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[Claudio Lísperguer] [Las categorías utilizadas para describir la realidad de los perros, que provienen de metodologías empleadas en el extranjero por organismos dedicados al resguardo de la salud humana, son inadecuadas y obstaculizan la formulación de políticas coherentes].

El 27 de julio recién pasado se celebró el Día del Perro Callejero, que fue la ocasión para que algunos medios de prensa dedicaran atención al tema. Dos de estos comentarios me llamaron la atención. El primero es un corto artículo en La Tercera, que causa la impresión de que informa sobre una nueva investigación o una investigación actualizada de la organización ProAnimal -“según cifras de ProAnimal”-, aunque una búsqueda en la página web de la organización fue totalmente inútil. La verdad es que esas cifras provienen de la investigación de Fabián Espínola, ‘Demografía canina y características que definen estrategias’, que se remonta a 2004, y que se puede consultar en el documento de CEFU, ‘Propuesta CEFU sobre control canino’, Anexo IV, de 2005 y actualizado aparentemente en noviembre de 2007. Esto quiere decir que muy probablemente las cifras (que muestran para la Región Metropolitana (Chile) un millón 250 mil perros) ya no se corresponden con la realidad, y no se puede presumir que ahora haya más, ni menos). Según los cálculos de Espínola, la población de perros de la calle, o mejor dicho, en la calle, ascendía en 2004 a cerca de un millón de perros. Hoy se encuentran en la prensa cifras derechamente extravagantes e inverosímiles: doce millones de perros vagos, han dicho algunos. Otros calculan tres millones. Otros, cuatro. Pero muchas de estas cifras ni provienen de sondeos ni son cálculos informados.
ProAnimal, según parece, utiliza la investigación de Espínola, pero sin actualizar ni las cifras ni sobre todo la clasificación de los perros. En la metodología empleada por Espínola, y que repite la autora del artículo, pero atribuyéndolo a ProAnimal, los perros son divididos en supervisados –vale decir, con dueño; el 16 por ciento; callejeros –que tienen dueños, pero andan en la calle; el 52 por ciento-; comunitarios –viven en la calle en lugares específicos y son alimentados por los vecinos; el 8,9 por ciento-; y abandonados –el 21 por ciento. Esta clasificación se deriva aparentemente de la utilizada por Organización Mundial de Sanidad Animal, que se remonta a varias décadas. Hoy es un orden de clasificación incompleto e inadecuado. Llamar callejeros a los perros con dueño, pero que circulan libremente en sus barrios, es equívoco, y es simplemente inapropiado ponerlos junto con los perros abandonados y perdidos. Es como llamar huérfanos a los niños menores de diez que se vea en la calle sin sus padres. La categoría “perros abandonados” es la más problemática. En investigaciones recientes (y no tan recientes) en países como Inglaterra, Estados Unidos y Brasil (véase Lísperguer) se incluye la categoría de “perros perdidos”, que en realidad son la mayoría de los perros callejeros. No todos los perros en la calle son abandonados ni “callejeros” (en el sentido de la OIE, es decir, con dueño): la mayoría de ellos son perros perdidos. Estas clasificaciones (que parecen más políticas que profesionales) deben ser actualizadas y repensadas para que se adecúen mejor a la realidad chilena.

Otro problema con estas declaraciones de ProAnimal es que las descripciones de cada categoría no parecen corresponder a la situación de los perros de la calle en Chile sino que muy probablemente se derivan de descripciones de perros callejeros en India y otros países asiáticos. Describir al perro abandonado chileno como en condiciones paupérrimas es tremendamente exagerado. Es verdad que, debido al abandono, están expuestos a ataques de otros perros y sobre todo de humanos, a contraer enfermedades, a pasar hambre y frío, etc. Pero muchos de ellos –la mayoría de ellos en las ciudades- son cuidados por voluntarios (que llamamos tutores o, cariñosamente, viejas locas), que los alimentan, llevan al veterinario, etc. No estoy con esto negando que todavía haya numerosos perros que son abandonados en parajes apartados y que efectivamente viven en condiciones paupérrimas y presentan condiciones de salud deplorables. Pero felizmente son los menos y su descripción no se puede aplicar a la generalidad de los perros callejeros en el país.
El uso de categorías utilizadas originalmente para describir perros de la calle en países como India distorsiona las descripciones de los perros en Chile. El perro abandonado, dicen los activistas, “recorre las calles sin rumbo”, no tiene “fuerzas para destruir el mobiliario” y no se puede reproducir debido a sus “malas condiciones”. Lo único que demuestran estas afirmaciones es que los autores no tienen la menor idea de etología. Deberían saber que los perros son habitualmente sociales y territoriales: vale decir, ocupan un territorio que reclaman y defienden. Están lejos de andar recorriendo sin rumbo las calles. Que no destruyen el mobiliario, que es precisamente una de las quejas más frecuentemente oídas y motivo que esgrimen las autoridades para implementar políticas de desalojo de los perros de los cascos urbanos históricos, ciertamente no describe la realidad chilena. Y que no se pueden reproducir debido a sus malas condiciones es igualmente una terrible exageración. Ser perro vago o abandonado no es una condición ontológica, sino una situación que puede ser temporal. Algunos dueños abandonan a sus perras cuando estas quedan preñadas. Algunas perras en la calle siguen preñándose hasta que sus tutores las esterilizan. Y ocurre cada vez más frecuentemente que los perros de la calle son esterilizados y castrados por sus tutores.
En fin, estas descripciones fantásticas parecen sacadas directamente de los panfletos que distribuye la WSPA en otros continentes (la WSPA, que tiene funcionarios en Chile, es un consorcio controlado por la industria ganadera y colegios veterinarios que, naturalmente, defienden sus propios intereses) y no reflejan para nada la situación de los perros en Chile.

