[Bengasi, Libia] [El nuevo gobierno libio no sólo ha dejado en manos de paramilitares funciones básicas de la policía, sino además está totalmente infiltrado por políticos pertenecientes a las milicias.]
[David D. Kirkpatrick] Un mes después de que la muerte del embajador estadounidense provocara protestas públicas por recuperar el control civil de las quisquillosas milicias libias, pese a las rencillas, rivalidades y egos todavía no se pierde la esperanza.
Decenas de disparatadas milicias paramilitares siguen siendo la única fuerza policial efectiva en Libia, y han rechazado obstinadamente el control del gobierno, una dinámica que está haciendo difícil, tanto para las autoridades libias como para Estados Unidos, capturar a los atacantes que causaron la muerte del embajador J. Christopher Stevens.
Indignados por el asalto, decenas de miles de personas se echaron a la calle el mes pasado para exigir el desmantelamiento de todas las milicias. Pero el presidente interino del país, Mohamed Magariaf, les advirtió que desistieran después de que los jefes de los principales grupos paramilitares amenazaran con cortar los vitales servicios que proporcionan, como el patrullaje de las fronteras y apagando incendios.
“Nos sentimos heridos, nos sentimos subestimados”, dijo Ismail el-Salabi, uno de los varios cabecillas de las milicias que advirtieron que la seguridad pública se había deteriorado debido a que sus fuerzas se habían retirado.
Controlar a las milicias ha sido la prueba límite de los intentos de Libia de construir una democracia después de cuatro décadas de dictadura del coronel Moamar al-Gadafi. Pero cómo hacerles entrar en vereda mientras se depende de ellas para la seguridad, es una solución que ha eludido al débil gobierno transicional, dejando a Libia en un estado de completa inseguridad.
Ahora el problema se ha enredado con la carrera presidencial estadounidense; los republicanos argumentan que la incapacidad del gobierno de Obama de proteger a Stevens ilustra el colapso de su política en la región. La creciente presión sobre el gobierno para que actúe contra los perpetradores del ataque conlleva sus propios riesgos: un ataque estadounidense en territorio libio podría producir una reacción popular potencialmente violenta en el único país árabe en el que la gente guarda sentimientos amistosos hacia Washington.
El poder de los paramilitares es evidente. En uno de los hoteles más elegantes de Trípoli, el Waddan, cerca de dos docenas de milicianos de Misurata, una ciudad al occidente del país, continúan alojando ahí sin pagar, algo que llevan haciendo durante más de un año; el ministro interino del Interior, también de Misurata, los protege.
En Bengasi, las brigadas independientes están usando teléfonos interceptados para perseguir a personas de las que sospechan que son partidarios del coronel Gadafi, con la ayuda de su antiguo servicio de inteligencia. Incluso la enorme protesta contra las milicias aquí el mes pasado se convirtió en una fachada para un grupo de hombres armados que atacaron a una de las milicias más grandes, posiblemente por venganza.
“Nada cambia”, dijo, encogiéndose de hombros, Fathi al-Obeidi, el jefe de la milicia que dirigió a un contingente de combatientes que ayudaron a rescatar a los estadounidenses de la sitiada delegación diplomática aquí el mes pasado.
Algunos vecinos de Bengasi dicen que los paramilitares que montaron el ataque, de la milicia Ansar al-Shariah, hicieron un mejor trabajo que el paralizado gobierno en cuanto a proveer seguridad e incluso algunos servicios sociales. “Son personas muy simpáticas”, dijo Ashraf Bujwary, 40, administrador de un hospital donde los hombres de Ansar al-Shariah eran los guardias. Desde que huyeron, la seguridad ha sido “frágil”, dijo.
De cierto modo, la brigada Ansar al-Shariah ejemplifica el oscuro mundo de Libia después de Gadafi, en la que residentes con armas saqueadas se han organizado a sí mismos en brigadas regionales, tribales o islámicas para mantener la paz y defender sus divergentes visiones sobre Libia. En Bani Walid, cerca de Misurata, la milicia dominante se compone de ex partidarios de Gadafi que apoyan al caudillo local y rechazan al nuevo gobierno. Algunas brigadas proporcionan seguridad o servicios públicos; otras se oponen a la democracia por considerarla contraria al islam. Ansar al-Sharuah hizo las dos cosas.
En una sesión parlamentaria la semana pasada, Eric A. Nordstrom, ex jefe de seguridad en la embajada estadounidense en Libia, dijo que había estudiado a la brigada Ansar al-Shariah como una amenaza potencial “durante bastante tiempo”. Definió la brigada tanto como “extremista” como, en su opinión, un brazo informal del gobierno libio.
