[Washington, Estados Unidos / Libia] [Militantes emboscaron a rescatistas].
[Steven Lee Myers, Michael S. Schmidt y Suliman Ali Zway] Los sobrevivientes del asalto contra la delegación diplomática estadounidense en Bengasi, Libia, pensaban que estaban seguros. Se habían retirado a una casa quinta no muy lejos del recinto donde fueron atacados, lugar en el que se encontraba el equipo de rescate que había enviado el Departamento de Estado para su evacuación. El estallido de violencia había terminado, y ahora estaban rodeados por paramilitares libios aliados en lo que parecía una inquietante y ominosa calma.
El cuerpo de un colega yacía en el suelo. No sabían dónde había quedado su jefe, el embajador J. Christopher Stevens, ni cómo en la confusión se había separado de su guardaespaldas.
Entonces, poco después de las dos de la mañana del 12 de septiembre, justo cuando se estaban reuniendo para ser trasladados al aeropuerto, estalló una balacera, seguida por ensordecedoras ráfagas de mortero. Dos de los guardias de la delegación diplomática -Tyrone S. Woods y Glen A. Doherty, ex miembros de los SEALs de la Marina- murieron justo frente al portón de la quinta. Un proyectil de mortero impactó en el tejado de la casa donde se habían refugiado los estadounidenses.
Los atacantes los habían estado esperando, observándolos silenciosamente cuando los rescatistas, entre ellos ocho civiles del Departamento de Estado que acababan de aterrizar en el aeropuerto de Bengasi, llegaron en una caravana. Este segundo ataque duró menos que el primero, pero fue más complejo y sofisticado. Era una emboscada.
“Fue muy preciso”, dijo sobre el ataque con morteros Fathi al-Obeidi, comandante de operaciones especiales de una milicia llamada Escudo Libio, que estaba ahí esa noche. “Los que nos estaban disparando, sabían lo que estaban haciendo”.
También escaparon, aparentemente ilesos.
Entrevistas con testigos libios y con funcionarios estadounidenses proporcionan nuevos detalles sobre el asalto contra los recintos diplomáticos estadounidenses y el ataque inicial a cargo de una turba de manifestantes enfurecidos por un video que denigraba al profeta Mahoma, que ahora, después de unos momentos de indecisión inicial, el gobierno de Obama describe como un atentado terrorista.
Las versiones, que son incompletas y contradictorias, son ampliamente consistentes con lo que se sabe sobre el ataque, pero todavía dejan muchas preguntas sin respuesta, incluyendo la identidad de los asaltantes y lo preparados que han debido estar para atacar un objetivo estadounidense.
El ataque plantea interrogantes sobre las medidas de seguridad en los dos recintos diplomáticos en Bengasi. Ambos servían como hogares temporales en una ciudad peligrosa e insegura y que no se tenía la intención de que se convirtieran en misiones diplomáticas permanentes con dispositivos de seguridad apropiados.
Tampoco estaban fuertemente custodiados, y la segunda casa no fue pensada nunca como una “casa de seguridad”, como sugerían las primeras versiones. En ningún momento participaron infantes de Marina ni otros militares estadounidenses, pese a los primeros partes de prensa.
La secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, anunció el jueves la creación de una comisión de investigación dirigida por el veterano diplomático y ex subsecretario de Estado, Thomas R. Pickering. También informó a los legisladores en el Capitolio, a puertas cerradas. Pero ahora el Departamento de Estado debe responder las exigencias del Congreso de que se realice una investigación independiente de los ataques y de las deficientes medidas de seguridad que pueden haber aumentado el número de bajas.
“A mi juicio, que se basa en numerosas reuniones y opiniones de expertos, el ataque en Bengasi no fue espontáneo”, dijo la senadora Susan Collins, republicana de Maine, en una sesión el miércoles, “sino un ataque que debió haber sido previsto, basándose en ataques previos contra objetivos occidentales, la proliferación de armas peligrosas en Libia, la presencia de al Qaeda en ese país y el peligroso entorno general”.
Los investigadores y funcionarios de inteligencia están ahora concentrándose en la posibilidad de que los atacantes estuvieran asociados o fueran posiblemente miembros de al Qaeda en el Magreb Islámico –una rama que se originó en Argelia- o al menos en contacto con esta organización antes o durante el ataque inicial contra la misión y el segundo ataque contra el otro recinto de la delegación diplomática, a casi un kilómetro de distancia.
Uno de los extremistas que está ahora siendo investigado es un ex detenido de la prisión de Bahía Guantánamo, Cuba, Abu Sufian Ibrahim Ahmed Hamouda, un libio que es un prominente miembro de una organización extremista llamada Ansar al-Sharia, a la que algunos atribuyen el ataque. “Es razonable asumir que todos los extremistas de alguna relevancia en el este de Libia vayan a ser investigados”, dijo un funcionario de la inteligencia estadounidense, agregando que era prematuro sacar conclusiones.
