[Escritor prolífico e imperiosamente irritante].
[Michael Dirda] Gore Vidal, 86, célebre escritor, tábano cultural y ocasional candidato político, murió de neumonía el martes en su casa en Hollywood Hills, según informó un sobrino. Conocido por su cortesía y su ingenio –“Cada vez que un amigo tiene éxito, yo muero un poco”-, la carrera literaria de Vidal se extendió durante más de sesenta años, y dijo una vez que esperaba ser recordado como “la persona que escribió las mejores frases de su época”.
Era un hombre de letras asombrosamente versátil y prácticamente el último gran escritor de los tiempos modernos en haber servido en la Segunda Guerra Mundial. Después de resolver, a los veinte años, que viviría de su pluma, Vidal escribió obras para la televisión y Broadway, incluyendo el drama político clásico ‘El mejor hombre’ [The Best Man], colaboró en guiones como ‘Ben-Hur’, la película épica de 1959 con Charlton Heston en el papel estelar, y se hizo famoso por su divertida novela ‘Myra Breckinridge’, sobre un transexual que es fanático del cine.
Vidal también recibió elogios de académicos, críticos y lectores por sus novelas históricas, como las exitosas ‘Juliano el apóstata’ [Julian]’, ‘Burr’ y ‘Lincoln’, y el crítico inglés Jonathan Keates lo llamó “el más elegante ensayista del siglo veinte”. ‘United States’, que recoge los ensayos de Vidal sobre arte, política y él mismo, recibió en Premio Nacional del Libro en 1993. Por escrito o en televisión –fue un frecuente invitado de programas de entrevistas-, el mundano Vidal provocaba polémica con su postura permisiva de todo tipo de sexualidad, su bien razonado rechazo del imperialismo estadounidense y su sofisticado cinismo sobre amor, religión, patriotismo y otras vacas sagradas.
Vidal nació el 3 de octubre de 1925 en West Point, Nueva York, donde su padre, Eugene Vidal, enseñaba aeronáutica en la academia militar. Su madre, Nina, era la aristocrática hija del senador T.P. Gore, de Oklahoma. Bautizado como Eugene Luther Gore Vidal, el escritor desechó sus dos primeros nombres “por razones tanto políticas como estéticas”. Dijo que “a menudo esto ha sido interpretado alegremente como un rechazo de mi padre, al que quería, para convertirme en mi madre, a la que detestaba”.
De hecho, esta hostilidad hacia su madre era tan intensa que Vidal dejó de verla durante los últimos veinticinco años de su vida de ella. Adoraba a su padre, un ex atleta olímpico en el declatón.
El joven Vidal pasó gran parte de su infancia en Washington y estaba particularmente encariñado con su abuelo. El senador era ciego, así que el chico pasaba muchas horas leyéndole en voz alta, inaugurando así una pasión de toda la vida por el conocimiento y los libros.
En su infancia, Vidal adoraba las historias de Frank Baum sobre Oz, las aventuras de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, las fantasías de Nesbit y todo tipo de historias: “El primer libro para adultos que leí por mi propia cuenta fue una edición del siglo diecinueve de las obras de Livio que encontré en la biblioteca de mi abuelo”. A la edad de catorce, escribió, “quería conocer toda la historia del mundo”.
Vidal estudió en la St. Albans School, donde se enamoró de un compañero llamado Jimmie Trimble, que murió en combate en Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial. En sus memorias ‘Una memoria’ [Palimpsest] (1995) y ‘Point to Point Navigation’ (2006), Vidal deja en claro que esta juvenil pasión, interrumpida por la muerte de Trimble, marcó toda su vida: nunca volvió a amar a alguien realmente, aunque disfrutaría de cientos de encuentros sexuales, la mayoría de ellos con extraños anónimos, en los que se deleitaba pero, como insistió repetidas veces, recibió placer sin reciprocarlo nunca, excepto inadvertidamente.
Aunque Vidal mantuvo una relación de más de cincuenta años con su compañero Howard Austen, destacó constantemente que el secreto de la longevidad de la relación no fue “el sexo”. Austen murió en 2003.
De adolescente, Vidal fue enviado al internado de la Phillips Exeter Academy de Nueva Hampshire, donde se graduó en 1943. Antes de proseguir hacia Harvard, el joven de dieciocho años se enroló en el ejército, sirviendo como primer oficial de un pequeño barco de suministro en las islas Aleutianas. Esa experiencia inspiró su primera novela, ‘Williwaw’, que fue publicada en 1946 cuando el autor tenía veinte años y fue ampliamente elogiada.
Después de su licenciamiento del ejército, Vidal decidió eludir la universidad y vivir en Nueva York como escritor de tiempo completo. No pasó mucho tiempo antes de convertirse en amigo íntimo de la escritora Anais Nin, en amigo del dramaturgo Tennessee Williams y el autor de dos novelas más, incluyendo ‘La ciudad y el pilar de sal’ [The City and the Pillar] (1948), un relato sobre dos chicos estadounidenses típicos y lo que entonces era llamado “el amor que no se atreve a decir su nombre”. Aunque el libro es considerado como una obra pionera de literatura gay, su casual aceptación de los impulsos homosexuales ofendieron a algunos críticos –y las siete novelas subsecuentes de Vidal no fueron comentadas nunca por las revistas Time, Newsweek y el New York Times.
Como resultado, Vidal escribió más tarde: “Fui cuidadosamente borrado de la titilante historia de la literatura estadounidense… Hace veinte años, había un estudio académico de quinientos novelistas -¿o quizás eran cinco mil?- verdaderamente americanos desde la Segunda Guerra Mundial. Yo no era uno de ellos. Me pusieron en una nota al pie de página”.
Debido a que la mayor parte de sus obras de ficción de los años cincuenta –incluso obras ahora admiradas, como ‘Mesías’ [Messiah] (1954), el estudio de un culto religioso- fueron comercialmente mediocres, Vidal decidió ganarse la vida escribiendo series de televisión, piezas de teatro para Broadway y guiones de películas. Produjo tres novelas de misterio con el seudónimo Edgar Box, empezando con ’Muerte en la quinta posición’ [Death in the Fifth Position] (1952).
Con el dinero de sus escritos comerciales, Vidal pagó la hipoteca de una grandiosa mansión con columnas griegas llamada Edgewater, ubicada a orillas del río Hudson, cerca de Rhinecliff, Nueva York. Allá organizaba fiestas a las que asistían incipientes notables literarios, como Saul Bellow y Norman Mailer, críticos como Lionel y Diana Trilling, y estrellas de cine como Joanne Woodward y Paul Newman (que llegaron a ser sus mejores amigos).
Con el tiempo, el círculo del escritor llegó a incluir a personajes famosos como John F. Kennedy y la princesa británica Margarita, aunque estaba más cerca del compositor y escritor Paul Bowles y de la leyenda del movimiento beatnick, Jack Kerouac. De hecho, Vidal y Kerouac se sentían físicamente atraídos. Cuando alquilaron un cuarto en el Chelsea Hotel para un encuentro, firmaron con sus nombres oficiales, y Vidal dijo al desconcertado recepcionista que esa página del libro de huéspedes del hotel sería algún día famosa.
Aunque Vidal disfrutaba de una variada vida social y sexual, no abandonaba su trabajo. En Broadway se sacó la lotería con ‘Visita a un pequeño planeta’ [Visit to a Small Planet] (1957), en la que un extraterrestre llamado Kreton aterriza en la Tierra y anuncia que los seres humanos son su pasatiempo. En la pieza trata hábilmente las costumbres contemporáneas y las ansiedades de la Guerra Fría.
El drama político considerado incluso mejor, ‘El mejor hombre’ (1960), que fue nominado a un Premio Tony como mejor obra de teatro, ofrecía una mirada desde dentro al tejemaneje entre dos hombres que compiten por la nominación presidencial demócrata.
Ambas piezas fueron llevadas al cine, la primera con Jerry Lewis en el rol estelar; la segunda con Henry Fonda y Cliff Robertson.
¡Ah, Hollywood!
Como anunciaba Vidal en la primera frase de su tomo de memorias ‘Point to Point Navigation’: “A medida que avanzaba, espero que elegantemente hacia la puerta de Salida, se me ocurrió que lo único que me gustó hacer fue ir al cine”.
Su pasión por las películas de los años treinta, en particular ‘La momia’ [The Mummy] y ‘El príncipe y el mendigo’ [The Prince and the Pauper], modeló su imaginación, así como algunas estrellas: “Margaret Sullavan”, escribió, “no estiraba nunca la pata. Hacía discursos cuando se estaba muriendo; y era tan increíblemente noble que te hacía sentir como un absoluto imbécil por seguir viviendo tu insignificante vida después de que ella siguiera avanzando, con el acompañamiento del tercer movimiento de la Primera Sinfonía de Brahms”.
Como guionista en los años cincuenta y ocasionalmente después, Vidal contribuyó a numerosas películas, a menudo sin aparecer en los créditos. Escribió una pieza para la televisión que fue la fuente de inspiración de ‘El zurdo’ [The Left-Handed Gun] (con Paul Newman como Billy the Kid); fue llamado para arreglar ‘Ben-Hur’ (y alteró el guión para sugerir un subtexto homosexual para explicar la relación entre el héroe de la épica y su enemigo Messala); y trabajó con Tennessee Williams en el melodrama de invernadero ‘De repente, el último verano’ [Suddenly, Last Summer] (con una atormentada Elizabeth Taylor y un todavía más atormentado Montgomery Clift). En sus últimos años, Vidal apareció con alguna frecuencia en películas, notablemente en ‘Roma’, de Federico Fellini (1972), en la que se representó a sí mismo.
A principios de los años sesenta, después de diez años de escribir obras de teatro y guiones de cine, Vidal, que todavía no cumplía los cuarenta años, alcanzó su objetivo de independencia económica. Había forjado su propio camino, y gran parte de su trabajo había sido razonablemente honorable. Como observó él mismo con su habitual mordacidad: “Ser verdaderamente comercial es hacer bien lo que no se debería hacer en absoluto”.
Durante las siguientes tres décadas, Vidal pasó gran parte de su vida en Italia. En las bibliotecas de Roma investigó para una novela sobre el emperador Juliano, que se elevó a la cima de la lista de éxitos de venta y relanzó su moribunda carrera como novelista.
En general, el viejo Vidal publicó tres tipos de narrativa: novelas históricas ambientadas en el mundo antiguo, tales como ‘Juliano el apóstata’ [Julian] y ‘Creación’ [Creation] (que incluye a Sócrates, Zaratustra, Buda y Confucio); estrambóticas fantasías que hacían mofa de los prejuicios y tradiciones estadounidenses, la más famosa de las cuales fue ‘Myra Breckinridge’ (1968), una parodia de las películas B, política sexual y California; y la llamada ‘Crónica americana’, una serie de siete novelas –las mejor conocidas son ‘Burr’ (1973) y ‘Lincoln’ (1984)- que detallan la historia política secreta de Estados Unidos. “Hacer revivir el pasado”, dijo Vidal, “es una tarea encantadora”.
Vidal también alcanzó prominencia como experto, en televisión y en las páginas de la New York Review of Books y otros periódicos. Aunque había escrito ensayos y reseñas desde los años cincuenta, Vidal se definía a sí mismo frecuentemente como un Voltaire de los tiempos modernos, comentando los disparates del país con sardónica rudeza e ingenio. “No hay ningún problema humano que no pueda ser resuelto si la gente simplemente sigue mis consejos”, dijo.
Por escrito o en la pantalla, Vidal garantizaban frases escandalosas y divertidas sobre el imperialismo norteamericano o las costumbres sexuales contemporáneas. Una y otra vez, insistía en que todo el mundo es realmente bisexual: “No existe nadie que sea homosexual o heterosexual. Sólo existen los actos homosexuales o heterosexuales. La mayoría de la gente son una mezcla de impulsos, si no de prácticas”.
Todo y cualquier cosa podía ser abordada con la fineza de un estilete, y no había nada sagrado: Vidal sostenía que varios prominentes intelectuales judíos actuaban como la quinta columna Israelí, argumentaba que la familia era en gran parte un instrumento para mantener a los trabajadores en su lugar en la cadena de explotación y concluyó que en la democracia estadounidense “numerosas elecciones se realizan con grandes costes, sin temas y con candidatos intercambiables”.
