[La Habana, Cuba] [Experimento cubano con la agricultura de libre mercado rinde magra cosecha. El año pasado, el presidente Raúl Castro legalizó las pequeñas empresas agrícolas como parte del proyecto de revitalización de la economía.]
[Damien Cave] El más atrevido experimento con el capitalismo se despliega todas las noches en un sucio lote en las afueras de la capital, donde camiones de la era de Truman cargados de productos frescos son esperados por cientos de compradores en chirriantes triciclos de carga y con las manos llenas de fardos de billetes.
“Este lugar alimenta a toda La Habana”, dijo Misael Toledo, 37, que posee tres pequeñas tiendas en la ciudad. “Antes, sólo podías comprar o vender en los mercados de Fidel”.
El mercado agrícola, que surgió el año pasado después de que el gobierno cubano legalizara un amplio rango de pequeños negocios, es un potente signo de lo mucho que ha cambiado el país, y de las limitaciones políticas y prácticas que continúan conteniéndolo.
El presidente Raúl Castro ha convertido la agricultura en la prioridad número uno en su proyecto de rehacer el país. En 2007 usó su primer discurso presidencial importante para concentrar la atención en la agricultura, enfatizando la necesidad de garantizar que “todos puedan beber un vaso de leche”.
Ninguna industria ha visto tanta liberalización, con un firme flujo de incentivos para los campesinos. Y Castro ha sido explícito sobre su razonamiento: aumentar la eficiencia y la producción de alimentos para remplazar las importaciones que le cuestan a Cuba cientos de millones de dólares al año es un asunto de “seguridad nacional”.
Sin embargo, según la mayoría de las mediciones, en este punto el proyecto ha fracasado. Debido al despilfarro, mala administración, restricciones administrativas, limitaciones del transporte, robos y otros problemas, la eficiencia general ha decaído: de hecho, muchos cubanos ven ahora menos alimentos en los mercados libres, pese a que ahora hay más productores y al aumento de la producción de algunos productos. Un reciente estudio de la Universidad de La Habana mostró que los precios en el mercado subieron en 2011 casi un veinte por ciento. Y las importaciones de alimentos aumentaron de 1.4 mil millones de dólares en 2006 a 1.7 millones de dólares en 2011.
“Este es el primer caso de un presidente cubano que no logra hacer lo que dijo que haría”, dijo Jorge I. Domínguez, vicerrector de asuntos internacionales en Harvard, que salió de Cuba cuando era niño. “Las estadísticas publicadas son muy desalentadoras”.
Una causa importante: el transporte inadecuado, debido a la escasez de camiones y al hecho de que los anticuados que aún funcionan, a menudo sufren panas.
En 2009, cientos de toneladas de tomates, parte de la abundante cosecha ese año, se pudrieron debido a la falta de transporte de la repartición gubernamental encargada de llevar el alimento a las plantas procesadoras.
“Es peor cuando llueve”, dijo Javier González, 27, campesino de la provincia de Artemisa que contó que veía a menudo cosechas que se marchitaban y pudrían porque nadie las recogía.
Detrás de él había 33 fértiles y gratuitos acres que se le habían asignado como parte de un programa introducido por Castro en 2008 para estimular a los residentes rurales a trabajar la tierra. Después de limpiarla él mismo, y de plantar una variedad de productos, explicó González, le estaba yendo relativamente bien y el año pasado ganó más que su padre, que es médico.
Pero las ineficiencias de Cuba lo empezaron a carcomer. Inteligente, fuerte y ambicioso, tenía en mente expandirse, pese a que llevaba una llave inglesa en la mano. Estaba reparando un tractor que debía nivelar la tierra. Se había averiado. Una vez más.
El tractor de modelo soviético de los años ochenta que le compró a otro campesino es casi lo mejor que se puede conseguir en Cuba. El gobierno cubano mantiene el monopolio de la venta de cualquier cosa nueva, y simplemente no hay suficiente de nada –ni fertilizantes, e incluso a veces ni siquiera machetes.
Los economistas del gobierno están conscientes del problema. “Si le das tierra a la gente, pero no les entregas recursos, no importa lo que pase en la tierra”, dijo Joaquín Infante, de la Asociación Nacional de Economistas Cubanos de La Habana.
Pero Castro se ha negado a permitir lo que muchos productores y expertos ven como la obvia solución a la escasez en el transporte y en el equipamiento: dejar que la gente importe sus propios insumos. “Se trata del control”, dijo Philip Peters, analista de Cuba en el Instituto Lexington, un centro de investigación con sede en Virginia.
