[Siria] [Para poner fin a la escasez, civiles sirios toman las tiendas en áreas controladas por los rebeldes. En la foto, escolares en Tilalyan, norte de Siria, una de las muchas ciudades con nuevos consejos de gobierno local].
[David D. Kirkpatrick] Arropado en un grueso abrigo en la gélida tarde, Mohamed Moussa miraba preocupado mientras el panadero del pueblo trabajaba a la luz de una linterna para reparar la cinta transportadora de su antiguo horno, la principal fuente de alimento de la localidad.
A kilómetros del frente de la guerra civil siria, Moussa, el maestro de inglés de 33 años que encabeza en nuevo cabildo de este pueblo controlado por los rebeldes, pasa el tiempo enzarzado en una guerra más mundana contra la desesperante escasez de casi todo.
Hasta hace unas tres semanas, los algo más de 3.800 habitantes de Tilalyan tenían pan dos veces a la semana, y su aparición desataba violentas riñas entre cientos de familias. No había un abastecimiento consistente de electricidad ni agua, para qué decir de medicinas o combustible para la calefacción.
“La gente se volvió loca”, dijo. “Van a montar una revolución contra la revolución simplemente porque tienen hambre”.
Mientras la guerra civil de Siria se prolonga por dos años y no parece que alguno de los bandos prevalezca en el corto plazo, decenas de nuevos consejos locales en localidades controladas por los rebeldes como Talilyan están no solo luchando contra la escasez, sino también organizando tribunales, fuerzas policiales y servicios sociales. Sus intentos son los primeros experimentos en autogobierno después de décadas de tiranía bajo el presidente Bashar al-Assad y su padre, Hafez al-Assad.
Están tratando de sobrevivir a Assad en lo que es cada vez más una guerra de desgaste. Pero líderes civiles dicen que los cabildos también están tratando de quitar poder a las brigadas paramilitares que ya están controlando los recursos y territorios tras el vacío dejado por la retirada del gobierno. El cabildo de Talilyan ilustra el reto: ha sido obligado a depender enteramente del patronaje sea de la oposición en el exilio financiada por Occidente o de grupos paramilitares rivales, incluyendo a los islámicos ultraconservadores.
Tres meses después de su formación, sin embargo, el cabildo puede reivindicar dos logros: cuatro horas al día de electricidad y una ración diaria de dos piezas de panocha para cada adulto y niño. Estos, a su vez, han construido credibilidad y legitimidad, incluso a los ojos de los escépticos líderes tradicionales del pueblo.
“Los jóvenes serán el futuro de Siria”, dijo Mustafa Osman, 39, imam de la mezquita local, que fue el primero en enrolar a Moussa y otros jóvenes para trabajar en el cabildo
Los modestos logros reflejan la contradictoria mezcla de flexibilidad y fragilidad que caracteriza la vida en el campo controlado por los rebeldes en los alrededores de Talilyan, una franja de tierra agrícola que se extiende hasta 64 kilómetros de la frontera turca en el nordeste de Siria.
Los vecinos dicen que no se han enfrentado a la amenaza de un ataque terrestre del gobierno desde el otoño pasado, cuando los rebeldes minaron los caminos. En estos días la amenaza más grande son los ataques aéreos del gobierno, pero normalmente concentran sus bombas en ciudades grandes, como Marea y Azaz. Y no vuelan cuando está nublado, lo que permite que los residentes anden por la calle tranquilos, hasta que vuelve a aparecer el sol.
En una visita hace poco, una grúa estaba tratando de sacar los carbonizados restos de un puñado de tanques y vehículos armados sirios de entre los escombros de una mezquita cerca de Azaz. Un cartonero esperaba ganar dinero vendiendo la chatarra. Pero los rebeldes lo hicieron parar, insistiendo en que los oxidados vehículos debían permanecer como monumento de su victoria, como “el cementerio de tanques”, como lo llaman los vecinos.
Los campesinos arrojaron fertilizante en sus campos de lentejas. Carcasas de animales colgaban en las carnicerías, y los tenderos se calentaban quemando pedazos de madera. Los niños jugaban en las calles o en la acera de una barbería. Había pocos puestos de control y no se veían armas.
Cuando líderes de la comunidad en Tilalyan decidieron en diciembre pasado formar un gobierno provisional local y empezaron a reunir a los patriarcas de cerca de dos docenas de grandes familias para elegir un consejo con los propios vecinos.
Pero la reunión terminó en riñas. “No se pudieron poner de acuerdo en nada”, dijo Osman, el imam.
Muchos todavía tenían miedo de que Assad asociara sus nombres con un gobierno rebelde.
“Para no ser masacrados ellos y sus familias”, dijo Moussa, riendo entre dientes. “La gente antigua piensa que Bashar Assad es muy fuerte y que nunca será derrocado”, dijo. “Pero nosotros pensamos que no están pensando correctamente, porque vemos que cada día que pasa está menos presente, que está desapareciendo”.
Exasperado, Osman hizo un anuncio sorpresa a fines del año pasado en la Oración del Viernes: se había nombrado un nuevo consejo y estaba dispuesto a oír las quejas que hubiera. Dos horas más tarde, Osman convocó a Moussa y otros cuatro: el trabajo era para ellos, les dijo el imam, en virtud de su propio y unilateral nombramiento.
