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[Tombuctú, Mali] [Cuando los extremistas islámicos invadieron Tombuctú, funcionarios y residentes ocultaron objetos del dorado pasado de la ciudad. En la foto, Abdoulaye Cissé, del Instituto Ahmed Baba, con un manuscrito que ocultaron de los extremistas, los que quemaron otros.]

[Lydia Polgreen] Cuando llegó el momento del peligro, Alí Imam Ben Essayouti sabía lo que tenía que hacer. Los delicados manuscritos de pergamino sin encuadernar en la mezquita del siglo catorce que dirige, habían sobrevivido cientos de años en la novelesca ciudad de Tombuctú. No iba a permitir que los últimos invasores, nacionalistas rebeldes tuareg y extremistas islámicos de la región, los destruyeran.
Así que enfardó cuidadosamente los ocho mil tomos en cilicio y los metió cuidadosamente en cajas que luego las trasladó silenciosamente a un bunker en una ubicación que no reveló.
“Esos manuscritos no son solamente para nosotros en Tombuctú”, dijo Essayouti. “Pertenecen a toda la humanidad. Salvarlos es nuestro deber”.
Los residentes de Tombuctú sufrieron enormemente durante el régimen islámico. Casi todos los placeres de la vida, incluso las aparentemente más inocentes, como escuchar música y bailar, fueron prohibidos. Con la llegada de las tropas francesas y malienses aquí el 28 de enero, la vida está volviendo poco a poco a su cauce normal.
Pero el rico patrimonio histórico de la ciudad sufrió terribles pérdidas. Tombuctú es conocida como la Ciudad de los 333 Santos, una referencia a los predicadores y clérigos sufíes que son venerados por los musulmanes de aquí. Los rebeldes islámicos destruyeron varias de las sepulturas de arcilla de esos santos, argumentando que esos santuarios estaban prohibidos.
Durante su apresurada salida de la ciudad la semana pasada, los combatientes dieron otro terrible golpe, quemando decenas de antiguos manuscritos en el Instituto Ahmed Baba, la biblioteca más grande e importante de la ciudad.
Irina Bokova, directora general de la Unesco, acompañó al presidente François Hollande, de Francia, en su visita aquí el sábado para observar de primera mano los daños causados a los objetos culturales de la ciudad. Dijo que ya se estaban elaborando planes para reconstruir las tumbas de los santos.
“Vamos a reconstruir los mausoleos tan pronto como posible”, dijo Bokova. “Tenemos los planes, tenemos la capacidad de implementarlos. Creemos que es importante para el futuro de la gente de Mali, su dignidad y su orgullo”.
En tiempos modernos, Tombuctú se ha convertido en sinónimo de un lugar remoto. Pero la ciudad prosperó durante siglos en el cruce de dos grandes vías de la región: la ruta de las caravanas hacia el Sahara pasaba justo por su laberinto de estrellas callejuelas, transportando sal, especias y telas desde el norte, y el río Níger, que traía oro y esclavos desde África Occidental. Los comerciantes traían libros, y los escribas de la ciudad se ganaban la vida copiándolos a mano. Estos manuscritos cubren un amplio rango del conocimiento humano: filosofía y derecho islámicos, pero también medicina, botánica y astronomía.
“En esos manuscritos se encuentran todas las formas de conocimiento”, dijo Essayouti. “Todos los temas que existen bajo el sol”.
Más allá de su presencia física, los objetos de Tombuctú son un invaluable recordatorio de que el África subsahariana tiene una larga historia de profundo esfuerzo intelectual, y que parte de esa historia fue escrita, no solamente transmitida oralmente a través de las generaciones.
“Es el archivo de las edades doradas del imperio maliense”, dijo Bokova. “Si permites que desaparezca, sería un crimen contra toda la humanidad”.
Los objetos culturales de Tombuctú –cuya población de cerca de cincuenta mil se ha reducido con los últimos problemas- han sobrevivido numerosos peligros en los últimos siglos. El clima árido, las termitas y los estragos del tiempo han cobrado su precio, junto con repetidas invasiones por los emperadores songhai, los bandidos nómades, los príncipes marroquíes y Francia. Sin embargo, muchas de las antigüedades han sobrevivido.
