientes de la Iglesia Episcopal también han compartido sus premisas. Así, su iglesia ha pasado las últimas décadas cambando y cambiando, convirtiéndose desde el serio pilar que fue de la cultura WASP en una de las organizaciones cristianas más declaradamente progresistas de Estados Unidos.
Como resultado, hoy la Iglesia Episcopal se ve gruesamente como se vería el catolicismo romano si el Papa Benedicto XVI adoptara de repente todas las reformas pedidas al Vaticano por teólogos y católicos liberales. Todavía tiene sacerdotes y obispos, altares y ventanales con vitrales. Pero es tan flexible que parece indiferente al dogma, tolerante de la liberación sexual en casi todas sus formas, dispuesta a fundir el cristianismo con otros credos, y ansiosa de restar importancia a la teología a favor de causas políticas laicas.
Sin embargo, en lugar de atraer a una demografía más joven y tolerante, el proceso de desaparición de la Iglesia Episcopal continúa inexorablemente. La semana pasada, mientras la Casa de Obispos de la iglesia aprobaba un rito para bendecir las uniones homosexuales, en la blogosfera religiosa circulaban las cifras de la asistencia a la iglesia episcopal para 2000-2010. Las estadísticas mostraban algo entre un decline y un colapso: en los últimos diez años, la asistencia dominical promedio bajó en un veintitrés por ciento, y no se observó ningún aumento de la asistencia en ninguna diócesis episcopal en el país.
Este decline es el último capítulo en una historia que se remonta a los años sesenta. Las tendencias desatadas en esa era –no sólo la revolución sexual, sino también el consumismo y el materialismo, el multiculturalismo y el relativismo- provocaron una crisis en el cristianismo, y condujo a décadas de debate sobre cómo conservar relevantes y vitales las iglesias del país.
Los creyentes tradicionales, tanto protestantes como católicos, no prosperan necesariamente en este entorno. Las organizaciones cristianas más exitosas han sido a menudo políticamente conservadoras, aunque teológicamente superficiales, predicando un evangelio de salud y riqueza antes que todo el mensaje del Nuevo Testamento.
Pero si la cristiandad conservadora ha estado a menudo en dificultades, la cristiandad liberal simplemente se ha derrumbado. Prácticamente todas las confesiones –metodista, luterana, presbiteriana- que han tratado de adaptarse a sí mismas a los valores liberales contemporáneos han vivido un desplome parecido al de la iglesia episcopal. Dentro de la Iglesia Católica las órdenes religiosas más progresistas también han fracasado a la hora de generar las vocaciones necesarias para sostenerse a sí mismas.
Tanto los liberales religiosos como los laicos han sido los primeros en reconocer esta crisis. Líderes de iglesias liberales han alternado entre bravatas que subestiman la crisis y una extraña santurronería sobre su inminente extinción. (En una entrevista de 2005, la obispo presidente de la Iglesia Episcopal explicó que los miembros de su confesión valoraban demasiado “la administración del planeta Tierra” como para reproducirse a sí mismos.
Entretanto, los comentaristas liberales saludaron estas formas de cristiandad consistentemente como un modelo para el futuro sin tomar en cuenta su decadencia. Pocos de los indignados críticos de la investigación del Vaticano sobre las monjas progresistas mencionaron el hecho de que Roma había intervenido porque de otro modo las congregaciones en cuestión es muy probable que desaparezcan en una generación. Todavía menos observaron las consecuencias de este eclipse: debido a que el catolicismo progresista no ha logrado inspirar una nueva generación de hermanas, los hospitales católicos en el país están pasando a manos de administradores más centrados en la rentabilidad, con las inevitables consecuencias para su vocación de servicio a los pobres.
Pero si los liberales deben adaptarse a estos fracasos, los conservadores religiosos no deberían ponerse petulantes. La idea definitoria de la cristiandad liberal –de que la fe debe espolonear la reforma social tanto como la conversión personal- ha sido una fuerza inmensamente positiva en nuestra vida nacional. Nadie desea su extinción, ni un mundo donde la cristiandad sea la propiedad exclusiva de la derecha política.
Lo que deberíamos anhelar, en realidad, es que la cristiandad liberal recobre la razón religiosa de su propia existencia. Como ha señalado el académico liberal protestante Gary Dorrien, la cristiandad que animaba causas como el Evangelio Social y el movimiento por los derechos civiles era mucho más dogmática que la fe liberal de hoy en día. Sus líderes tenían una “fuerte base en el estudio de la Biblia, las devociones familiares, la oración personal y el culto”. Argumentaban a favor de la reforma progresista en el contexto de “un Dios personal transcendente… la divinidad de Cristo, la necesidad de la redención personal y la importancia de las misiones cristianas”.
Hoy, en contraste, los líderes de la Iglesia Episcopal y organizaciones similares a menudo no parecen ofrecer nada que no se pueda encontrar en el liberalismo únicamente laico. Lo que sugiere que quizás deberían, en medio de sus frenéticas renovaciones, hacer una pausa y considerar no sólo qué deberían cambiar en la cristiandad histórica, sino qué deberían defender y ofrecer incondicionalmente al mundo.
Sin esa reconsideración, su destino es casi cierto: cambiarán, cambiarán, y morirán.
19 de julio de 2012
15 de julio de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer