[Es una imagen habitual, pero no la pensamos casi nunca: los indigentes y los perros. Los primeros pertenecen muchas veces al campo de nuestras queridas viejas locas, dedicadas en cuerpo y alma al cuidado de sus mascotas, mientras sociedad y autoridades los ignoran.]
[Claudio Lisperguer] Cualquiera que camine por las calles de Chile podrá constatar una persistente y pública relación que, sin embargo, permanece a menudo invisible: la de los indigentes y los perros. Los indigentes adoran a los perros. Es raro verlos sin los animales, y algunos se pasean seguidos por varios, provocando a la vez admiración, miedo y repudio. En el imaginario del país, el indigente se asocia a la enfermedad mental, al alcoholismo y a la delincuencia. No se lo aprecia nunca como vieja loca, que comparte lo poco que tiene con las personas que la comprenden y quieren sin condiciones de ningún tipo: los perros.
Hace unas semanas, en agosto, el diario El Observador publicaba una intrigante nota sobre una indigente a la que llaman La Señora de los Perros. Margarita Elisa Balbontín Vega perdió su casa de material ligero en un incendio. A Margarita Balbontín la conoce todo el mundo “debido a sus problemas de salud mental y por recorrer el centro rodeada de perros”. Esta señora recogía perros abandonados, los que trasladaba a los caniles que, curiosamente, había construido en su propiedad el propio ayuntamiento. La acusan de no controlar a sus perros, los que habrían mordido a varios transeúntes. Convertidos en cenizas su casa y los caniles, la señora Balbontín fue trasladada a una casa de acogida de la municipalidad. Según un funcionario municipal, “le quitamos los animalitos, pero vuelve a tener otros perros. Incluso le hemos pasado partes y ella los paga. Ahora hemos logrado que tenga sólo cuatro perros”.
Cuando parecía que la situación estaba controlada, apareció en las calles de la ciudad otra señora con perros. “Se desconoce su nombre, pues los inspectores de Medio Ambiente sólo saben que baja desde el cerro a revisar bolsas de basura y los perros la siguen, porque ella los alimenta. Eso sí, no se trata de una persona hostil”. Ahora Quillota tiene dos madrinas indigentes.
¿Está prohibido en Quillota que los indigentes tengan perros o vivan con ellos, o que paseen con ellos? No lo parece1, porque fue la propia municipalidad la que le construyó caniles a la señora Balbontín. Para las autoridades pareciera que el problema es la cantidad de perros, porque le fijaron un límite máximo de cuatro. ¿Cómo llegaron a esta decisión y a esta cifra? Misterio. Algunas comunas, como la de Quilpué, han empezado a imponer reglas. Quilpué amenaza con adoptar medidas “para evitar que la posesión, tenencia o circulación” de perros “pueda infundir temor, suponer peligro o amenaza, u ocasionar molestias evidentes a las personas”, artículo que se podría aplicar sin más a personas como la señora Balbontín, la que, además de pasear a sus perros sin correa ni bozal, no es tampoco capaz de controlarlos. Quilpué también limita el número de animales domésticos que puede tener una persona o familia al “número de mascotas que pueden cuidar responsablemente”. ¿Se podría decir de una persona que para alimentar a sus perros debe recorrer las calles de la ciudad revisando las bolsas de basura, que no puede cuidarlos responsablemente?
En un mundo cada vez más regulado y controlado, los indigentes o los enfermos mentales no podrían cumplir nunca con todos los requisitos para llegar a ser dueños de mascotas: propiedades con cierres perimetrales, inscripción en el registro canino, vacunas al día, esterilizaciones y castraciones, alimentación adecuada, caniles, bozales, correas. ¿Es esto bueno o malo?
Además, si se constata una alimentación deficiente, o condiciones de albergue inadecuadas, las autoridades podrían interpretar la situación como de maltrato animal y proceder al requisamiento de las mascotas.
