[Paramilitares sirios chocan contra corazones y mentes elusivas. En la foto, rebeldes sirios en un vecindario de Damasco. Muchos sirios desconfían de la oposición y de sus garantías sobre cómo gobernarían el país.]
[Anne Barnard] Cuando la guerra civil en Siria se acerca a su segundo año, los opositores del presidente Bashar al-Assad y sus patrocinadores internacionales no han logrado ganar el apoyo de los numerosos partidarios del gobierno, incluyendo las minorías, un fragmento de la población cuya ayuda es esencial no sólo para resolver el conflicto, sino también para impedir que Siria se convierta en un estado fallido, dicen algunos analistas.
Los líderes de la oposición siria en el exilio han prometido repetidas veces que la Siria del futuro garantizará derechos iguales para todos los ciudadanos, independientemente de su religión y etnia, incluyendo a los miembros de la minoría alauí del presidente Assad, y que los funcionarios de gobierno “sin sangre en sus manos” podrán vivir en seguridad. Pero esas promesas no han logrado conquistar la lealtad de un bloque significativo de sirios que desconfían de la rebelión.
“De hecho, la oposición está ayudando a mantener unido al régimen”, dijo Peter Harling, analista del Grupo Internacional de Crisis que se reúne en Siria con personas de todas las partes en el conflicto. “Parece no tener ninguna estrategia cuando se trata de mantener lo que queda del estado, cortejando a los alauíes dentro del régimen o acercándose a los que no saben a quién odian más, si al régimen o a la oposición”.
Analistas con contactos en Siria dicen que la oposición no ha logrado determinar cómo manejará difíciles problemas políticos como el destino del Partido Baath, los soldados rasos del ejército, y el sector público –que emplea al menos a 1.2 millones de sirios- o cómo impedirá la violencia religiosa y los asesinatos por venganza. La oposición, dicen los críticos, ha perdido oportunidades para dividir el frente del gobierno desde dentro y ha permitido que Assad se retrate a sí mismo ante los indecisos como la mejor apuesta para mantener intacto el estado sirio.
Ese vacío, dicen algunos analistas, fue el telón de fondo del tono de confianza de Assad en un discurso que leyó el 6 de enero, cuando ofreció participar en un diálogo político con opositores que considere aceptables.
Harling dijo que el discurso permitió que Assad tratara de convencer a los indecisos de que él es todavía una opción plausible, y reflejaba la creencia en el círculo del presidente –quizás erróneamente- de que “en última instancia la gente los volvería a preferir, porque ofrecen más desde el punto de vista de la perspectiva de un estado”.
El domingo, el ministro de relaciones exteriores de Rusia llamó enfáticamente a la oposición a ofrecer contrapropuestas específicas para una solución política antes que quejarse sobre el rechazo a negociar de Assad. Y el lunes, Kofi Anna, el ex secretario general de Naciones Unidas, reprendió a Estados Unidos y Rusia por no trabajar más arduamente para obligar a las partes a negociar, advirtiendo que la insistencia de la oposición en que Assad renuncie antes de que empiecen las negociaciones está perpetuando un empate y corre el riesgo de terminar en un caos.
La preocupación no es solamente de los rusos, los aliados más resueltos de Assad, y Annan, que renunció como enviado internacional en Siria cuando sus intentos de mediación no lograran ningún resultado. La comparte un creciente coro de analistas de Oriente Medio, intelectuales sirios y un ex asesor de Siria en el gobierno de Obama, que ha reconocido a la oposición como representante legítimo del país.
El ex asesor sirio, Frederic C. Hof, escribió el mes pasado que aunque la oposición ha ofrecido garantías generales al tercio de los sirios que pertenecen a grupos minoritarios, “probablemente sólo un puñado cree en ellas”, especialmente ahora que las organizaciones yihadistas se hacen más prominentes en el campo de batalla y emiten llamados en video a restaurar el califato islámico.
“¿Y por qué deberían?”, escribió en un artículo publicado por el Atlantic Council, un centro de investigación en Washington. “¿Qué pesaría más en el cerebro de un árabe no-suní (o de un árabe suni partidario de un gobierno laico): las ocasionales palabras sobre la primacía de la ciudadanía, o los cánticos civilizados de hirsutos guerreros?”
