[Base Conjunta Lewis-McChord, Washington, Estados Unidos] [En una audiencia en la que se tomó declaración a los soldados, estos ofrecieron espantosas descripciones del caos y horror de la noche en que uno de los suyos mató a catorce miembros de una familia afgana, todos mujeres y niños.]
[Kirk Johnson] A través de una transmisión en vídeo en tiempo real desde el otro lado del mundo en Afganistán, en una extraordinaria sesión nocturna, oímos descripciones del caos y el horror que se derramaron en el tribunal militar aquí como si fuera un grifo abierto.
“Sus cerebros todavía estaban en los cojines”, dijo Mullah Khamal Adin, 39, mirando a la cámara con los brazos doblados sobre la mesa, describiendo a los once miembros de la familia de su primo que encontró muertos en la casa familiar, la mayoría de los cuerpos quemados y formando una pila en una habitación.
Adin, en una audiencia que empezó aquí el viernes noche, debió describir el olor. ¿Era olor a gasolina o a kerosene?
Solamente a cuerpos y plástico quemado, respondió a través de un intérprete.
La audiencia preliminar del ejército en el juicio contra el sargento Robert Bales, acusado del asesinato de dieciséis civiles en la provincia de Kandahar en 2012, se desarrolló la semana pasada en su mayor parte durante la desbordante luz diurna de una base militar operativa una hora al sur de Seattle. Pero para oír las declaraciones de los testigos en Afganistán y superar la diferencia horaria de doce horas y media, el programa fue trasladado al fin de semana, con declaraciones a través de cámaras y enlaces en Afganistán y aquí en Lewis-McChord a partir de las siete y media de la tarde del viernes y hasta poco después de las dos de la tarde del sábado.
Los ataques, que ocurrieron el 11 de marzo en un región rural terriblemente pobre mientras la mayoría de las víctimas dormía, fue el crimen de guerra más mortífero atribuido a un solo soldado estadounidense en la década de guerra que han seguido a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, y ha crispado todavía más la relación entre los gobiernos de Estados Unidos y Afganistán.
Las fuerzas armadas dicen que el sargento Bales, 39, estaba cumpliendo su cuarto despliegue en el extranjero cuando se alejó del remoto puesto de avanzada en el sur de Afganistán y disparó y apuñaló a miembros de varias familias en una noche de emboscadas en dos villorrios. Al menos nueve de las personas de cuyo asesinato es acusado, eran niños; las otras eran mujeres. Después de disparar contra las víctimas, algunos de los cuerpos fueron arrastrados para formar una pila y quemados.
“’¿Qué estás haciendo? ¿Qué estás haciendo?’”, dijo un testigo, un campesino llamado Haji Naim, que gritó al soldado estadounidense, al que describió como llevando una linterna cegadoramente brillante en una casa que, sin electricidad, estaba envuelta en una impenetrable oscuridad. El soldado no respondió, dijo Naim; simplemente siguió disparando.
“Me disparó aquí, aquí y aquí”, dijo, indicando las heridas de las que se había aparentemente recuperado.
La mayor parte de las declaraciones, aunque gráficas, fueron circunstanciales, identificando a un solo soldado estadounidense pero sin implicar al sargento Bales. Los campesinos declararon el quinto día de un procedimiento militar conocido como investigación del Artículo 32, realizado para determinar si hay suficientes evidencias como para llevar al sargento Bales a una corte marcial. Si se decide realizar una corte marcial, el sargento podría ser condenado a muerte.
El sargento Bales, un decorado veterano de tres periodos de servicio en Iraq antes de ser enviado a Afganistán en diciembre pasado, fue enviado desde la Base Conjunta de Lewis-McChord. Estuvo detenido en la prisión militar de Fort Leavenworth en Kansas antes de ser traído aquí para la audiencia.
Otros testigos que declararon antes en la semana hablaron de ropas empapadas de sangre con las que se vio al sargento Bales cuando volvió a su base en Kandahar y los comentarios que hizo antes otros soldados de que había hecho “lo correcto”. También hubo declaraciones sobre el test de esteroides en su sistema que dio positivo tres días después de los asesinatos.
Las sesiones nocturnas, que deben continuar el sábado, giraron todas sobre la violencia que se desencadenó la noche del 11 de marzo. Adin, que fue llamado por celular para que se dirigiera a la casa de su primo temprano la mañana siguiente, habló de huellas de botas en los cuerpos, incluyendo la cabeza de un niño al que aparentemente le habían disparado y aplastado la cabeza o pateado. Adin habló de una niña que dijo que parecía que había sido arrastrado de su cama y arrojada al fuego. Pero Adin nunca vio al asesino, porque llegó después de los hechos.
Otro testigo, un niño llamado Sadiquallah, que dijo que tenía “trece o catorce años”, huyó con otro niño y se ocultó detrás de unas cortinas en un cuarto en la parte de atrás de la casa. Sadiquallah dijo que vio a un hombre con un arma y una linterna, pero había estado más ocupado ocultándose que mirando.
“En ese cuarto donde me ocultaba detrás de las cortinas, recibí un balazo”, dijo. La bala le impactó en una de sus orejas, pero dijo que no había oído la detonación. El niño que se ocultaba con él también resultó herido, dijo Sadiquallah.
Un niño de catorce años llamado Quadratullah dijo que sabía que el soldado era norteamericano debido a los pantalones que llevaba. También dijo que el hombre llevaba una camiseta de manga corta, que coincide con las declaraciones de otros testigos que dijeron que el sargento Bales vestía así cuando volvió a su base. Quadratullah dijo que había seguido las huellas del soldado, que lo llevaron a la base estadounidense después de la salida del sol.
Hablando con un tono práctico, pero a veces gesticulando animadamente con un dedo –creando la imagen de un arma apuntando, según dijo el intérprete al tribunal-, Quadratullah describió a una “abuela” cuyo nombre desconocía. Llegó corriendo a la casa, dijo, con las ropas desgarradas. Pocos minutos después, agregó, “le disparó y la mató”.
Tanto los abogados de la defensa como de la fiscalía pidieron excusas por las preguntas, pidiendo detalles de las escenas de muerte o de las acciones de las víctimas.
Adin, por ejemplo, debió responder si creía que la ropa se la habían sacado o si se había quemado en la pila de cuerpos de la familia de su primo. Respondió con una horrorosa y práctica observación.
“No había nadie vivo para preguntarle si estaban desnudos antes de ser quemados o asesinados”, dijo.
El sargento Bales, que ha estado detenido desde la mañana del ataques pero no ha pedido un convenio, estuvo la mayor parte del tiempo sentado a la derecha de sus abogados durante las declaraciones, y rara vez mostró alguna emoción. Sin embargo, cuando el viernes empezaron las versiones de los testigos, se acercó a la gran pantalla que había montada en una pared, y miró atentamente, con una mano en el mentón, bajando ocasionalmente la vista.
Dos guardias del ejército afgano declararon el viernes noche que habían visto a un soldado estadounidense salir y volver a la base a eso de la hora de los asesinatos, pero ninguno pudo identificar al soldado, pues lo protegían la oscuridad y la distancia. Sin embargo, uno de ellos recordó que el soldado se había reído cuando lo confrontaron y preguntaron qué estaba haciendo.
22 de febrero de 2013
11 de noviembre de 2012
©new york times
cc traducción @lisperguer