Durante los acalorados días de las convenciones nacionales de 1968, Vidal debatió sobre el tema de la libertad de expresión con el comentarista conservador William Buckley. La pareja terminó perdiendo la calma e intercambiando insultos –“cripto-nazi”, dijo Vidal. “Marica”, respondió Buckley.
Con el transcurrir de los años, Vidal ridiculizó a muchos de sus rivales, incluyendo a Truman Capote, al que detestaba, y John Updike, así como a favoritos de la academia, como John Barth, William Gass y Thomas Pynchon. Vidal recogió su mejor prosa discursiva en ‘United States’ (1993), un gigantesco tomo de ensayos literarios, polémicas políticas y recuerdos autobiográficos por el que recibió el Premio Nacional del Libro. Incluía una versión escandalosamente franca de los Kennedy, titulada ‘Sagrada familia’ [The Holy Family] y una serie de irreverentes textos sobre presidentes de Estados Unidos, incluyendo a John Adams, Abraham Lincoln, Ulysses Grant, Theodore Roosevelt, Richard Nixon y Ronald Reagan.
Cuando los académicos chillaron, Vidal demostró que había hecho sus deberes y los avergonzó alegremente uno por uno. Pero si a los ojos de Vidal la política era siempre corrupta, lo fue mucho más después de la Segunda Guerra Mundial. “Yo atribuyo el fin de la vieja república y el nacimiento del imperio a la invención, a fines de los años treinta, del aire acondicionado”, dijo. Antes del aire acondicionado, “los políticos abandonaban Washington durante el verano; ahora se quedan todo el año, haciendo diabluras”.
Los mejores ensayos de Vidal no fueron sus ataques sino sus apreciaciones. Pese a su elegancia, el talentoso escritor se consideraba a sí mismo claramente como un erudito chapado a la antigua que creía que la principal función de los críticos era la descripción precisa y amena
También creía en redescubrir lo pasado de moda. En el curso de los años escribió ejemplares reivindicaciones –escritas con boli en folio amarillo- de decenas de escritores subvalorados, como Dawn Powell, Italo Calvino, William Dean Howells, Logan Pearsall Smith, Paul Bowles, Thomas Love Peacock, Louis Auchincloss, Sinclair Lewis y Frederic Prokosch.
A menudo Vidal había leído sus obras completas. Que algunos de esos escritores siguieran siendo desdeñados sólo fortalecía uno de sus lamentos: que la época del lector estaba terminando, y que estábamos viviendo los últimos destellos de su crepúsculo.
Aunque Vidal tuvo éxito como escritor e intelectual, fracasó en sus intentos de ser elegido como político. Se presentó dos veces como candidato al Congreso, sin ningún éxito, en 1960 cuando vivía en Edgewater y luego para el Senado, en 1982, cuando se había establecido en California. Sin embargo, desde su infancia llevaba la política en la sangre: a través de su padre y abuelo había conocido a políticos tan poderosos como Franklin Roosevelt y tan pintorescos como el gobernador de Luisiana, Huey Long. El segundo marido de su madre, Hugh D. Auchincloss, fue padrastro de Jacqueline Kennedy. Jimmy Carter y Al Gore eran primos lejanos.
En sus últimos años, Vidal se volvió mucho más vehemente en sus convicciones políticas, denostando al imperialismo norteamericano después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y denunciando la invasión de Iraq (véase su libro ‘Dreaming War: Blood for Oil and the Cheney-Bush Junta’, de 2002).
Una vez señaló que su genealogía literaria incluía a “Petronio, Juvenal, Apuleyo, luego Shakespeare, luego Peacock, Meredith, James, Proust”. Como esos cultivados y agudos escritores, Vidal miraba con hostilidad la sociedad de su época y defendía resueltamente los valores de la urbanidad y placer contra los ataques de los bárbaros, los puritanos y los filisteos.
“Siempre un padrino, nunca un dios”, bromeó en un bautizo.
28 de agosto de 2012
1 de agosto de 2012
©washington post
cc traducción c. lísperguer