[Washington, Estados Unidos] [Que no buscan atacar a Estados Unidos. En la foto, miembros de Boko Haram, una organización que en los últimos años ha asesinado a miles de personas en su intento por fundar un estado islámico en Níger.]
[Robert F. Worth] Una de los temas que marcaron la campaña presidencial fue una pregunta tácita, aunque fundamental: después de once años de guerra contra el terrorismo, ¿qué tipo de amenaza representa al Qaeda para Estados Unidos?
Los candidatos ofrecieron respuestas profundamente diferentes durante el debate final de la campaña: el presidente Obama repitió su triunfante versión de los asesinatos selectivos con ataques de aviones no tripulados (drones), y Mitt Romney advirtió ominosamente sobre el avance de los islamitas en un Oriente Medio cada vez más hostil.
En cierto sentido, las dos respuestas son correctas. La organización que, operando desde Afganistán y Pakistán, planificó los atentados del 11 de septiembre de 2001, está a punto de desaparecer; decenas de sus dirigentes más importantes han sido asesinados desde que Obama asumiera la presidencia, y los que siguen vivos están en gran parte fuera de servicio.
Al mismo tiempo, los yihadistas de varios tipos, algunos de los cuales se identifican con al Qaeda, están floreciendo en África y en Oriente Medio, donde el caos que se produjo después de las rebeliones árabes a menudo les dio mayor libertad para organizarse y actuar. La muerte de J. Christopher Stevens, el embajador estadounidense en Libia, en septiembre durante el asalto montado por yihadistas libios contra la misión estadounidense en Bengasi, se lo ha recordado a la opinión pública de Estados Unidos.
Pero existe una importante distinción: la mayor parte de las organizaciones yihadistas más recientes tienen programas locales, y muy pocas aspiran a atacar directamente a Estados Unidos como lo hizo el núcleo de la red de Osama bin Laden. Pueden interferir con los intereses estadounidenses en el mundo –como en Siria, donde la presencia de militantes islámicos entre los rebeldes que luchan contra el gobierno del presidente Bashar al-Assad ha inhibido los intentos estadounidenses de apoyar la rebelión. Pero esto está todavía muy alejado de las conspiraciones terroristas contra Estados Unidos mismo.
“De muchos modos, estamos de vuelta en el mundo de antes del 11 de septiembre de 2001”, dijo Brian Fishman, investigador de contraterrorismo de la New America Foundation. “Ahora los grupos fundamentalistas locales se concentran en proyectos dentro de sus propios países, incluso si a veces mantienen el marco retórico de al Qaeda y su lucha global”.
Aunque en el corto plazo estas organizaciones locales pueden haberse beneficiado de la turbulencia que siguió a las rebeliones de la Primavera Árabe, también sufrieron un golpe ideológico que podría hacer mucho más difícil reclutar a jóvenes simpatizantes. Movimientos de protestas pacíficas derrocaron a dictaduras en Túnez y Egipto, y allá, como en los conflictos más violentos en Libia y Yemen, Estados Unidos estuvo del lado del cambio.
La idea de atacar a Estados Unidos, el “enemigo lejano” entre los yihadistas, fue siempre impopular para muchos islamitas radicales cuyo principal objetivo era remplazar con teocracias a sus propios gobiernos. El concepto se hizo todavía más impopular después de los atentados del 11 de septiembre de 2011, cuando Osama bin Laden y sus seguidores fueron desalojados de su santuario en Afganistán. En los años siguientes, los militantes de organizaciones afines a al Qaeda en Iraq y Arabia Saudí causaron considerable daño a la franquicia con el asesinato de decenas de miles de musulmanes, aunque matar a soldados estadounidenses en Iraq, donde esas tropas eran vistas como fuerzas de ocupación comparables con los cruzados, siguió contando con una amplia aprobación.
Al Qaeda todavía conserva su mística, la leyenda de un pequeño grupo de guerreros que se atrevió a atacar a un imperio con una devastadora operación. Esa mística sigue siendo terriblemente atractiva, incluso para insurgentes que difieren de los métodos de al Qaeda o de su obsesión con atacar a Estados Unidos.
Los últimos años han presenciado una proliferación de movimientos fundamentalistas que pueden haberse inspirado en al Qaeda, pero promueven objetivos muy diferentes. En Níger, la organización islamista radical Boko Haram ha asesinado en los últimos años a miles de personas en su lucha por derrocar al gobierno y fundar un estado islámico. Allá, el conflicto es en gran parte religioso; Boko Haram se ha dedicado en lo fundamental a atacar a los cristianos e incendiarles sus iglesias.
Ahora los yihadistas controlan el extenso norte de Mali, como mencionó Romney más de una vez en el último debate, y tienen vínculos con una organización más antigua asociada oficialmente con al Qaeda que emergió durante el conflicto civil en Argelia en los años noventa. Aunque estas organizaciones están bien armadas y son peligrosas, algunas parecen ser más delictivas que ideológicas y se concentran en secuestros extorsivos y tráfico de drogas. Los yihadistas también han ganado fuerza en la Península del Sinaí en Egipto, justo al otro lado de la frontera con Israel.
En un momento durante el debate, Romney pareció asociar estas variadas amenazas con el ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Para algunos analistas de terrorismo, este tipo de discurso es contraproducente, porque oblitera distinciones cruciales entre aliados potenciales que profesan que creen en la democracia y en los derechos civiles, como los Hermanos Musulmanes, y militantes islámicos más radicales que ven esos principios como herejía.
“Todavía existe la tendencia a hablar sobre el enemigo en términos grandilocuentes, poniéndolos a todos juntos, porque eso te hace sonar rudo”, dijo Fishman, de la New America Foundation. “De hecho, provoca todo lo contrario, porque obscurece las diferencias que deberían estar en el centro de nuestras campañas contraterroristas”.
El movimiento al Qaeda más peligroso, desde la perspectiva estadounidense, es el de Yemen, que ha tratado repetidas veces de poner bombas en aviones de pasajeros con destino a Estados Unidos. Allá, como en Afganistán y Pakistán, los ataques estadounidenses con aviones no tripulados han tenido un efecto devastador, como lo demostró el asesinato del clérigo estadounidense Anwar al-Awlaki y muchos otros importantes dirigentes. La organización ocupó extensos territorios en el sur de Yemen el año pasado cuando el gobierno yemení era distraído por protestas callejeras en la capital; pero los yihadistas debieron retroceder en junio, con la ayuda militar estadounidense.
Al mismo tiempo, la mayor parte de las realidades políticas que inspiraron a la organización de bin Laden todavía persisten, incluyendo el apoyo estadounidense aparentemente incondicional de Israel y los gobernantes de los estados del Golfo Pérsico. Las fuerzas armadas estadounidenses todavía están luchando en Afganistán, y el Talibán, que acogió a al Qaeda durante los años noventa, podría adquirir más poder después de la retirada de Estados Unidos.
Al Qaeda “no fue nunca un movimiento de masas; fue siempre una vanguardia”, dijo Bernard Haykel, profesor de estudios del Cercano Oriente en la Universidad de Princeton. “Así que incluso aunque haya desaparecido la primera generación de líderes, es muy difícil declarar muerto al movimiento”.
10 de febrero de 2013
28 de octubre de 2012
©new york times
cc traducción @lisperguer