Pero pareciera que las autoridades de Quillota tienen atribuciones extraordinarias que no se amparan en ninguna ley: han prohibido a las carnicerías de la ciudad “que vendan huesos a ambas mujeres, que ellas usan para sus perros”. ¿Qué pretenden con esta prohibición ilegal? Yo me imagino que, como muchas otras viejas locas del país, estas señoras en situación de extrema pobreza cocinan los huesos para preparar el tradicional sopón de perros, hecho a base de huesos, trozos de grasa y pan duro. Si se prohíbe que se les venda huesos o grasa, ¿cómo prepararán el sopón? Si el punto es la alimentación de los perros, los inspectores podrían sugerir a las dos mujeres que la comida vegana, a base de verduras y legumbres, es totalmente responsable para los perros y que, por lo general, puede ser enteramente gratuita, porque las verdulerías y ferias están constantemente desechando productos vegetales no aptos para el consumo humano, pero sí en estado razonable como para ser todavía utilizados para parar una olla perruna. Es difícil imaginar que la idea sea impedir que alimenten a sus perros –simplemente porque los pueden alimentar de otros modos y porque los inspectores no pueden controlarlas permanentemente. Así que por más vueltas que le demos al asunto, no se entiende la prohibición. ¿Será que las señoras no preparan ningún sopón de nada y que alimentan a sus perros con huesos crudos? Imaginarlo es igual de difícil. Pero si las autoridades prohíben que las carnicerías les vendan huesos, y en la imposibilidad de comprar alimento para mascotas esas mujeres se verán obligadas a revisar las bolsas de basura, lo que sería todavía peor. Si las autoridades dificultan la alimentación de los perros, se encontrarían ellas mismas en la dudosa posición de fomentar el maltrato animal, porque la privación de alimento es maltrato.
Tampoco quiero hacer un retrato romántico de la relación entre perros e indigentes. Conozco muchos casos espeluznantes, como el de indigentes que matan a sus mascotas cuando el hambre les obliga; indigentes que violan a sus mascotas. Pero también conozco a muchas personas en situación de calle que, pese a sus penurias, todavía guardan suficiente piedad como para compartir su destino con chuchos que sufren la misma o peor situación de abandono que ellas mismas. Muestran más humanidad y piedad que muchas señoronas emperifolladas que a la puerta de la iglesia los domingos, alejan a los perros a patadas.
Pero, además, ¿será verdad que esas señoras son enfermas mentales? ¿Si lo fueran, y no pueden cuidar de sí mismas, qué hacen en la calle? ¿No deberían estar en una institución de acogida donde se les proporcionen los cuidados que necesitan sin perder su dignidad? El autor de la nota en El Observador tampoco investiga este punto, que es muy relevante. En agosto de 2011, por ejemplo, las autoridades evacuaron a una mujer que vivía en una propiedad en el centro de Quillota aduciendo que sufría una enfermedad mental. Parece que las autoridades llegaron a esa conclusión simplemente por las condiciones de miseria en que vivía la mujer, “en una ruca de cartones y plásticos”. Pero la verdad era que, como denunció la alcaldesa de La Cruz, Maite Larrondo Laborde, la señora María Teresa Chacón no sufría ninguna enfermedad mental y calificó el desalojo e internamiento en el hospital psiquiátrico de Putaendo como actos ilegales e inhumanos injustificados “pues una persona con todas sus facultades mentales sanas tiene derecho a decidir qué hacer con su vida y que no es justo que terceros por deshacerse de un problema decidan por ella y la manden a un lugar que no corresponde. Cabe preguntarse si esta decisión se hubiese tomado si esta persona fuera un hombre”. A la señora Chacón la erradicaron de su casa por la misma razón que algunos alcaldes matan a los perros por razones de ornato público.
Es bueno que las autoridades recuerden de vez en vez que la situación de indigencia no convierte a las personas en ciudadanos de segunda o tercera clase a las que pueden manipular a su antojo e imponer prohibiciones igual de ilegales que insensatas. Es bueno que recuerden que los indigentes o los enfermos mentales con perros llevan vidas mucho mejores que las personas en su misma condición que no pueden o se les prohíbe disfrutar de la compañía de chuchos, que son probablemente su única compañía.2
Notas
1 No encontré la ordenanza canina de Quillota, que me parece que no la tiene. Un documento en su página web detalla los servicios a los que puedan acceder las personas que inscriban a sus mascotas en el registro canino municipal, pero su lectura produce más preguntas que respuestas. Quillota, aparentemente, tiene caniles municipales y limita la estadía de los perros recogidos en ellos a diez días. ¿Si nadie los recoge, qué hacen con ellos?
2 Escribo alegremente, pero el artículo que comento es derechamente insuficiente. Por ejemplo, no indaga por qué la municipalidad subsidió los caniles de la señora Balbontín ni si es una práctica habitual o legal. No nos dice nada sobre la personalidad ni enfermedad de la señora, excepto que es enferma mental. No revisa las disposiciones caninas de Quillota. No investiga por qué le prohíben tener más que cuatro perros. No pesquisa por qué prohíben a las carnicerías que vendan huesos a las dos mujeres. No se interesa en qué y cómo comen los perros. Increíblemente tampoco entrevista a las dos señoras.
lísperguer