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[Sería un error que Estados Unidos o la Unión Europea proveyera de armas a los rebeldes o interviniera en el terreno. Nadie se alegraría tanto de ver a Estados Unidos empantanarse en el país como Irán, que ve a una Siria sumida en el caos como la mejor alternativa después de tenerla como aliada.]

[Benjamin Hall] En la ciudad siria de Alepo hay vecindarios que han sido casi enteramente abandonados; bloques de edificios con sus fachadas destruidas, departamentos sin puertas; y otros edificios, intactos pero vacíos, con las cortinas infladas saliendo por las ventanas. Las tuberías rotas han convertido las calles en ríos atochados de desechos. Y tribus de gatos merodean como depredadores; de vez en vez tienes que pasar junto a un cadáver en el suelo, su cuerpo despedazado por el fuego de los francotiradores.
Los francotiradores, rebeldes y del gobierno, están en todas partes. Los aviones MIG están siempre sobrevolando, y el bombardeo continúa día y noche. No puedes escapar al hedor de los cadáveres, y pareciera que sólo es una cuestión de tiempo para que el siguiente seas tú.
Así es la vida de los residentes que siguen en Alepo. Con solo esto en mente, es fácil argumentar que Occidente debería intervenir –armar a los rebeldes, ayudarlos a derrocar al violento régimen de los Assad, y tratar de crear algo bueno del caos. Después de todo, los rebeldes están militarmente superados y carecen de aprovisionamiento y fondos. Están luchando contra un gobierno que está alineado con Irán y Hezbolá, y que comete atrocidades todos los días.
Y, sin embargo, considerando todas las cosas, no puedo estar a favor de la intervención en Alepo, ni en el conflicto sirio en general.
Durante algunos días en septiembre, estuve con el Ahrar al-Sham, u Hombres Libres, un grupo rebelde en la ciudad. Estos hombres son rudos y aguerridos. Conversan o duermen mientras caen proyectiles en los alrededores, y parecen despreocupados mientras arrojan bombas caseras en recintos del gobierno. Algunos se burlan del enemigo. Otros parecen excitarse cuando disparan con sus armas –para ellos el conflicto es la guerra santa, una prueba de valentía. Estuvimos con un tirador rebelde mientras seguía a soldados del gobierno a través de la mira, que reía cuando mataba a alguno de ellos. “Tengo la garganta llena de víctimas”, dijo.
Pero prácticamente cada calle de Alepo está bajo el control de un grupo diferente, y aunque a veces trabajan juntos, muchas veces están en desacuerdo. He visto a un grupo dejar de disparar para permitir que otro retire el cuerpo de uno de sus combatientes, sólo para ver luego a los dos grupos gritándose más tarde en el día y negándose a cooperar en una batalla que no beneficia a ninguno de ellos. He conocido a algunos miembros del Ejército Libre de Siria que prefieren entrar a Alepo ilegalmente antes que pasar por la entrada custodiado por la Brigada Tormenta del Norte, una organización islámica ultraconservadora que opera bajo el FSA. “No es nuestra gente”, explicó uno de ellos.
Además de la desconfianza, hay una general ausencia de liderazgo. La coalición de la oposición en el exilio, el Consejo Nacional Sirio, debate desde Estambul, pero no es respetada por los combatientes en el frente. El mes pasado, el líder del FSA, Riad al-Assad, en un intento por unificar a los diferentes grupos bajo su guardia, anunció que estaba trasladando su sede a Siria pero abundan los rumores de que todavía reside en Turquía. Otros líderes que han tratado de imponerse son desertores del régimen del presidente Bashar al-Assad, y a menudo no gozan de demasiada confianza.
Muchos de los rebeldes están luchando por una causa noble, y no tienen otros motivos que proteger sus hogares y familias. Pero es difícil distinguirlos de los que quieren sacar ventaja del caos y convertir Siria en un estado fundamentalista basado en la ley islámica sharia. En Alepo, oí a yihadistas salafíes hablando de exterminar a la minoría alauí, y pidiendo el apoyo inmediato de Estados Unidos, y su inmediata desaparición. Estos grupos extremistas reciben armas de Arabia Saudí y Qatar; no son las organizaciones que Occidente armaría. En comparación con ellas, no está claro que el presidente Assad sea el peor enemigo.
Sería un error que Estados Unidos o la Unión Europea proveyeran de armas a los rebeldes o intervinieran en el terreno. Nadie se alegraría tanto de ver a Estados Unidos empantanarse en el país como Irán, que ve a una Siria sumida en el caos como la mejor alternativa después de tenerla como aliada.
Lo más que puede hacer Occidente es imponer una zona de exclusión aérea bajo los auspicios de la OTAN para paralizar a la fuerza aérea del gobierno. Esto nivelaría la cancha, dando a los rebeldes espacio para tratar de formar un liderazgo más unificado cerca de la frontera turca, mientras impide la masacre de civiles y la destrucción de ciudades como Alepo. Debido a que los rebeldes ocuparon una base de defensa aérea en la ciudad la semana pasada, esta parece ser una opción todavía más viable. Pero no será fácil: las zonas de exclusión aérea con terriblemente caras, y Siria no es Libia; su sistema de defensa aérea es mucho más sofisticado.
E incluso con una zona de exclusión aérea, es difícil ver cómo salir de este atolladero. Turquía ha estado en conversaciones con los rebeldes y el gobierno sobre la posibilidad de iniciar un proceso de paz, pero en este punto parece improbable que los rebeldes se detengan en su propósito de ocupar Damasco.
Así que pese a los horrores en el terreno, parece casi imposible que Estados Unidos o Europa puedan hacer algo por ayudar cuando el futuro es tan borroso y tan sombrío. Como dijo una vez el presidente Clinton: “Donde nuestros valores y nuestros intereses estén en juego, y podemos hacer una diferencia, tenemos que actuar”.
Pese a todo lo que he visto, no estoy convencido de que podamos ayudar en Siria.
[Benjamin Hall es un periodista independiente que escribe sobre el conflicto en Oriente Medio].
25 de febrero de 2013
19 de octubre de 2013
©new york times
cc traducción @lisperguer

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