[En su columna en La Nación, el escritor Carlos Ernesto Sánchez ofrece un extraordinario y dramático panegírico sobre el papel de los comunistas del Partido Comunista en la historia de Chile. Demasiado elogioso. Comenté su columna en el foro de La Nación, comentario que reproduzco en parte, y extiendo.]
[Claudio Lísperguer] De ninguna manera quiero quitar valor al papel que han jugado los comunistas en la defensa de los derechos de los trabajadores desde los inicios mismos de los movimientos sociales organizados ni al aporte de sus intelectuales y artistas a las artes y ciencias en el país ni a su lucha para liberarnos de la dictadura. Pero creo que la historia del periodo 1970-1973 enseñó también a los comunistas el inmenso valor de la democracia y el terrible error que se cometió cuando se la consideró una suerte de fachada de las clases burguesas.
Nunca han mostrado los militares que dieron el golpe de 1973 prueba alguna de que los comunistas preparasen un golpe de estado ni que se aprestaban a tomar el poder, como dijeron para legitimar el golpe de Estado. Para justificarlo, escribieron los militares un panfleto infame en el que intentaban demostrar que habían desbaratado un Plan Z, un escrito lleno de falsedades que debía servir para justificar la campaña de persecución y exterminio que siguió al golpe.
Pero durante el gobierno del presidente Allende no demostraron los comunistas exactamente que adhiriesen a principios democráticos y en muchas instancias crearon la sensación de que la democracia se encontraba amenazada no solamente por los grupos fascistas que empezaron a emerger en todas partes en ese periodo, aún antes del gobierno de Salvador Allende.
En el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde yo estudiaba, la izquierda había creado un clima tan opresivo y enrarecido que reafirmaba en muchos la idea de que los comunistas y la extrema izquierda sí representaban un peligro para el sistema político. El marxismo se había convertido en una materia obligatoria en todas las carreras, gozando de un estatus del que no gozaban materias como el liberalismo o el conservadurismo, para decir algo. Al mismo tiempo, se había eliminado la cátedra de Ética porque las autoridades universitarias de entonces la consideraban una ciencia burguesa inútil.
Después de las elecciones de 1973, en las que la izquierda fue ampliamente derrotada, en el Pedagógico se negaron a tomar distancia de sus funciones, impidieron que asumieran los candidatos elegidos y grupos de comunistas armados de cadenas y porras controlaban las entradas al campus. Muchos disidentes fueron golpeados. Yo mismo debí algunas veces eludir la vigilancia comunista. De los grupos de jóvenes investigadores que se formaron en varios departamentos fueron expulsados todos los que no eran comunistas o de izquierdas (yo fui expulsado del grupo de estudios de movimientos sociales por la doctora Bunster, por mis inclinaciones liberales).1 Muchos veíamos en los fascistas y en muchas tendencias incluso de la Democracia Cristiana una amenaza para la democracia. Pero también veíamos esa amenaza en muchos sectores de izquierda.
No quiero con esto justificar el golpe, ni creo en la teoría de los dos demonios. Lejos de eso. A mí me basta con saber que la derecha, en octubre de 1970, con el respaldo de la embajada de Estados Unidos y la complicidad de El Mercurio, asesinó al comandante en jefe René Schneider con la intención de atribuir el crimen a la izquierda y provocar un levantamiento que impidiera que Salvador Allende fuera investido. Lo demás es anécdota.
Deberíamos alegrarnos si los que en el pasado veían en la democracia un mero mecanismo útil para socavar las instituciones desde dentro para acercarnos así a la dictadura del proletariado, han cambiado y tienen ahora esos conceptos y propósitos como una fea pesadilla. Deberíamos alegrarnos si ahora los comunistas son uno de los pilares de la estabilidad política –no tengo ninguna duda de que luchan, codo a codo con otros, por recuperar la democracia que perdimos hace tanto tiempo.
Pero no siempre fue así.
Notas
1 Dicho esto, muchos marxistas y muchas organizaciones marxistas no han renunciado ni a sus viejos ideales totalitarios ni a sus métodos estalinistas. Colegas míos, que puedo describir como liberales de izquierda, han sido excluidos de publicaciones marxistas online que se presentan como pluralistas y que están asociadas inverosímilmente a sectores socialistas que, en otros aspectos, parecían haber abjurado de sus orígenes cavernícolas.
[La foto viene de The Espresso Stalinist.]