[Siria] [Errores de los paramilitares erosionan el apoyo de la población siria. En la foto, un rebelde dispara contra un hombre sospechoso de ser un soldado sirio en la provincia de Idlib.]
[Anne Barbard] Los combatientes rebeldes de Siria –que han reclamado superioridad moral por su lucha contra la dictadura- están perdiendo el crucial apoyo de la ciudadanía cada vez más disgustada por las acciones de algunos paramilitares, entre ellas operaciones mal planeadas, destrucción injustificada, conductas delictivas y el asesinato a sangre fría de prisioneros de guerra.
El cambio en la opinión representa más que solamente un problema de relaciones públicas para el desperdigado núcleo de militantes del Ejército Libre de Siria, que depende de sus partidarios para sobrevivir la potencia de fuego superior del gobierno. Una reducción de ese apoyo socava la capacidad de los rebeldes de luchar y ganar lo que se ha convertido en una devastadora guerra de desgaste, perpetuando la violencia que ha dejado cerca de cuarenta mil muertos, cientos de miles de sirios en campos de refugiados y más de un millón de desplazados internos.
Las errores de los rebeldes se han visto agravados por cambios en la oposición, que pasó de ser una fuerza compuesta por civiles y soldados desertores que tomaron las armas después de que el gobierno usara fuerza letal para dispersar una manifestación pacífica, a una integrada cada vez más por extremistas yihadistas. Esa radicalización ha dividido a los partidarios de los combatientes y acentuado la reluctancia de países occidentales para entregar armas que podrían contribuir a intensificar el punto muerto. En lugar de eso, presidentes extranjeros están buscando modos indirectos de ayudar al derrocamiento del presidente de Siria, Bashar al-Assad.
Y ahora la arrogancia y tropiezos están drenando el entusiasmo de algunos de los partidarios claves de los paramilitares.
“Se suponían que eran las personas de las que dependíamos para construir una sociedad civil”, se lamentó un activista civil de Saraqib, una ciudad norteña donde los rebeldes fueron filmados ejecutando a un grupo de soldados sirios desarmados, una acción que Naciones Unidas declaró que era probablemente un crimen de guerra.
Un activista de Alepo, Ahmed, que como los otros que fueron entrevistados sólo dio su nombre de pila por razones de seguridad, dijo que había suplicado a los rebeldes que no acamparan en la oficina de telecomunicaciones del barrio. Pero lo hicieron, y el gobierno puso fuera de juego al servicio telefónico.
Un combatiente disparó al aire cuando los clientes de una panadería no lo dejaron saltarse el turno de la cola del pan, recordó Ahmed. Otro, dijo, se enfureció cuando un hombre que lavaba su coche, lo mojó sin darse cuenta. “Le disparó”, dijo Ahmed. “Pero gracias a Dios el tipo tenía mala puntería, así que el hombre no quedó herido”.
Después de veinte meses en lo que es ahora una guerra civil, tanto partidarios como opositores del gobierno están entrampados en un estado de ánimo marcado por la desesperación, la repulsa y el miedo de que ningún lado pueda ganar el conflicto. En los últimos meses, las dos partes han adoptado métodos más brutales, incluso más desesperados, para tratar de romper el empate, pero sólo han alcanzado una nueva versión del punto muerto. Para muchos sirios, la extrema violencia parece todavía más inútil cuando se considera la ausencia de resultados.
El cambio más significativo se produjo entre los partidarios de los rebeldes, que gritan lemas no sólo condenando al gobierno sino también criticando a los rebeldes.
“La gente quiere reformar el Ejército Libre de Siria”, han gritado en manifestaciones. “Los queremos. Corríjanse”.
Pequeños actos de humillación y atrocidades como ejecuciones extrajudiciales han llevado a muchos sirios a creer que los rebeldes son tan depravados como el gobierno contra el que luchan. El activista de Saraqib dijo que vio a rebeldes expulsar a los soldados del gobierno de una lechería, y luego destruirla, pese a que los vecinos necesitaban la leche y tenían buenas relaciones con el dueño.
“Bombardearon la lechería y se robaron todo”, dijo el activista. “Esos son actos repulsivos”.
Incluso algunos de los partidarios incondicionales de la rebelión empiezan a temer que las penurias de Siria –vidas perdidas, destrucción del tejido social, patrimonio destrozado- son por nada.
“Pensábamos que la libertad estaba tan cerca”, dijo un combatiente que dijo que se llamaba Abu Ahmed, su voz contraída por la pena cuando hablaba el mes pasado por Skype desde Maarat al-Noaman, una estratégica ciudad junto a la autopista Alepo-Damasco. Horas antes, una victoria rebelde allá había terminado en desastre cuando los ataques aéreos del gobierno sirio pulverizaron a los civiles que retornaban a lo que creían que era seguro.