Son todos ratones de biblioteca egresados de la Universidad de Alepo con pocas aptitudes para el combate. Dos tiene 26 años; uno tiene 27; el mayor tiene 34. Hasta entonces, su única participación en la guerra fue formar un “comité de medios” para difundir información. (En el consejo también participa Osman y el jefe militar del pueblo, Mustafa Jaber, 38.)
Los viejos se burlaron. “Necesito ver a hombres frente a mí, necesito hombres adultos con los que hablar, ¡no me sirve los niños!”, se quejó un patriarca, recordó Moussa , el imam, y otros.
Las brigadas paramilitares locales resistieron más enérgicamente.
“El consejo local les quita parte de su poder”, dijo Moussa. “Dicen: ‘Dónde estaban ustedes cuando nos estaban disparando? ¿Dónde estaban cuando estábamos afuera en el frío? Estaban en casa y salían a trabajar, así que ¡cállense!”
Cada brigada, la mayoría de ellas organizada libremente bajo la bandera del Ejército Libre de Siria, ahora tiene sus propias ramas políticas y de emergencia para posicionarse a sí mismo en la Siria después de Assad, y en un punto la Brigada Tawhid -de Marea- confiscó cerca de una tonelada de harina de las menguantes provisiones de Tilalyan.
Ahmad Khatib, a cargo del trabajo de asistencia para la Brigada Tawhid, dijo que Moussa no tenía derecho exigir nada ya que su pueblo había pagado muy poco por la guerra.
“¡Si les traes a diez profetas de Dios, seguirán quejándose!”, dijo Khatib sobre el novato consejo de Tilalyan.
Pero los jóvenes civiles pronto cumplieron con su mandato. Con mil dólares otorgados al consejo por la coalición nacional siria que respalda Occidente, arreglaron los dañados convertidores para restaurar la electricidad, que se necesitaba para hacer funcionar el pozo del pueblo. Luego se propusieron negociar por la electricidad. Paramilitares de la ciudad de Al Bab se habían hecho hace poco con el control de los generadores hidroeléctricos en la Represa Tishreen, pero al principio se negaron a compartir el poder. ¿Cómo sabían ellos que el consejo no era un montón de ladrones? -preguntaron los paramilitares.
Luego la ciudad más grande de Tal Rifaat estaba acaparando toda la electricidad, negándose a permitir que fuera transmitida a Tilalyan o Marea, dijo Moussa. Pero cuando llegaron al tema de la electricidad, la poderosa brigada paramilitar de Marea y los líderes civiles intervinieron para ayudar; Marea y Tilalyan están en el mismo tendido eléctrico.
Para obtener pan, el consejo suplicó en vano por harina en los cuatro campamentos internacionales establecidos en la frontera turca. Entonces trataron de comprarla a través de Tal Rifaat y finalmente en desolada capital provincial, Alepo.
La respuesta, dijeron miembros del consejo, vino de Jabhet al-Nusra, la milicia islámica que Estados Unidos clasificó recientemente como organización terrorista. La organización se ha distinguido no solo por sus proezas en el campo de batalla, dijeron cooperantes, sino también por su determinación en capturar recursos como los silos de trigo del gobierno, de modo que la organización pueda repartir el botín en su esquema de patronaje.
“Nos dan la harina un veinte por ciento más barata que el precio real en el mercado negro”, dijo Moussa, revisando las catorce toneladas métricas almacenadas en la panadería de Tilalyan, suficiente para trece días.
Adhan Naser, 34, otro maestro en el consejo, lo interrumpió.
“Ahora Jabhet al-Nusra controla las cosas más importantes de la vida –como la harina, el agua y la electricidad- para que la gente los vea como modelo, el modelo perfecto”, dijo. “Este plan lo tenemos todos en claro. Pero este tipo de juego no va a funcionar, porque nuestro futuro no está con Jabhet al-Nusra. No queremos un Afganistán en Siria”.
Para poner fin a los diarios disturbios por el pan, el consejo censó a los 3.824 adultos y niños del pueblo y llegó a una ración de dos piezas de panocha por persona y fijó un precio de cinco libras sirias –menos de diez centavos de dólar. Para entonces, el consejo ya había gastado todos sus dólares en capital inicial y trescientos dólares más de sus propios bolsillos.
“No importaría si fuéramos ricos, pero no lo somos”, dijo Moussa.
En una reunión reciente en una fría sala de clases, el consejo reprochó duramente a Moussa por no consultar el aumento que le dio al recolector de basura de doscientas libras sirias a la semana, cerca de tres dólares. Y un donante había donado seis kilos de macarrones para los refugiados en la localidad, pero ¿podía el consejo manejar la reacción si no tenían macarrones para los demás? Decidieron que no, los refugiados tendrían que esperar.
Por lo menos había pan. “Ya llevamos siete días consecutivos con pan, y la gente está feliz”, dijo. “Al menos, una parte está feliz”.
4 de marzo de 2013
29 de febrero de 2013
©new york times
cc traducción @lisperguer