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[En planta avícola encontraron, aparte de 26 mil gallinas en avanzado estado de descomposición, el cadáver de un perro amarrado -muy probablemente el perro guardián. Esta inhumana práctica debiese ser sancionada severamente.]

[Claudio Lísperguer] En la última semana de septiembre La Estrella de Valparaíso informaba sobre un terrible caso de maltrato animal en una empresa avícola en Quillota: los dueños habían abandonado la planta, a consecuencia de lo cual murieron, de hambre y sed y probablemente frío, 23 mil gallinas. Cuando llegaron los inspectores de la autoridad sanitaria, gran parte de las aves se encontraban “en un avanzado estado de descomposición”. Había algunas todavía vivas, que pudieron haberse alimentado de sus compañeras muertas. Una plaga de ratones completaba el espectáculo.
Pero era todavía mucho peor de lo que se podía imaginar. Una semana antes el diario El Observador del 14 de septiembre de 2012 había informado sobre el caso, incluyendo una entrevista con el dueño, que se defendía explicando que había sido un mal año para su empresa de huevos, debido en parte a los bajos precios, y que la muerte de las aves era atribuible al hecho de que la compañía de electricidad Chilquinta le había suspendido el suministro de energía. Explica que regaló todas las gallinas que pudo (tenía ochenta mil), pero que no pudo salvarlas a todas. César Vásquez, el propietario, dice que no hubo maltrato animal.
No le cree el alcalde de Quillota, Luis Mella. Pese al desastre que se le venía encima, el dueño no comunicó su situación ni a las autoridades ni a la prensa ni en realidad a nadie. Si lo hubiésemos sabido, dijo el seremi de salud, “algo se habría podido hacer y salvar de la muerte a estas gallinas”. Al dueño tampoco se le ocurrió simplemente abrir las jaulas.

Pero esa escena infernal que presenciaron los fiscalizadores al entrar a la planta incluía otra tragedia. Aparte de los siete pabellones allanados donde descubrieron 16 mil aves muertas, encontraron también “el cuerpo de un perro de raza grande, amarrado, y en un evidente estado de descomposición”. El perro, aparentemente un guardián, también había sido abandonado y murió probablemente de hambre y sed. Y no es todo: “Al momento de la inspección, estaba siendo devorado por roedores”.
¿Puede imaginarse un acto de mayor crueldad que dejar a un perro abandonado a su suerte, encadenado o amarrado, y dejarlo morir de hambre y sed? César Vásquez debe tener corazón de piedra.

Hace unos meses, en Calama, una perrita murió en un incendio del que no pudo escapar porque sus dueños la habían amarrado. Lo habían hecho porque los vecinos se habían quejado. En lugar de aproximarse a un adiestrador o encantador de perros para quitarle eventualmente su comportamiento indeseado, simplemente la habían encadenado. Tampoco pensaron en resolver el problema de otra manera más humana y sensata, como asegurar mejor el cierre perimetral o la verja o las murallas del patio. A diferencia de otros países, como los estados de Nevada, Texas y California, que restringen el tiempo que puede estar un perro amarrado, la legislación chilena no somete a reglas ni prohíbe encadenar o amarrar a los perros. Se han conocido casos de perros que han vivido encadenados desde su nacimiento. Al contrario, la ley sí regula la sujeción de perros considerados peligrosos. Muchas ordenanzas prescriben la sujeción de los perros de razas consideradas peligrosas, pese a que es sabido que el encadenamiento mismo convierte a un perro paulatinamente en un perro agresivo y evidentemente peligroso. Según una investigación de Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades-CDC, es cinco veces más probable que un perro encadenado muerda a niños, y tres veces más probable que muerda a un adulto, que un perro no encadenado. El Consejo Nacional de Investigaciones Caninas concluyó que el treinta por cierto de los ataques caninos fatales eran provocados por perros que habían estado encadenados. Según la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, el 81 por ciento de los ataques fatales fueron provocados por perros amarrados. El origen de la agresividad de estos perros se encuentra precisamente en el hecho de que han sido amarrados: la soledad, el aislamiento, la ausencia de vida social, el aburrimiento, el estrés, son factores que provocan y explican las agresiones (véase Restringen encadenamiento de perros. Encadenar a un perro para quitarle alguna conducta agresiva indeseable es como apagar un incendio con bencina. No sirve para nada. Convierte al perro en una persona desdichada, desesperada y agresiva. En otros casos, el perro encadenado en lugares accesibles es fácil presa de la agresión humana.
Muchas veces se utiliza el encadenamiento como forma de castigo, un castigo que es muy difícil que un perro llegue a entender. Mis vecinos, para dar un ejemplo, encadenaron durante días a uno de sus perros porque había destrozado el cuaderno que uno de los niños había olvidado en el patio. Quizá no se enteren nunca de que el chucho nunca sabrá por qué le castigan. A otro perro, otro vecino terminó ahorcándolo porque los vecinos lo acusaron a haber matado a unas gallinas. Tras el asesinato, descubrieron que el culpable era otro.

Es realmente urgente que se prohíban estas formas de restricción de los perros y se recomiende u obligue a sus propietarios a buscar ayuda profesional para resolver problemas asociados a conductas caninas indeseadas –incluyendo el reforzamiento de cierres, el adiestramiento profesional de los perros con funciones de guardia, la prohibición de someterlos a maltratos diversos que muchos conceptualizan como adiestramiento (para ponerles bravos, y creyendo que un perro bravo es un buen guardián, los perros son encadenados durante días, golpeados, dejados al sol y a la intemperie, privados de alimento) y ciertamente prohibir severamente su encadenamiento en ausencia de sus dueños o cuidadores (muchos dueños justifican el encadenamiento porque deben salir a trabajar fuera del domicilio y no quieren o no pueden pagar a un cuidador; muchas veces estos perros abandonados en su propia casa deben pasar doce, catorce o más horas en absoluto aislamiento y ansiedad). Este último y aberrante caso de maltrato animal –el dueño de la avícola que abandonó no solo a sus aves, sino además al perro guardián encadenado- debe obligarnos a renovar nuestros esfuerzos para crear conciencia e insistir ante los legisladores para prohibir el encadenamiento de los perros, una práctica derechamente inhumana, y la no menos cruel explotación industrial de las aves. Todos debemos aprender a respetar a los animales, y a proteger su derecho a la integridad física y psíquica y a su dignidad.
lísperguer

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