“Es un milagro que estas cosas hayan perdurado tanto tiempo”, dijo Essayouti.
Su sobrevivencia es un testamento al hábito de las familias de Tombuctú de ocultar las reliquias valiosas toda vez que huelen peligro, enterrándolas en lo más profundo del desierto.
La familia de Konaté Alpha ha tenido una colección de cerca de tres mil manuscritos durante generaciones, y cuando llegaron los rebeldes islámicos, Alpha llamó a una reunión familiar.
“Tenemos que encontrar el modo de salvaguardar esos manuscritos”, dijo a sus hermanos y padre.
Conocía íntimamente los numerosos rincones y recovecos en los que los habitantes de la ciudad han escondido durante siglos sus apreciados manuscritos. Mientras expandía la casa familiar hace diez años, encontró u alijo de manuscritos oculto en una pared.
“Los dueños anteriores los habían ocultado tan bien que se habían olvidado de ellos”, dijo, encogiéndose de hombros.
Cogió la colección de manuscritos de su familia y los escondió bien. Se negó a decir dónde estaban.
“Los escondimos bien, eso es todo lo que diré”, dijo.
Los manuscritos han estado en el centro de un amplio esfuerzo internacional para preservar la frágil historia de Tombuctú. Los gobiernos de Sudáfrica y Francia, junto con la Fundación Ford y otras instancias, han gastado millones de dólares en la construcción de una nueva biblioteca para albergar la colección de manuscritos más extensa e importante del instituto Ahmed Baba.
Cuando los rebeldes tuareg llegaron por primera vez a Tombuctú en abril, saquearon y quemaron muchos edificios de gobierno, y el director interino del instituto, Abdoulaye Cissé, temía que el nuevo y elegante edificio de la biblioteca se convirtiera en un objetivo.
Pero cuando los rebeldes islámicos llegaron algunos días después, los funcionarios de la biblioteca les explicaron que la biblioteca era una institución islámica que valía la pena proteger.
“Uno de los dirigentes islámicos dio al guardia su número de celular y le dijo: ‘Si alguien te molesta, llámame y vendré’”, contó.
Pero los funcionarios de la biblioteca empezaron a preocuparse de que los islamistas descubrieran que la biblioteca había recibido financiamiento de Estados Unidos, así que decidieron, en agosto, trasladar casi toda la colección, dijo Cissé.
“Trasladamos la colección poco a poco para no despertar sospechas”, dijo Cissé. Fueron enviados a Mopti, luego a Bamako, la capital, por razones de seguridad.
El temor no era injustificado. En los caóticos últimos días de la ocupación islámica, todo eso cambió. Un grupo de fanáticos irrumpió en la biblioteca cuando huían y quemaron todo lo que encontraron a mano.
Felizmente, sólo pudieron poner sus manos sobre una pequeña parte de la colección de la biblioteca.
“Quemaron menos del cinco por ciento”, dijo. “Gracias a Dios, no encontraron nada más”.
Ninguna de las bibliotecas de la ciudad tiene prisa en retirar las colecciones de sus escondites para devolverlas, pese a que Tombuctú está nuevamente bajo control del gobierno. Las fuerzas francesas estacionadas ahora en Gao, Tombuctu y en las afueras de la ciudad de Kidal, en el norte, y los ataques aéreos continúan golpeando a los militantes cerca de la frontera con Argelia. Los combatientes han sido expulsados de las ciudades más importantes, pero nadie confía en que no vuelvan.
“Mantendremos nuestros manuscritos ocultos hasta que estemos seguros de que la situación mejora”, dijo Alpha. “No sabemos cuándo ocurrirá eso”.
[Scott Sayare contribuyó al reportaje desde París.]
22 de febrero de 2013
22 de febrero de 2013
©new york timeshttp://www
cc traducción @lisperguer

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