Wissam Bin Hamid, el jefe de 35 años de una importante milicia de Bengasi, Escudo de Libia [Libya Shield], dijo que consideraba a Ansar al-Shariah más como un “club social” islámico que un grupo de combatientes. “Las familias recurren a ellos cuando tienen problemas con un hijo”, dijo, por el uso de drogas o mala conducta. Como otros líderes milicianos de Bengasi, dijo que quería ver evidencias antes de responsabilizar a Ansar al-Shariah del ataque.
Los organizadores de la marcha contra los paramilitares, sin embargo, insistieron en que habían logrado al menos un cambio sutil. La enorme participación mostró que los partidarios de un gobierno civil eran de hecho “la fuerza en el terreno”, insistió Abu Janash Mohamed Abu Janash, 26, uno de los coordinadores.
Pero también reconoció que Ansar al-Shariah no había sido desalojada de su cuartel central, como se había informado. Dijo que los organizadores de la protesta le dieron a Ansar al-Shariah un aviso para que evacuara. “Fueron amables”, dijo Abu Janash. “Almorzamos juntos”.
Sólo después del asalto se enteró Abu Janash de que hombres armados habían dirigido la marcha durante varios kilómetros para atacar a una milicia más grande conocida por defender al gobierno. “La marcha fue secuestrada”, dijo Salabi, líder de la milicia, que fue herido en el ataque.
El gobierno civil respondió a la protesta popular enviando a oficiales militares para ayudar a controlar a las milicias más grandes. Pero los jefes de la brigada dijeron que ellos, no el gobierno, elegirían a sus nuevos oficiales, y que los comandantes actuales no cederían el control de sus unidades. Los comandantes de la milicia dicen que se niegan a someterse al ejército nacional o a la policía debido a que muchos oficiales trabajaban para el gobierno del coronel Gadafi.
“Algunos lucharon con nosotros, algunos lucharon contra nosotros, algunos se quedaron en casa”, dijo Bin Hamid, de Escudo de Libia.
“Todo el gobierno está infiltrado”, dijo Salabi.
Otros dicen que también hay ellos en juego. “Hay comandantes milicianos que quieren prestigio, que tienen más poder de lo que podían haber imaginado”, dijo Zeidoun bin Hamid, director de operaciones de Escudo de Libia. “A la gente le gusta la fama, y es difícil quitársela”.
Incluso las milicias de Bengasi que trabajan con el gobierno están alineadas con bases de poder rivales dentro de este, como el ministro de Defensa, el jefe del Estado Mayor y el ministro de Interior.
El ministro interino del Interior, Fawzi Abdel Aali, ex miembro de la milicia de Misurata, organizó una brigada con pretensiones nacionales, el Comité Supremo de la Seguridad Nacional. Pero en una entrevista en su sede en Trípoli, un portavoz de la milicia criticó a su ostensible jefe. “Seré franco”, dijo el portavoz, Abdel Moneim al-Hur, “no está haciendo su trabajo”.
Hur acusó al ministro del Interior de no pagar a los combatientes de la milicia, que habían patrullado en Bengasi, obligándolos a marcharse hace algunos meses. Y acusó al ministro de utilizar la milicia como un “grupo de presión” para estrujar al Parlamento pidiendo a sus combatientes que no hicieran trabajos policiales.
En cuanto a los paramilitares en el hotel de lujo, el portavoz observó que los gorrones y el ministro del Interior eran todos de Misurata. “Hace la vista gorda con lo que hacen sus primos”, dijo Hur.
Algunas milicias están persiguiendo ansiosamente a partidarios de Gadafi. Hace unas semanas, paramilitares de la Brigada 17 de Febrero, de Bengasi, detuvieron a un estudiante de odontología, Firas Ali el-Warfalli, cuyo padre fue miembro de uno de los comités revolucionarios del coronel Gadafi. Cuando los familiares de Warfalli y compañeros de estudio hicieron letreros pidiendo su libertad, un aliado de la milicia subió a internet una grabación de una llamada telefónica en la que Warfalli se refería a los partidarios de la bandera verde del coronel Gadafi como “algas como nosotros”. Un oficial de la brigada confirmó que la grabación provenía del Ministerio de Inteligencia.
Que la vigilancia telefónica esté en manos de milicias independientes sugiere falta de control y aumenta los temores de actividades de espionaje de políticos rivales, dijo Anwar Fekini, un conocido abogado. “Ningún gobierno digno de su nombre permitiría una cosa así”, dijo. “Pero tenemos un gobierno que sólo existe en el papel”.
[Suliman Ali Zway contribuyó al reportaje.]
4 de noviembre de 2012
14 de octubre de 2012
©new york times
cc traducción c. lísperguer