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[Iquique, Chile] [Hijo mayor del legendario cura Soto desclasifica archivos. El sacerdote fue muy querido por la comunidad iquiqueña. Veinte años han pasado de la muerte del legendario cura Soto, que falleció a los 71 años el 11 de marzo de 1989.]

[Juan José Podestá Barnao] Quizás a las nuevas generaciones nada les diga el nombre anterior, pero los iquiqueños más antiguos jamás olvidarán los sucesos que rodearon la vida de un sacerdote que, en última instancia, hizo levantar en su momento muchas voces sobre la pertinencia de que los prelados no tengan familia.
Muy sintéticamente se debe consignar que Soto fue padre de cuatro hijos, y se casó antes de morir con Doris del Carmen Ramírez Foncea, generando un complejo escenario canónico-jurídico.
Antes, en 1978, fue sacado por la fuerza policial de la Iglesia del Santísimo Sacramento, ubicada en calle Wilson, ya que rechazó retirarse junto a los suyos cuando lo expulsaron al descubrirse que tenía pareja y descendientes.
Luego de años de silencio, el hijo mayor de Domingo Ernesto Soto Díaz- el cura Soto- accede a relatar la historia de su padre, hombre querido en su momento por todos los iquiqueños y sobre todo los morrinos.
De entrada, Mauricio Ramírez explica por qué no lleva el apellido de su papá: «Él nos quiso proteger, evitar especulaciones de la gente y por eso no nos dio el apellido. Cuando quisimos llevar el suyo eran mucho los trámites que había qué hacer y bastante caro, Pero quizás pronto lo haga».
Por eso Mauricio lleva el patronímico de su madre.

Una Historia Singular
«Mi papá, que nació el 13 de marzo de 1918, es iquiqueño, es «poto verde» porque nació en El Colorado. Siempre fue muy orgulloso de su condición de iquiqueño» revela Mauricio (56), técnico en biología marina y dibujante técnico.
Soto era hijo de ferroviario, y desde muy pequeño sintió la vocación religiosa. A los catorce años se fue al Seminario de La Serena, donde destacó por su alta capacidad intelectual. En 1936 llegó a Iquique en calidad de sacerdote, y en 1940 tomó posesión como párroco de la iglesia de la que varias décadas después saldría en medio de las protestas de los vecinos de El Morro, que lo consideraban un héroe.
Mauricio dice:
-Mi papá fue secretario del obispado, cuando estaba el monseñor José Aguilera. Tuvo ese rol desde 1936 a 1958. En 1950 mi papá fue uno de los pioneros en organizar los bailes religiosos de La Tirana. Era como 1950. Pero mi padre también hacía clases de religión en el Liceo de Hombres. También de latín y francés en la Universidad de Chile sede Iquique y la Universidad del Norte.
Pero en medio habían pasado algunas cosas.
En 1951 el cura Soto conoció a la veinteañera Doris, que cumplía labores en el obispado. Ella tenía dos hijos de un matrimonio fracasado.
Entre el sacerdote y la muchacha existían diez años de diferencia, pero el amor fue más fuerte.

Escándalo
Pasaron los años, Soto y Doris tuvieron cuatro hijos y todos vivían juntos en la parte posterior de la iglesia morrina.
Los vecinos querían mucho al sacerdote. «Mi papá era muy querido y respetado. El mantenía la iglesia con lo que ganaba haciendo clases, no le daba plata el obispado. Es más, mi papá le pagaba las cuentas a muchos vecinos que no tenían, porque El Morro era muy pobre en ese tiempo. Recuerdo que ayudaba a los vecinos de un conventillo cercano. Si alguien necesitaba algo él estaba ahí. Bautizos, casamientos, extremaunciones y lo que le pidieran accedía. De hecho el conocido Pedro Buccioni le decía el Robin Hood de El Morro», relata.
Para las Primeras Comuniones, que las realizaba en su casa, servía chocolate caliente a los familiares del niño.
En 1978 Soto cometió lo que algunos llaman un error, pero otros simplemente lo que su conciencia le dictaba. Se dirigió adonde su superior, el obispo José del Carmen Valle, para confesarse.
En el confesionario reveló que mantenía una relación con una mujer y que tenía tres hijos (Juanito Nicolás, nacido en 1962, falleció a los seis meses).
El obispo se indignó, lo recriminó pero hizo algo aún peor: rompió el secreto de confesión y dio a conocer la noticia. Rápidamente los medios de prensa se enteraron y publicaron los hechos.
Las autoridades eclesiásticas ordenaron el desalojo de Soto y su familia. Llegó Carabineros y, según recuerdan antiguos morrinos, los hechos fueron como siguen: un grupo bastante numeroso de vecinos se enteraron de los hechos y se dirigieron a la Iglesia de La Santísima Trinidad para apoyar al religioso. Había otro grupo que pedía su salida por «inmoral». Por su parte, Domingo Soto ya se había mostrado reacio a salir a pesar de la presión de la fuerza pública. Hubo forcejeos entre vecinos y carabineros, pero las cosas se calmaron a instancias del propio religioso, que llamó a la calma a sus feligreses.
Sin embargo desde ese día los enfurecidos vecinos le hicieron la vida imposible al obispo Valle, que se debió ir de la ciudad, ya que su integridad física peligraba. Volvió un par de veces a la Fiesta de La Tirana, pero guardó un muy bajo perfil.
El curso de los acontecimientos se torna luego algo confuso.
Según el hijo del cura Soto, la autoridad religiosa realizó todos los trámites necesarios para desvincularlo de su condición de sacerdote, pero la resolución vaticana nunca llegó.
Es más, a su muerte se le rindieron los honores eclesiásticos correspondientes. El sacerdote Ulises Aliaga presidió la misa y los religiosos Franklin Luza y Javier García fueron al funeral.
«Mi papá murió como sacerdote. Vivió como un excelente religioso y fue capaz de amar a su mujer e hijos. Aun hoy me hace falta», dice Mauricio.
Poco antes de morir, y con dos piernas menos a causa de la diabetes, Soto se casó con la mujer con la que vivió más de treinta años.
Expulsado de la iglesia, el obispado facilitó una casa para la familia de Soto. Luego se fueron a otra en calle Arturo Fernández. En ninguna de ellas pagaban arriendo, sin embargo hace un año y medio viven en un hogar en Oscar Bonilla, que sí pagan.
Esto los mantiene en un pleito con el obispado que aún no se soluciona, pero que tiene muy afectado a Mauricio, que en estos momentos está trabajando en la construcción. Los otros hijos son Domingo, que trabaja en Zofri, y Luis, que labora en temas administrativos.
Hay algo que resiente a Mauricio:
-Una vecina que quería mucho a mi papá le dejó en herencia dos casas, que lamentablemente no pudimos recuperar. Además tantos cambios de casa mataron a mi padre, cuya enfermedad requería reposo absoluta. Hoy Mauricio, padre de cuatro de los seis nietos del cura Soto, está abocado a cuidar Doris, que ya tiene 82 años.
13 de octubre de 2012
12 de octubre de 2012
©estrella de iquique

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