[Se difunden sobre ellos prejuicios infundados y mal intencionados, como antes se hizo contra los católicos en Estados Unidos].
[Doug Saunders] El breve y crudo video anti-musulmán que desencadenó una ola de violentas protestas en todo Oriente Medio no provino de un oscuro foco de extremismo; es el último de una serie de ataques anti-musulmanes en Estados Unidos. En agosto, incendiaron una mezquita en Missouri y, en Illinois, arrojaron una bomba de ácido contra una escuela musulmana. Los productores del video forman parte de un movimiento que se ha aprovechado de la inseguridad de los años posteriores al 11 de septiembre de 2001 para sembrar temores infundados sobre una imaginaria conspiración musulmana para invadir Occidente.
Su mensaje se ha difundido desde la oscuridad de internet y la extrema derecha a las listas de éxitos de venta, los medios convencionales y el Congreso. Por primera vez en décadas, en algunos círculos se ha hecho aceptable declarar que no se puede confiar en una minoría religiosa específica.
Durante las primarias republicanas, los musulmanes fueron acusados de albergar planes para imponer la sharia de manera furtiva. Un grupo de cinco congresistas republicanos, dirigidos por Michele Bachmann, acusaron sin base alguna a dos prominentes funcionarios federales musulmanes de deber lealtad a la Hermandad Musulmana de Egipto. Otro representante republicano, Joe Walsh, de Illinois, usó un mitin de campaña para sugerir que los musulmanes de los suburbios de Chicago estaban conspirando para cometer atentados terroristas. En Nueva York, la policía espió durante seis años a miles de musulmanes sin obtener ninguna prueba que pudiera justificar una investigación.
La visión de que los miembros de una minoría religiosa no deben ser confiados –que están predispuestos al extremismo, a la deslealtad y a la violencia; que se oponen a la asimilación; que se reproducen a un ritmo alarmante, y que están teológicamente compelidos a imponer sus primitivas leyes religiosas a su patria de adopción- no es nueva. Desde el siglo diecinueve en adelante, la desconfianza, la violencia y finalmente las restricciones a la inmigración se dirigieron contra los inmigrantes católicos.
A fines de los años cincuenta, 240 mil estadounidenses compraron ejemplares de ‘American Freedom and Catholic Power’, éxito de ventas del New York Times. Su autor, Paul Blanshard, ex diplomático y editor de The Nation, argumentaba que el catolicismo era una ideología de conquista, y que sus tradiciones constituían una forma de “autoritarismo medieval que no tiene derecho a ocupar un lugar en el paisaje democrático de Estados Unidos”.
Las altas tasas de nacimiento de los católicos y la auto-segregación educacional llevaron a Blanshar y otros –incluyendo académicos, legisladores y periodistas- a advertir sobre un “plan católico contra Estados Unidos”.
Muchos estadounidenses rechazaron esas ideas, pero algunos liberales las adoptaron. El libro de Blanshard fue respaldado por personas como John Dewey y Bertrand Russell, y académicos respetados como Seymour Martin Lipset, Reinhold Niebuhr y Sidney Hook debatieron la presunta inclinación de los católicos hacia el autoritarismo.
Entonces, como ahora, parecía que había evidencias que justificaban la acusación. Países mayoritariamente católicos como España, Italia, Portugal y Austria, habían caído en el fascismo y el extremismo. La delincuencia y el fracaso escolar abundaban entre los hijos de los inmigrantes católicos. Después de la Primera Guerra Mundial, radicales católicos cometieron una mortífera serie de atentados terroristas en Estados Unidos.
En estos días, se están formulando las mismas tenebrosas acusaciones contra los musulmanes estadounidenses, muchos de los cuales son inmigrantes recientes. Y muchos estadounidenses de otro modo sensatos ven a los musulmanes con temor y sospechas –en parte debido a que llegaron en un mal momento. Su emigración hacia Estados Unidos, como la de muchos católicos antes que ellos, coincidió con situaciones críticas en sus países de origen y con la violencia de unos pocos extremistas entre ellos.
Después del 11 de septiembre de 2001, la retórica anti-musulmana hirvió en blogs, videos en YouTube y una avalancha de inflamatorios éxitos de venta. Pero hasta la presidencia de Barack Obama no se permitió que irrumpiera en los rincones prominentes de la política tradicional. Mitt Romney, hay que reconocerlo, ha evitado difundir prejuicios sobre la deslealtad de los musulmanes estadounidenses, pero personajes políticos y de los medios republicanos han tolerado e incluso fomentado esos mitos odiosos.
En realidad, los inmigrantes musulmanes son una historia de éxito. Tienen altos niveles de logros educativos. Su tasa de nacimiento ha convergido rápidamente con la de la población general. Probablemente no llegarán a ser el dos por ciento de la población, casi lo mismo que los judíos y los episcopalistas.
Los escasos violentistas entre ellos no son un producto de los valores musulmanes, como no lo son tampoco de los valores católicos los anarquistas de los años veinte. El extremismo es raro entre los musulmanes estadounidenses, y la lealtad para con las instituciones seculares del estado es alta. La idea de una invasión furtiva por creyentes musulmanes es una idea delirante, lo mismo que el prejuicio más moderado de que hay una “civilización” permanentemente ajena e inasimilable entre los estadounidenses.
Los musulmanes estadounidenses son víctimas de los mismos malentendidos y falacias que amenazaron antes a los inmigrantes no-protestantes. Lo último que necesitan, a medida que se esfuerzan por convertirse en parte de la sociedad general, es un movimiento político dedicado a retratarlos como una amenaza. En un año electoral cuando los dos partidos mayoritarios cuentan con candidatos católicos, deberíamos asegurarnos de que la historia no se repita.
[Doug Saunders, jefe del buró europeo de The Globe y Mail, es autor de ‘The Myth of the Muslim Tide: Do Immigrants Threaten the West?’]
12 de octubre de 2012
18 de septiembre de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer