[Tras el ataque del 29 de julio contra un celador del zoológico de Santiago, en el debate que provocó su sacrificio no se tocó apenas el tema del instinto, al que culpan de la reacción del tigre].
[Claudio Lísperguer] En el debate que surgió sobre la muerte del tigre blanco1 del Zoológico Metropolitano de Santiago, una de las declaraciones más impresionantes, y menos discutidas, fue la del director del recinto, que explicó el ataque que casi le costó la vida a un funcionario diciendo que “es importante destacar que se trata de animales salvajes que en toda circunstancia reaccionan regidos por sus instintos” (en La Nación; véase también Mérici). No se han comunicado al público todos los detalles de este incidente. Se ha constatado una infracción del protocolo por parte del funcionario, que entró a la jaula del tigre, pero según parece esto lo hacía habitualmente y el felino no lo había atacado antes. No se ha investigado si junto con la imprudencia del funcionario haya provocado este, quizá inconscientemente, la agresión del animal. Tampoco sabemos nada sobre la conducta del animal ni las circunstancias de su encierro en los últimos meses, o desde que llegó a Santiago desde Buenos Aires en 2007.
Estas preguntas son pertinentes porque es sabido que los animales en cautiverio suelen sufrir estrés y formas de deterioro emocional que puede llevarlos a atacar a los humanos encargados de su cautiverio. Según el etólogo Ellenberger (en Mérici) “los pacientes o residentes de centros de confinamiento prolongado, como cárceles, campos de concentración, sanatorios y hospitales psiquiátricos, presentan síntomas psicopatológicos comunes. También los animales de zoológico presentan esos síntomas”. El deterioro emocional en los animales se advierte en síntomas como “severas crisis de ansiedad, repentinos y violentos estallidos contra los guardas u otros miembros de su especie, y ataques de autodestrucción”.
La idea de que se hace el director del zoológico de que el ataque fue motivado por el instinto del felino, vale decir que fue un ataque esencialmente inmotivado o inexplicable, también la adoptan muchas otras personas y es el punto de vista de muchas instituciones. La organización EligeVeganismo, por ejemplo, tras deplorar la muerte del tigre Pampa, declaró que el tigre “es un depredador general; animal con un sentido de territorialidad muy definido y conservan sus instintos y costumbres más allá de los entrenamientos de manejo a los que son sometidos”. Aunque EligeVeganismo pone en duda la necesidad del zoológico, no cuestiona el carácter instintivo del ataque: “Es hora de tomar en cuenta esta clase de hechos y asumir que ningún animal estará cómodo dentro de su cautiverio. La realidad amable que nos muestran los zoológicos no es nada más que una ilusión y queda en evidencia cuando, ante casos como éste, un animal que no eligió permanecer en exhibición debe pagar con su propia vida por actuar de acuerdo a sus instintos”.
¿Qué es el instinto? Según Wikipedia “una pauta hereditaria de comportamiento” que, entre otras características, se encuentran que es común a toda la especie, que se explica por sí mismo (esto, estrictamente, no quiere decir nada), que “posee finalidad adaptativa” y cuyo primer paso es la “percepción de la necesidad”. Esta definición muy probablemente no se aplica a los animales en cautiverio, y es dudoso que se pueda aplicar sin más a los animales en sus nichos naturales. La noción de instinto como un impulso irreprimible e inexplicable, indiferente al entorno y a la historia, ha sido discutida en muchas ocasiones. Magaña, por ejemplo, en su columna en Teleperra, pone en tela de juicio la pertinencia absoluta de la noción de instinto y enfatiza el papel de las historias animales locales y de la relación hombre-animal local en la determinación de la conducta animal. “Los animales también tienen historia, por lo que algunas generalizaciones que apelan a lo instintivo pueden tergiversar la realidad tan local de muchas especies. Desgraciadamente a muchos humanos interesa que, al tratar de animales, se olvide la historia y se pretenda que sus conductas son inmutables e indiferentes a cualquier relación. Así justamente se les convierte en animales: expulsándolos de ámbitos como la historia, la cultura y la psicología se les priva de todo lo que pudiera hacérnoslos ver como personas” (en ‘Los animales y sus propias historias’).
El autor describe en otra columna (‘Encuentro conmovedor’) el rencuentro entre dos humanos y un león que llevaban sin verse más de diez años: “Vi en un documental un televisión una conmovedora historia sobre la relación de una pareja de zoólogos que habían vivido en un centro de rescate en un país de África y se encargaban de un león. Se habían marchado de ese lugar, al que no habían vuelto en los últimos diez años, y, conociendo los parajes por donde rondaba el león, el que, entretanto, había sido liberado, el hombre y la mujer se acercaron, acompañados por un camarógrafo. No sabían si el león los reconocería, y cómo reaccionaría ante el encuentro. Pues ni bien los ve, el león se acerca a la pareja y abraza literalmente al hombre, poniendo su cabeza sobre su hombro, en lo que parece un gesto evidente de reconocimiento y un afecto expresado en conductas que son mutuamente reconocibles” (misma fuente). Y compara este encuentro (en ‘Un animal enjaulado’) con otro, en el que la dueña, celadora y domadora de un zoo privado que terminó siendo atacada por el animal, que le comió parte del tórax y la cara. La nota en la prensa explica el ataque diciendo que el tigre, encerrado en un apretujado laberinto de jaulas, llevaba varios días sin comer, pero no relaciona el ataque con lo que debe haber sido una relación horrible con la mujer, que era domadora y, antes de caer en desgracia, montaba violentos espectáculos en los que los felinos debían cruzar, so pena de latigazos, aros envueltos en llama. “El tigre la debe haber odiado siempre. En cambio, la pareja en África cuidaba y mimaba a un león, que seguramente sufrió muchísimo su partida, que debe haber sido para él, muy inexplicable”, concluye el autor en ‘No es el instinto, sino la relación’ (misma fuente), enfatizando nuevamente que es la relación con los humanos lo que determina la conducta animal hacia los humanos.
Por esto es sorprendente que el propio director del zoológico no logre ver lo que muchos estudiosos ya habían constatado a mediados del siglo pasado, que el zoológico es una institución inaceptable que no se distingue en nada de una cárcel, un campo de concentración o una institución psiquiátrica. Mérici, haciendo suyas las conclusiones de Ellenberger, también argumenta que no es necesario ser tigre para atacar al guardia que te tiene encerrado, que te golpea y alimenta de carne muerta y que es el obstáculo entre tú y el mundo más allá de la jaula. “Encerrados sin motivo atendible por toda la vida en una jaula, lejos de los suyos y de sus entornos naturales e históricos, alimentados artificialmente y mantenidos forzosamente inactivos, sin esperanza alguna de liberación, los tigres, otros animales y los humanos mismos no necesitan de ningún instinto especial para atacar a los que ven como responsables de su encierro. Un humano haría probablemente lo mismo, y viviría esperando la oportunidad de poder deshacerse de sus carceleros y escapar hacia la libertad” (Mérici).
Notas
1 El domingo 29 de julio, un tigre blanco del Zoológico Metropolitano de Santiago, Chile, atacó y dejó gravemente herido a un funcionario del recinto cuando este entró a su jaula a alimentarlo. Tras el incidente se produjo un activo debate sobre el zoológico. Encuestas realizadas en diversos medios indican que la gran mayoría de los encuestados o participantes están a favor de la abolición del zoológico como institución, mientras que otros llaman a su conversión en centros de rescate y rehabilitación animal.
[Foto viene del sitio web Para Ti Taconeras].
lísperguer