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[Claudio Lísperguer] [En Brasil, según nuevas cifras, sólo el 30% de los perros de la calle son abandonados; el resto, son perdidos. La descripción de la realidad de los chuchos en situación de calle determina las soluciones que se propongan].

Desde hace unos años, nuevas investigaciones sobre los perros en situación de calle demuestran que la mayoría de ellos son perros extraviados o perdidos, no abandonados –como es el caso en Inglaterra, donde la mayoría de los perros perdidos son mascotas extraviadas o fugadas y una minoría abandonadas y Estados Unidos. En Campinas, Brasil, datos recientes proporcionados por el diputado Feliciano Nahimy Filho, revelan que de los perros de la calle sólo el treinta por ciento son abandonados; el setenta por ciento son extraviados. Es muy probable que este también sea el caso en Chile y otros países.
Estas son cifras y realidades que se vienen conociendo desde hace algunos años. Sin embargo, mucha gente, entre ellos autoridades e incluso activistas animalistas, persisten en describir a los perros callejeros exclusiva o preponderantemente como abandonados. El perro perdido, por alguna razón misteriosa, molesta (véase mérici). Algunos incluso rechazan agresivamente los nuevos hallazgos y atacan derechamente a quienes los difunden. Para ellos, por encima de toda realidad, los perros de la calle deben seguir siendo abandonados. Nada les convencerá. Aparentemente despojarse de las viejas creencias (porque la idea de que los perros de la calle son en su mayoría abandonados es una creencia que no se sustenta en ninguna investigación seria) para adoptar una acorde con los resultados de nuevas investigaciones es aparentemente algo similar a admitir una derrota en algún campo de batalla.
Describir la realidad de los perros de la calle como perdidos o abandonados suscita soluciones diferentes. Las autoridades prefieren, en general, describirlos como abandonados. Así, es más fácil y cómodo decir que la responsabilidad es de las personas que los abandonaron, y como son renuentes a hacerse cargo, la solución que adoptan es castigar la irresponsabilidad de esos dueños mediante el exterminio de los perros –como en la comuna de San Joaquín y otras, donde las autoridades edilicias ordenan en secreto la comisión de estos crímenes. De algún modo, en opinión de algunos energúmenos, estos asesinatos parecen justificados. El razonamiento parece ser: ¿Por qué debe la comunidad encargarse de la irresponsabilidad de otros? ¿Por qué debe la comunidad destinar dinero que necesita para cosas más urgentes en solucionar los problemas creados por irresponsables? Y la solución que proponen, aunque en secreto (porque es un delito y porque la ciudadanía está más sensible), es la matanza.
Aceptar que son perdidos implica reconocer una tragedia familiar en la que atribuir responsabilidades no justifica la indiferencia. Los perros suelen fugarse. Se pierden a menudo. Se puede entender el dolor de la familia que lo ha extraviado, los sentimientos de culpa de sus integrantes, y se puede uno imaginar la angustia del chucho perdido. Perder a un perro es como perder a un niño de la familia. Cuando se reconoce al chucho perdido en la calle, sabes de inmediato que hay una familia buscándolo. Muchas personas piadosas reaccionan tratando de consolar al perro extraviado, o de alimentarlo, o de tranquilizarlo y esperar para ver si aparece algún miembro de su familia humana. Frente al perro perdido, es más difícil cruzarse de brazos justificándose en que es responsabilidad del dueño.
Aun en estos casos, las autoridades persistirán en insistir en que incluso el extravío de un perro es responsabilidad de los dueños y que a fin de cuentas un perro perdido es lo mismo que un perro abandonado. A veces la solución que proponen es educar a la gente en lo que llaman tenencia responsable. Pero, solución o no, estas son proposiciones cuyos resultados sólo se pueden apreciar en el largo plazo y, entretanto, los perros, perdidos o no, siguen en la calle, solos, expuestos a peligros como ser atropellados, contraer enfermedades, ser mordidos por otros perros, ser agredidos por humanos, pasar hambre y frío –mientras que es evidente que un proyecto más eficaz y de resultados más inmediatos sería la creación de medios y espacios para facilitar el rencuentro entre el animal perdido y su familia humana y, en segundo lugar, la búsqueda de una familia adoptiva cuando, después de un periodo razonable, no se pueda localizar o identificar a la familia humana o si esta lo rechaza. Lo sorprendente es que también hay organizaciones animalistas que rechazan la conclusión de que los perros en situación de calle son perdidos y no pueden por ello proponer soluciones pertinentes.
Todo esto también lo sabemos hace tiempo. Se intuye por qué las autoridades insisten en describir una realidad imaginaria. Sin embargo, la persistencia entre la población de un punto de vista que la realidad desmiente (que los perros de la calle no son mayoritariamente abandonados) y sobre todo la vehemencia y agresividad con que se defiende, creo que pueden ser explicadas por otros motivos quizá más psicológicos. Si una persona describe a un perro como abandonado, con sólo describirlo así destaca su propia bondad. “Los que abandonan a los perros son gente mala. Yo jamás haría eso. Yo soy buena”. El punto de vista te deja bien y no te obliga a nada, porque evidentemente tampoco esa persona va a querer encargarse de un problema creado por un irresponsable. El perro, pues, se queda en la calle y la persona se puede marchar sin ningún remordimiento.
En cambio, si se reconoce que el perro es perdido, la persona no se puede desprender fácilmente de la situación. Tal como si se tratase de un niño perdido, nos veremos obligados moralmente a buscar a sus padres o dueños, o a encargarnos de otro modo: llevarlo a casa y seguir buscando a los dueños (si no tiene collar, pegando carteles en el lugar donde se lo encontró, subiendo su foto a la red). O, de otro modo, finamente tendrás que darte cuenta que la solución también pasa por ti y que la solución necesita tu colaboración. En ausencia de servicios de control municipales o de una policía animal (que en otros países se encarga de detectar a los perros perdidos y buscar a sus familias humanas), aquí se requiere que nos organicemos sea para encontrar a sus familias o para encontrarles nuevas familias adoptivas. Si finalmente no puedes hacer nada por el chucho extraviado, te irás a casa apesadumbrado pensando en lo doloroso y trágico que es perder a un ser querido. La persona que lo cree abandonado, en cambio, volverá a casa casi con un sentimiento de triunfo: el incidente confirma que ella es buena y que nadie puede obligarla a hacerse cargo de la irresponsabilidad de un desgraciado. “¿Qué se habrá creído?”
Quizás sea un mecanismo aberrante de compensación, pero persistir en la creencia de que los perros son abandonados permite desviar la vista y desentenderse, mientras que si se acepta que son perdidos, las dificultades que puedes encontrar al tratar de ayudarlo pueden ser insuperables o demasiado dolorosas como para reconocerlo. Por eso para muchos será mejor seguir insistiendo en que los perros de la calle son abandonados, pese a las evidencias y a las investigaciones. Y esta defensa de una realidad imaginaria, y su suplantación por otra conveniente, impiden buscar y encontrar las soluciones adecuadas para los chuchos en situación de calle.
[Foto viene del blog Himajina].
lísperguer

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