Una consecuencia de descripciones deficientes de fenómenos que al pasar de un país a otro terminan siendo imaginarios, es que se ponen esas organizaciones en una posición que les impide formular políticas coherentes y ajustadas a una realidad que desconocen. ¿Cómo proponer medidas efectivas para evitar el extravío de los perros, así como para facilitar su rencuentro con sus familias humanas, si el fenómeno mismo del perro perdido es desconocido y hasta negado, incluso agresivamente? Con el tiempo, efectivamente, un perro que fue de primeras perdido, pasa a integrar el campo de los perros abandonados. Pero mientras que la solución para los perros perdidos, si se actúa con prontitud, es facilitar su rencuentro con su familia humana (abriendo páginas web a nivel comunal con fotos y circunstancias de los perros perdidos, creando un cuerpo municipal de policía animal, incorporando a voluntarios, estableciendo la identificación obligatoria de los perros, fundando equipos de búsqueda profesionales), para los abandonados la solución es la búsqueda de familias adoptivas. Para ambos casos la creación de refugios temporales, idealmente pequeños –familiares, si se quiere-, es tan ineludible como el fomento de la participación ciudadana.

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Bajo el título “Jaurías: los perros vagos se vuelven salvajes”, y con el subtítulo “Voraces, salvajes y a veces asesinos”, el diario Las Últimas Noticias publica una nota que es derechamente infame y enteramente falsa. El artículo gira sobre los perros de la calle en la localidad de Las Vertientes, en el Cajón del Maipo, cerca de Santiago, pero pese al escandaloso título, no pareciera que, aparte las naturales molestias que pueden ocasionar los perros en situación de calle (dicho sea de paso, el articulista no menciona para nada que lo más grave es la situación de abandono y los sufrimientos que deben padecer estos perros), “en la municipalidad de San José de Maipo no constan denuncias de incidentes graves”. El título, pues, no se refiere a ninguna realidad sino a la “posibilidad latente de que se formen jaurías”. Y los perros “se agrupan [en jaurías] para obtener alimento y en el proceso pueden volverse bastante peligrosos”. La implicación no comprobada nunca es que los perros, muertos de hambre, pueden atacar a un humano para comérselo, lo que es igual de idiota que producto de una imaginación morbosa y bruta. Este es un tipo de periodismo tendencioso, fanatizado y mediocre al que nos tienen acostumbrados los diarios del grupo El Mercurio.
Sigue el autor diciendo que “los perros abandonados son un problema importante de salud pública en nuestro país”. “Según cifras oficiales”, dice el diario, “de los cerca de 35.000 incidentes por mordeduras de perro que hay cada año, 30 por ciento corresponde a ataques de bestias sin dueño, lo que implica tratamientos contra la rabia y otras enfermedades”. Este es un problema grave, pero más grave aun es lo que no dice el articulista, y que se deriva de las cifras mencionadas por él mismo: que el 70 por ciento de los ataques corresponde a perros con dueño. (No informa el autor del artículo de dónde saca esas cifras; las cifras recabadas por el seremi de Salud durante el gobierno de la presidenta Bachelet atribuían más del noventa por ciento de los ataques a perros con dueño). En este terreno evidentemente hay mucho que hacer. Normalmente el perro callejero no es ni agresivo ni peligroso para los humanos. Terriblemente más peligroso es el perro llamado guardián, que es destinado a labores de vigilancia sin proveerlo de ningún adiestramiento profesional, lo que muchas veces redunda en ataques injustificados e innecesarios contra humanos y otros animales. Pero nadie obliga a los dueños con perros guardianes a dejar el adiestramiento de sus perros en manos de profesionales para que la defensa del territorio (local comercial, fábrica, parcela) no termine en la muerte de los infractores –que muchas veces son personas despistadas.

Cita el autor luego las cifras del propio ministro de Salud, Mañalich, que se chupa del dedo la cifra de tres millones de perros abandonados, lo que desmiente de inmediato otro entrevistado (el veterinario Héctor Rojas) que fija la cifra en cerca de medio millón (lejos todavía del millón 250 mil perros de ProAnimal y Espínola). Este entrevistado cree que agrava el problema que la gente piadosa –movidos muchos por un imperativo filosófico o religioso inescapable- alimenta a estos perros sin adoptarlos. Mucha gente simplemente no puede adoptarlos, pero tampoco puede hacer la vista gorda frente al padecimiento de los chuchos. Ciertamente, no se le puede pedir a un cristiano ni a una persona simplemente decente, que haga la vista gorda frente al sufrimiento. Empero, tiene toda la razón el veterinario en que, como sugiere, una estrategia vital para sacar a los perros abandonados en la calle y evitarles mayores sufrimientos es su adopción por familias humanas. Lo han entendido algunas organizaciones genuinamente animalistas, pero hay aún muchos que desdeñan lo que otros vemos como una estrategia crucial: sin un programa sistemático y sostenido de adopción, y la participación activa de la ciudadanía, no es posible sacar a los perros abandonados y perdidos de la calle para ofrecerles otra vida en el seno de una familia humana que los integre como otros de sus miembros.
lísperguer
[Foto viene de La Nación].

2 pensamientos en “de dónde vienen los perros vagos

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