[Además de ahogar la discrepancia y el debate en la esfera pública, las leyes contra la blasfemia pueden en realidad provocar ataques, asesinatos y disturbios.]
[Chloe Breyer] Una acusación central contra las tres integrantes de la banda de punk-rock Pussy Riot que fueron sentenciadas recientemente a dos años de cárcel, fue “incitar al odio religioso”. Se dice que cometieron este delito por danzar brevemente frente a la Catedral de Cristo Salvador en Moscú y empalmar el metraje de su baile en un video que criticaba al presidente Vladimir Putin.
Algunos días después de la condena, la policía en Pakistán arrestó a Rimsha Masih, una niña cristiana de once años presuntamente con el síndrome de Down, por cargos de blasfemia por quemar páginas del Corán. Si es hallada culpable, podría ser condenada a la pena capital.
De modos diferentes, ambos casos plantean la cuestión de si la blasfemia debería ser legalmente punible, como lo es en más de treinta países históricamente cristianos y musulmanes, desde Polonia, Grecia y Australia hasta Indonesia y Pakistán.
Como religiosa cristiana y directora de una organización que trabaja con líderes religiosos de diferentes tradiciones, yo diría que aunque el dolor que se causa a los creyentes con la profanación de sus símbolos y creencias religiosas es real y traumático, las leyes que criminalizan la “difamación” de la religión o la incitación al odio religioso son doctrinariamente poco sólidas y legalmente peligrosas.
De las múltiples razones de por qué, desde una perspectiva cristiana, las leyes contra la blasfemia no producen buenas teologías, una en particular se viene a la mente en el contexto de las sentencias de Pussy Riot. El principio cristiano fundamental de que todos los seres humanos somos hechos a la imagen de Dios se ve socavado por las leyes contra la blasfemia y la herejía, y especialmente por su aplicación prejuiciada por consideraciones de género.
Muy a menudo lo que en la historia ha parecido un insulto o una ofensa para Dios se ha originado en el cuerpo o en la voz de una mujer. La Inquisición y la caza de brujas de los siglos quince y dieciséis fueron puntos bajos para todos los cristianos, pero especialmente para las mujeres.
Padres de la iglesia como San Agustín heredaron la comprensión dualística griega sobre espíritu y del cuerpo y asignaron a la mitad femenina de la humanidad el papel del cuerpo, y a la mitad masculina el espíritu o el intelecto. La visión de San Agustín en Efesios 5:23 (“Pues el marido es la cabeza de la esposa, como Cristo es la cabeza de la iglesia: y él es el salvador del cuerpo”) era que una mujer no tenía cabeza propia. Su marido debía ser su cabeza, y ella su cuerpo.
Mucho antes de las sentencias contra la banda Pussy Riot, mi propia experiencia en la Catedral Episcopal de San Juan el Divino en Nueva York me mostraron –en matices mucho más desleídos- el carácter de género de las ofensas contra Dios tal como las entienden muchas personas religiosas.
Incluso en este bastión del cristianismo liberal, nada provocó más acusaciones de “blasfemia” que la decisión del diácono de entonces, James Parks, en 1984, de instalar ‘Christa’ –una escultura de la figura de una mujer de casi un metro de alto, colgando de una cruz, obra de la artista británica Edwina Sandys. Los ecos de esa polémica todavía se podían oír cuando me incorporé al clero de la catedral casi dos décadas después.
Los líderes musulmanes argumentan crecientemente que las leyes contra la blasfemia, tal como se aplican actualmente, también son a-islámicas. En el prólogo de un libro publicado recientemente, ‘Silenced: How Apostasy and Blasphemy Codes are Choking Freedom Worldwide’, Abdurrahman Wahid, el difunto presidente de Indonesia y un decidido defensor del diálogo ecuménico, escribió: “Nada podría posiblemente amenazar a Dios, que es Omnipotente y que existe como una verdad absoluta y eterna… Aquellos que dicen que defienden a Dios, al islam, o al profeta están pues o engañándose a sí mismos o manipulando la religión para sus propios propósitos mundanos y políticos”.
Eso es verdad tanto en Indonesia como en Polonia, donde en 2010 Dorota Rabczewska, mejor conocida como la popular cantante Doda, fue acusada de “ofender sensibilidades religiosas” y multada con el equivalente de 1.450 dólares por decir que la Biblia había sido escrita por “gente que bebía demasiado vino y fumaba cigarrillos de hierbas”.
Más allá de argumentos doctrinarios infundados, los códigos contra la blasfemia pueden ser legalmente peligrosos. Un informe de 2012 de Human Rights First -‘Blasphemy Laws Exposed: The Consequences of Criminalizing ‘Defamation of Religions’- describe varios tipos de problemas con la aplicación de las leyes contra la blasfemia en todo el mundo. Además de ahogar la discrepancia y el debate en la esfera pública, esas leyes pueden en realidad provocar ataques, asesinatos y disturbios.
En Pakistán, por ejemplo, muchos familiares de Rimsha Masih han huido por temor a las turbas musulmanas, y funcionarios del Ministerio del Interior han instado a la policía de Islamabad mantener a la niña detenida por su propia seguridad.
El edito del ayatolá Ruhollah Khomeini, de 1989, llamando al asesinato de Salman Rushdie por su retrato del profeta Mahoma en ‘Los versos satánicos’, condujo al asesinato del traductor japonés del libro y a atentados casi fatales contra su editor noruego y el traductor italiano, así como a la muerte de doce personas durante disturbios en Bombay.
Lejos de proteger las sensibilidades religiosas, las leyes contra la blasfemia son una importante fuente de prejuicios y violencias contra las minorías religiosas, así como de violaciones de su libertad religiosa.
Desde la promulgación de las actuales leyes contra la blasfemia en Pakistán, se han producido al menos 38 casos de ejecuciones extrajudiciales (algunas de las cuales incluso con la participación activa o negligencia voluntaria de la policía) de personas que presuntamente cometieron el delito de blasfemia. Estos asesinatos incluyen el asesinato del juez Arif Iqbal Bhatti en 1997, que había desechado las acusaciones de blasfemia contra dos cristianos el año anterior. El hombre que confesó el asesinato de Bhatti ya dejó la prisión.
En Indonesia en 2007, 42 protestantes fueron condenados cada uno de ellos a cinco años de cárcel por distribuir un “video de oraciones” en el que se daba instrucciones a los individuos para poner el Corán en el suelo y orar por la conversión de los líderes políticos musulmanes. Y en febrero de 2011, una turba de musulmanes indonesios atacó una reunión de miembros de la secta Ahmadiyya –un grupo islámico reformista que había sido declarado “disidente” por las autoridades islámicas-, asesinando a tres personas mientras la policía observaba sin intervenir.
La formulación vaga de muchas leyes contra la blasfemia también ha permitido su mal uso como armas para resolver desacuerdos privados. En diciembre de 2011, por ejemplo, un paquistaní admitió haber enviado textos ofensivos a clérigos y directores de oración a nombre de su novia para castigarla por romper el compromiso.
El antídoto contra la blasfemia no son leyes severas y contraproducentes sino esfuerzos de la sociedad civil –específicamente de líderes religiosos y políticos cooperando más allá de fronteras religiosas e ideológicas- para condenar todo cercenamiento de los derechos religiosos o de expresión que provocan violencia.
Lo vimos en Nueva York cuando líderes religiosos judíos, cristianos, musulmanes y de otros credos se reunieron con el alcalde en agosto de 2010 en apoyo de los líderes musulmanes que querían construir un centro islámico cerca del sitio donde estuvo el World Trade Center.
Lo estamos viendo ahora que el All Pakistan Ulema Council, una organización paraguas que reúne a clérigos y académicos musulmanes, se unió a la Pakistan Interfaith League, que incluye a cristianos, sijs y miembros de otras religiones, para apoyar a Rimsh Masih y llamar a poner fin al “clima de temor” creado por “acusaciones espurias”.
Estos son pasos pequeños, pero importantes por los que los fieles pueden estar agradecidos.
[La Reverenda Chloe Breyer es directora ejecutiva del Interfaith Center de Nueva York y sacerdote de la Iglesia Episcopal Santa María en West Harlem, New York.]
4 de octubre de 2012
30 de agosto de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer
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