Otros analistas concuerdan, observando que aunque las reformas agrarias han ido más lejos que otros cambios –como los que permiten el autoempleo- estas siguen estando restringidas por la política.
“El gobierno no está dispuesto a soltar las riendas”, dijo Ted Henken, profesor de estudios latinoamericanos en el Baruch College. “Están enviando el mensaje de que lo van a permitir, o de que están tratando de hacerlo, pero lo que manejan es todavía un mecanismo de control”.
Para muchos productores, eso explica por qué los arriendos de tierra duran diez años con la posibilidad de renovarlos, y no indefinidamente ni los 99 años que se ofrecen a promotores inmobiliarios extranjeros. También es la razón por la que muchos campesinos dicen que no construirán casas en las tierras que arriendan, pese a una concesión de este año que lo permite.
La desconfianza es generalizada. Para lograr el crecimiento que quiere Castro en la agricultura y la economía, la gente debe confiar en el gobierno, dicen los analistas. Pero después de medio siglo de estricto control, muchos cubanos dudan de las proclamas de los funcionarios, que insisten en que esta vez, pese a la mano dura previa, las empresas privadas serán apoyadas.
Algunos campesinos todavía temen que el gobierno los reprima y se apodere de lo que han construido.
“Lo que me preocupa es que en un país como este, después de cinco o seis años el estado podría necesitar la tierra para completar algún proyecto”, dijo Reinaldo Berdecia, que está criando vacas en las afueras de La Habana.
Los cubanos también dicen que les preocupa que los burócratas responsables del control de la compleja combinación de la agricultura privada y estatal del país, carecen del conocimiento que se necesita para que el sistema funcione. En el otoño, había pilas de bananas pudriéndose en toda la ciudad, por ejemplo. Los productores dicen que el gobierno garantizó un precio que era demasiado alto, y no tomó en cuenta que debido a que las bananas requieren menos inversión y su temporada de siembra es breve, los campesinos producirían mucho más de lo planificado.
En una reciente visita al mercado cerca del aeropuerto de La Habana, estas frustraciones, esperanzas y temores estaban a la vista. Desde los camiones tan viejos como jubilados, campesinos quemados por el sol con botas de goma negras arrojaban cebollas, lechugas y otros productos a colegas que los pesaban para su venta, mientras que una multitud de compradores se acercaban. Los camiones que llegaban eran rodeados de inmediato, en general por jóvenes que gritaban y se empujaban por acercarse.
Era un signo de que la demanda todavía supera a la oferta, y en medio de la avalancha para comprar a precios mayoristas, no todo el mundo estaba seguro de que los mercados libres fueran la mejor manera. Recelosos inspectores del gobierno observaban las compras que se efectuaban antes de la apertura oficial a las seis de la tarde. José Ramón Murgado, 40, miembro del sindicato de campesinos, dijo que el gobierno había introducido demasiado caos en el sistema.
“El capitalismo significa precios más altos”, dijo. “Ese es el problema”.
Pero los precios altos procuraban también adaptación y eficiencia. Algunos productores del este de Cuba dijeron que retuvieron las cargas de cebollas, un ingrediente principal para el sofrito, base de la cocina cubana, hasta después de la temporada de cosecha, debido a que podían ganar más vendiéndolas por kilo. Otros campesinos que miraban desde cerca parecían dispuestos a seguir el ejemplo.
Para Castro y su gobierno, el éxito o fracaso de las reformas en la agricultura y otros sectores de la economía puede depender de estos innovadores que inspiran a otros a producir más –gente como Toledo, propietario de tres pequeñas tiendas que abastece con productos del mercado.
Toledo pasó una década conduciendo camiones en Florida y España y, confiado, con unos kilos demás y algunos ahorros, volvió hace un año para aprovechar las nuevas oportunidades económicas de Cuba.
Ahora tiene su propio camión, y da empleo a seis personas para que exploren el mercado a búsqueda de oportunidades. La agricultura le ha dado un empujón, así como a otros que han probado suerte en la agricultura comercial. Pero la cuestión que se preguntan todos en Cuba es: ¿Hasta dónde los dejará crecer el gobierno socialista de Castro?
1 de enero de 2013
9 de diciembre de 2012
©new york times
cc traducción @lisperguer