La inconsistencia más importante entre las versiones libias y estadounidenses es si el ataque de esa noche empezó con una pequeña protesta por el video ‘The Innocence of Muslims’, partes del cual fueron transmitidas por la televisión egipcia. Funcionarios estadounidenses insisten en que hubo una protesta que empezó pacíficamente, que fue más tarde secuestrada por militantes armados. Pero testigos libios, incluyendo dos guardias que estaban en el edificio, dicen que la zona en torno a la misión estaba tranquila hasta que llegaron los atacantes, disparando sus armas y arremetiendo desde tres lados contra el recinto, a eso de las nueve y media de la tarde el 11 de septiembre. Un testigo dijo que algunos de los atacantes mencionaron los insultos contra el islam en el video.
Matthew G. Olsen, director del Centro Nacional Antiterrorista, dijo en una sesión del Senado el miércoles que las autoridades creen que “este fue un ataque oportunista” que “se desarrolló y escaló en el curso de varias horas”.
Sin embargo, lo que está claro es que los que llegaron a la misión –que no es oficialmente un consulado, aunque los libios la llaman así, informalmente-, llegaron con la intención de causar el mayor daño posible. Controlaron rápidamente el pequeño séquito de seguridad formado por tres guardias de un grupo paramilitar llamado Brigada del 17 de Febrero y cinco libios empleados por una compañía de seguridad británica llamada Blue Mountain.
En un detalle previamente desconocido, después de entrar al recinto, los atacantes rociaron combustible por la parte exterior del edificio donde Stevens, Sean Smith (un informático) y un agente de seguridad se habían instalado para pasar la noche, y le prendieron fuego. No está claro si sabían que ellos estaban dentro.
Para entonces, de acuerdo a los funcionarios, los tres se habían trasladado a una parte del edificio designada como “refugio seguro”, con puertas fortificadas y sin exposición al exterior. El denso humo, sin embargo, los obligó a dejar el refugio y a buscar una salida. Fue entonces que se separaron. El guardia de seguridad, que no ha sido identificado, huyó hacia la casa, pero Smith y Stevens no. Ambos murieron de asfixia.
El guardia, acompañado ahora por otros, encontró el cadáver de Smith, pero no el del embajador. Hacia las 11:20 de la tarde, casi dos horas después de que empezara el tiroteo, se retiraron hacia el segundo recinto de la misión diplomática, o anexo, que había sido alquilado después del derrocamiento, el año pasado, del coronel Moamar Gadafi, para proporcionar espacio adicional para el cuerpo diplomático que ahora incluía gruesamente a unas dos docenas de estadounidenses.
Fue sólo después de que partieran que el ataque amainó y la multitud que entró al recinto encontró el cuerpo de Stevens y lo retiró a través de una ventana hacia el exterior, sugiriendo que había salido del refugio designado pero no había encontrado una salida. Su cuerpo fue llevado al hospital de Bengasi, donde un doctor trató de resucitarlo, sin éxito. La zona en torno al hospital era controlada por una milicia de la que se sospecha que tiene simpatías extremistas, y un video del cuerpo de Stevens en la morgue del hospital empezó a circular en una página web extremista, de acuerdo al Grupo de Inteligencia SITE, una agencia de vigilancia que traza las actualizaciones en internet.
Para entonces, el centro de operaciones del Departamento de Estado, ahora consciente del ataque en curso, puso en movimiento un plan de contingencia elaborado para emergencias. Un avión de pasajeros contratado por el departamento y a la espera en el aeropuerto de Trípoli, voló hacia Bengasi, adonde llegó a la 1:30 de la mañana, con ocho agentes de seguridad más.
Obeidi, el comandante de la brigada paramilitar Escudo Libio, debía recibirlos en el aeropuerto, llevarlos al anexo de la misión y escoltarlos de vuelta al aeropuerto. Obeidi sólo esperaba encontrar a algunas personas dentro y le sorprendió hallarse con todo el personal de Bengasi, más de dos docenas de personas. “Me dijeron que sólo habría unos pocos, pero vi una gran cantidad de personas”, dijo.
Cuando empezó el segundo ataque, sólo duró cinco minutos, “pero cuando estás en una situación como esa, parecen horas”, agregó.
La evacuación al aeropuerto no empezó sino al amanecer, pero el avión no podía llevarse a todo el mundo. Dejó atrás a once agentes de seguridad y tres cadáveres. Obeidi dijo que el comandante del centro de operaciones local, Mustapha Boshala, envió entonces una unidad al hospital para recuperar el cuerpo de Stevens. Dos horas después el avión del Departamento de Estado volvió para llevarse a los últimos estadounidenses que todavía estaban en Bengasi.
En Trípoli el jueves, el nuevo gobierno libio realizó un servicio funerario para los cuatro estadounidenses que perdieron la vida. Asistió el subsecretario de Estado, William J. Burns. “Si Chris estuviera aquí esta tarde”, dijo, refiriéndose al embajador, “sé que sería el primero en decir que más allá del orgullo y el júbilo por la revolución, más allá del dolor que sentimos esta noche, son los días que nos esperan los que más importan”.
[Steven Lee Myers y Michael S. Schmidt informaron desde Washington, y Suliman Ali Zway, desde Bengasi, Libia. David D. Kirkpatrick contribuyó al reportajes desde el Cairo, y Eric Schmitt desde Washington.]
25 de septiembre de 2012
21 de septiembre de 2012
©new york times
cc traducción @lisperguer