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[Estados Unidos] [Paul Steinberg] [Necesitamos mayor capacidad en hospitales públicos y privados para cuidados más prolongados de pacientes con esquizofrenia.]

Demasiados péndulos han oscilado en las direcciones equivocadas en Estados Unidos. No me refiero solamente a la bizarra retórica del todo o nada sobre el control de armas, sino a los cambios en el servicio de salud mental en los últimos cincuenta años: muy pocas institucionalizaciones de adolescentes y adultos jóvenes (especialmente hombres, generalmente más inclinados hacia la violencia) que han tenido un brote reciente de esquizofrenia; muy poca educación sobre el impacto de las enfermedades mentales no tratadas en la salud pública; muy pocos psiquiatras para hablar sobre trastornos mentales severos, y tratarlos –pese a que las medicaciones disponibles en los últimos quince a veinte años pueden ser extraordinariamente efectivas.
En lugar de eso, nos hemos preocupado demasiado de la privacidad, la clasificación y la estigmatización, de las libertades civiles de personas que tienen un raciocinio horriblemente distorsionado. Con nuestra preocupación por los derechos de las personas con enfermedades mentales, hemos olvidado los derechos de los estadounidenses a vivir sin el temor de ser agredidos a tiros –en casa y en las escuelas, en teatros, templos y centros comerciales.
La “psicosis” –pérdida de contacto con la realidad- es un término general, muy parecido a “fiebre”. Como con las fiebres, hay numerosas causas, desde medicamentos y el alcohol hasta lesiones en la cabeza y demencias. La fuente más común de la psicosis severa en adultos jóvenes es la esquizofrenia, un trastorno de nombre inapropiado que en el original griego significa “mente escindida”. De hecho, la esquizofrenia no tiene nada que ver con la personalidad múltiple, un trastorno que es habitualmente causado por importantes y repetidos traumas en la infancia. La esquizofrenia es un trastorno fisiológico causado por cambios en la corteza prefrontal, un área del cerebro que es esencial para el lenguaje, el pensamiento abstracto y la conducta social apropiada. Esta zona del cerebro altamente desarrollada se ve debilitada por el estrés, que ocurre a menudo en la adolescencia.
Psiquiatras y neurobiólogos han observado cambios bioquímicos y alteraciones en las conexiones cerebrales de los pacientes con esquizofrenia. Por ejemplo, los problemas de comunicación entre la corteza prefrontal y el área del lenguaje en la corteza temporal pueden resultar en alucinaciones auditivas, así como en pensamientos desorganizados. Cuando las voces se convierten en órdenes, no se sabe qué puede ocurrir. Las órdenes pueden, por ejemplo, insistir en que la persona salte por la ventana, incluso si no tiene la intención de matarse, o en que coja algún arma y empiece a matar gente, sin tener ni idea de que está causando estragos. Entre los síntomas adicionales se incluyen otras ideas distorsionadas, como la creencia de que algo –incluso una nave espacial, o el personaje de una historieta- está controlando sus pensamientos y acciones.
Usualmente la esquizofrenia surge entre los quince y los veinticuatro años, y algo ligeramente más tarde entre mujeres. Los primeros signos pueden incluir ser una persona solitaria y extravagante –a menudo confundido con el síndrome de Asperger-, pero signos y síntomas agudos no aparecen sino hasta la adolescencia o la adultez joven.
Las personas con esquizofrenia no están conscientes de lo extrañas que son sus ideas y no buscan tratamiento. En Virginia Tech, donde Seung-Hui Cho mató a 32 personas en una desenfrenada masacre en 2007, los profesores sabían que algo estaba terriblemente mal, pero Cho no fue hospitalizado el tiempo suficiente como para que se recuperara. Los padres y sus compañeros en la escuela de Jared L. Loughner, que mató a seis personas e hirió a tiros a otras trece (incluyendo a un parlamentario) en 2011, no sabía a quién recurrir. Quizá no sepamos nunca qué demonios atormentaban a Adam Lanza, que asesinó a veintiséis personas en una escuela básica en Newtown, Connecticut, el 14 de diciembre, aunque sus actos sugieren fuertemente una esquizofrenia no diagnosticada.
Escribo esto a pesar de la llamada Goldwater Rule, un precepto ético adoptado por la Asociación Psiquiátrica Americana en los años setenta que obliga a los psiquiatras a no comentar sobre el estado mental de una persona si no la han examinado y obtenido permiso para discutir el caso. Ha tenido un pavoroso efecto. Después de las masacres, nuestras ondas de radio están llenas de especulaciones infundadas sobre los videojuegos, nuestra cultura del hedonismo y nuestra pérdida de la fe religiosa, mientras los psiquiatras, los que más saben sobre las enfermedades mentales severas, son en gran parte marginados.
Personas severamente enfermas como Lanza caen por las rendijas, en parte debido a que los psicólogos escolares están más familiarizados con la ansiedad y la depresión que con la psicosis. Las hospitalizaciones por un brote agudo de esquizofrenia se han acortado hasta el punto del absurdo. Las compañías de seguros y las familias tratan de sacar a los pacientes lo más pronto posible de los hospitales debido a los costes prohibitivos del cuidado médico.
Tal como ha sido documentado por escritores como la profesora de derecho Elyn R. Saks, autora del libro de memorias ‘The Center Cannot Hold: My Journey Through Madness’, la medicación y el tratamiento funcionan. La inmensa mayoría de la gente con esquizofrenia, tratada o no tratada, no es violenta, aunque es más probable que cometan delitos violentos. Cuando son tratados con medicación después de algún desmadre, muchos perpetradores que han mostrado signos de esquizofrenia –incluyendo al asesino de John Lennon y al asesino fallido de Ronald Reagan- han reconocido la atrocidad de sus acciones y expresado un profundo remordimiento.
Se necesita todo un pueblo para parar una atrocidad. Necesitamos controles razonables de la posesión de armas semiautomáticas; penas de prisión para los que venden armas a personas con claros signos de psicosis; mayor cobertura de seguros y mayor capacidad en hospitales públicos y privados para cuidados más prolongados de pacientes con esquizofrenia; educación pública seria para los que tengan que ver con la esquizofrenia; mayor voluntad para buscar la internación involuntaria de los que representan una amenaza para sí mismos y para otros; y mayores incentivos para los psiquiatras (y otros profesionales de la salud mental) para tratar el trastorno, antes que condiciones menos peligrosas.
Demasiadas personas con esquizofrenia no son tratadas. Ha habido demasiadas Glocks, demasiados niños y adultos liquidados en la flor de su vida. Es suficiente.
[Paul Steinberg es psiquiatra en práctica privada.]
6 de enero de 2013
25 de diciembre de 2012
©new york times
cc traducción @lisperguer

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