Parte del problema es que la oposición, a diferencia del gobierno, no habla con una sola voz. Se divide entre miembros laicos y religiosos, exiliados y los que luchan dentro de Siria, y partidarios y opositores de la lucha armada. Incluso después de reorganizarse por la presión occidental, la coalición todavía debe ponerse de acuerdo para nombrar un gobierno en el exilio.
Sin embargo, la coalición entiende el peligro, dijo Samir Nachar, uno de sus miembros, en una entrevista desde Turquía.
“Todo el mundo siente y sabe que hay un dilema y un peligro reales cuando se trata de la moral del ciudadano sirio”, dijo. “Desgraciadamente, no tenemos nada en el terreno que pueda de verdad aliviar los temores y ansiedades que están agobiando a las minorías en estos momentos. Desgraciadamente, la secta alauí ha sido secuestrada por este régimen”.
Rechazó las críticas contra la oposición, diciendo que la radicalización de los combatientes en el terreno es culpa de Assad por “retratarla como una revolución suní”, y de Estados Unidos y otros por no apoyar a la oposición tradicional armada mediante una intervención militar.
“Esta es la mejor manera de tranquilizar a las minorías: ayudando a las fuerzas moderadas en el terreno”, agregó.
Estados Unidos ha llamado hace tiempo a la formación de un gobierno pluralista que conserve las estructuras del estado, y parece estar abordando el problema con renovada urgencia. En una reunión con su contraparte rusa el viernes, William J. Burns, subsecretario de estado, enfatizó que la oposición en el exilio se estaba aproximando a tecnócratas del gobierno sobre cómo manejar “el día después” –por ejemplo, manteniendo en funcionamiento la electricidad, la seguridad y otros servicios.
Pero Yezid Sayigh, analista del Carnegie Middle East Center en Beirut, dijo que era una pérdida de tiempo que Estados Unidos y otros admitieran la exigencia de la oposición de que Assad renuncie antes de las conversaciones, agregando: “Eso no es una solución política. Eso es una victoria”.
Paul Salem, director del Carnegie Center, defendió a la oposición, argumentando que es difícil cambiar la dinámica con la que ha estado trabajando la familia Assad durante décadas –desechando cualquier alternativa de un liderazgo alauí o de una oposición moderada que convenza a los alauíes y otros de que su destino está ligado al del gobierno.
Los intentos de la oposición de ofrecer garantías y de acercarse a otras fuerzas han sido tibios, dicen los analistas. El 17 de diciembre, el vicepresidente sirio Farouk al-Shara, pareció sugerir un compromiso cuando dijo en el diario Al Akhbar, del Líbano, que algunos en el gobierno, en el Partido Baath y en el ejército creen que “no hay alternativa para una solución política, y que no se puede volver al pasado”.
La única respuesta pública de la oposición fue una declaración diciendo que los comentarios de Shara mostraban que “el régimen se enfrenta a sus últimos días con dificultad y tratando de no morir solo”.
Manifestantes en Siria han mostrado pancartas llamando a una amnistía general para “todos los partidarios del régimen que no tengan sangre en sus manos”, dijo Harling –una declaración con la probable intención de tranquilizar, pero con el resultado de sugerir que el mero apoyo del gobierno es un delito que exige ser amnistiado.
Entretanto, el gobierno ha dedicado más esfuerzos en la persuasión. Continúa pagando salarios y beneficios sociales en algunas áreas rebeldes. Desde el discurso de Assad, los medios del estado han emitido un redoble de informes sobre los preparativos de un “diálogo nacional”.
Ese proceso puede estar “aplacando a los indecisos urbanos”, escribió hace poco en Foreign Policy, Emile Hokayem, analista del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. “Le cuesta poco inundar esta audiencia con promesas de progreso político, por huecas que puedan ser”.
[Hania Mourtada y Kareem Fahim contribuyeronn al reportaje.]
11 de febrero de 2013
16 de enero de 2013
©new york times
cc traducción @lisperguer