“Esto demuestra que fue una gran mentira”, dijo Abu Ahmed sobre el sueño de autogobierno que dijo que lo había inspirado para dirigir un pequeño grupo de paramilitares de su aldea cercana, Sinbol. “No podemos conseguirlo. Ni siquiera podemos pensar en una democracia –eso nos entristecerá durante años. Somos las víctimas derrotadas de los dos lados”.
Una cadena de calamidades ha alimentado la indignación y la frustración de todas las partes, según muestran decenas de entrevistas con sirios.
En julio, un atentado con bomba de los rebeldes mató a cuatro altos funcionarios en un edificio fuertemente custodiado en Damasco, llevando nueva inseguridad a los partidarios del gobierno. El creciente uso por parte de los paramilitares de potentes bombas que matan a transeúntes ha provocado preocupación en las dos partes.
Ofensivas rebeldes mal organizadas han tenido severas consecuencias. En septiembre, los paramilitares lanzaron una ofensiva en Alepo, la ciudad más grande de Siria, una antigua ciudad que fue durante siglos el orgulloso legado de todos los sirios. El enfrentamiento no logró alcanzar el punto de inflexión que habían prometido los rebeldes.
El gobierno, tratando de reducir las deserciones de los soldados y la presión sobre las fuerzas armadas, mantuvo más de sus fuerzas en las bases y recurrió a la fuerza aérea y a la artillería, arrasando libremente con algunos vecindarios. Pero el cambio de estrategia no recuperó ni el control ni la seguridad.
Después de presenciar un atentado con bomba de los rebeldes y un ataque con armas ligeras contra un edificio gubernamental en el centro de Damasco, el chofer de un adinerado hombre de negocios se quejó de que las llamativas medidas de seguridad lo hacían vivir “con miedo”, sin ser efectivas.
“Quiero que alguien del gobierno me responda”, dijo. “El gobierno no puede proteger ni sus instalaciones militares clave ni los edificios de la seguridad, así que ¿cómo nos va a proteger a nosotros y gobernar al mismo tiempo?”
Incluso dentro de la base más sólida de Assad, su minoría alauí, el descontento se tradujo el mes pasado en un enfrentamiento que empezó en una cafetería en el pueblo ancestral del presidente, Qardaha. Algunos fueron sacudidos por pesadas bajas en las milicias y militares alauíes, de acuerdo a Fadi Saad, que lleva una cuenta en Facebook llamada Aluíes en la Revolución Siria.
En el lado rebelde, la batalla de Alepo catalizó las crecientes frustraciones entre los activistas civiles que se sienten dominados por los pistoleros. Una activista de Alepo dijo que se había reunido con los combatientes para sugerirles modos de interrumpir las rutas de abastecimiento del gobierno sin destruir la ciudad, pero había sido en vano. “¿Por qué arriesgar la vida de la gente?”, preguntó la activista. “El Ejército Libre de Siria simplemente le está cortando las uñas al régimen. Lo que queremos son resultados”.
Líderes nominales del Ejército Libre de Siria que dicen que se guían por normas éticas, contienden que el gobierno comete la mayor parte de los abusos y culpa a grupos paramilitares parias por la mala conducta en el campo rebelde.
Pero eso no alivió la indignación por el video de la semana pasada. El video muestra a hombres retorciéndose en el suelo, mirando y gritando aterrorizados. Los paramilitares están parados sobre ellos, gritando una cacofonía de órdenes e insultos. Se comportan como si fueran una pandilla, no como una unidad militar, empujándose y apiñándose pateando a los prisioneros, obligándolos a formar una pila. Repentinamente, el estruendo de armas automáticas apaga el ruido. De la pila de hombres ahora muertos se elevan espirales de humo.
“El Ejército Libre de Siria está copiando todas las cosas malas del régimen”, dijo Anna, una empleada de finanzas en Damasco, en una entrevista reciente.
Responsabilizó al gobierno de hacer una sociedad abusadora, pero dijo que los rebeldes no eran mejor. “Son hombres ignorantes con armas”, dijo.
En Maarat al-Noaman después de los bombardeos, Abu Ahmed dijo que los sirios llorarían si vieran la destrucción de la ciudad de “nuestro poeta y filósofo más famoso”, Abu al-Alaa al-Ma’arri.
El poeta, escéptico y racionalista nacido en el siglo diez y sepultado en la ciudad, escribió a menudo sobre la desilusión, y sobre la falibilidad de los candidatos a héroes.
Abu Ahmed dijo que el museo de mosaicos de la ciudad había sido saqueado y ensuciado primero por los soldados, y luego por los rebeldes. “Vi cuerpos tanto de rebeldes como de militares, vi botellas de cerveza”, dijo. “Honestamente, honestamente, no lo puedo decir con palabras”.
[Hala Droubi contribuyó al reportaje desde Beirut, y un empleado del New York Times desde Alepo y Damasco, Siria.]
14 de febrero de 2013
9 de noviembre de 2012
©new york times
cc traducción @lisperguer