[El holocausto judío fue peor de lo que sabíamos. En la foto, un grupo de mujeres judías en la puerta del gueto de Brody al este de Galizia, Ucrania, 1942. El letrero está escrito en alemán, ucraniano y polaco.]
[Eric Lichtblau] Hace trece años, investigadores del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos empezaron la tenebrosa tarea de documentar todos los guetos, los sitios de trabajo esclavo, los campos de concentración y los campos de exterminio que instalaron los nazis en toda Europa.
Lo que encontraron hasta ahora ha impresionado incluso a los académicos especializados en la historia del holocausto judío.
Los investigadores han catalogado cerca de 42 mil 500 guetos y campos en toda Europa, extendiéndose desde áreas controladas por los nazis desde Francia a Rusia y en Alemania misma durante el reinado de brutalidad de Hitler de 1933 a 1945.
La cifra es tan impactante que incluso estudiosos del holocausto tuvieron que cerciorarse de que habían oído bien cuando los investigadores comunicaron sus hallazgos en un foro académico a fines de enero en el Instituto Histórico Alemán, de Washington.
“Las cifras son mucho más altas de lo que pensábamos originalmente”, dijo en una entrevista, después de enterarse de los nuevos datos, el director del instituto, Hartmut Berghoff.
“Sabíamos lo terrible fue la vida en los campos y en los guetos”, dijo, “pero las cifras son increíbles”.
Los campos documentados incluyen no solamente los “centros de exterminio”, sino también miles de campos de trabajos forzados, donde los prisioneros producían pertrechos de guerra; campos de prisioneros de guerra; sitios llamados eufemísticamente “maternidades”, donde las mujeres embarazadas eran obligadas a abortar o donde sus hijos eran asesinados al nacer; y burdeles, donde las mujeres eran obligadas a tener sexo con militares alemanes.
Auschwitz y un puñado de otros campos de concentración han llegado a simbolizar la máquina de muerte nazi en la conciencia pública. Del mismo modo, el sistema nazi para encarcelar a familias judías en guetos en sus ciudades natales se ha asociado con un solo sitio: el gueto de Varsovia, famoso por la insurrección de 1943. Pero el estudio deja en claro que esos sitios, por infames como sean, representan solo una fracción minúscula de toda la red alemana.
Los mapas creados por los investigadores para identificar los campos y guetos convierten amplias regiones de la Europa en tiempos de guerra en oscuros bolsones de muerte, tortura y esclavitud –concentrado en Alemania y Polonia, pero extendiéndose en todas direcciones.
Los editores responsables del proyecto, Geoffrey Megargee y Martin Dean, calculan que entre quince a veinte millones de personas murieron o fueron encarceladas en los sitios que identificaron en el estudio que formará parte de una enciclopedia de varios tomos. (El Museo del Holocausto ha publicado los dos primeros; se espera que para 2025 sean publicados cinco más).
La existencia de numerosos campos y guetos individuales era conocida previamente solo sobre una base fragmentada de región a región. Pero los investigadores, utilizando datos de cerca de cuatrocientos colaboradores, han estado documentando toda la escala del sistema por primera vez, estudiando dónde estuvieron localizados, cómo eran dirigidos y cuál era su propósito.
La brutal experiencia de Henry Greenbaum, 84, sobreviviente del holocausto que vive en las afueras de Washington, tipifica el amplio rango de los sitios nazis.
Cuando Greenbaum, voluntario del Museo del Holocausto, cuenta a los visitantes su odisea de tiempos de guerra, los oyentes se concentran inevitablemente en su confinamiento durante meses en Auschwitz, el más infame de todos los campos.
Pero las imágenes de los otros campos donde los nazis lo encerraron, están grabadas en sus recuerdos tan profundamente como su número de prisionero –A188991- tatuado en su antebrazo izquierdo.
En una entrevista, rememoró rápidamente las ubicaciones, los detalles todavía vivos.
Primero fue el gueto de Starachowice en su ciudad natal en Polonia, donde los alemanes internaron a su familia y otros judíos de la ciudad en 1940, cuando tenía apenas doce años.
Luego vino el campo de trabajos forzados con vallas de dos metros en las afueras de la ciudad, donde él y una hermana fueron trasladados mientras el resto de la familia fue enviado a la muerte en Treblinka. Después de su turno normal de trabajo en una fábrica, los alemanes lo obligaban a él y otros prisioneros a cavar trincheras que eran usadas para sepultar los cuerpos de las víctimas. Fue enviado a Auschwitz, luego trasladado a una planta química en Polonia conocida como Buna Monowitz, adonde con otros cincuenta prisioneros que eran retenidos en el campo principal en Auschwitz fueron llevados para producir goma y aceite sintético. Finalmente fue enviado a otro campo de trabajo esclavo en Flossenbürg, cerca de la frontera checa, donde el alimento era tan mínimo que Greenbaum, de 1.76 metros de estatura, llegó a pesar menos de 45 kilos.
A los diecisiete, Greenbaum había estado encarcelado en cinco campos durante cinco años, y era trasladado a un sexto cuando soldados estadounidenses lo liberaron en 1945. “Nadie sabe nada de estos lugares”, dijo Greenbaum. “Debería documentarse todo. Eso es muy importante. Tenemos que contárselo a los jóvenes, para que recuerden”.
La investigación también podría tener repercusiones jurídicas ayudando a un pequeño número de sobrevivientes a documentar sus continuas demandas por seguros no pagados, propiedades saqueadas, tierras confiscadas y otros asuntos económicos.
“¿Cuántas demandas han sido rechazadas porque las víctimas estaban en un campo del que no se sabía nada?”, se preguntó Sam Dubbin, un abogado de Florida que representa a un grupo de sobrevivientes que están tratando de demandar a varias compañías de seguros europeas.
El doctor Megargee, director del proyecto, dijo que el estudio estaba cambiando el conocimiento entre los estudiosos del holocausto judío de cómo evolucionaron los campos y guetos.
Ya en 1933, al principio del reinado de Hitler, el Tercer Reich construyó cerca de 110 campos diseñados específicamente para encarcelar a unos diez mil opositores políticos y otros, constataron los investigadores. Cuando Alemania invadió y empezó a ocupar los países vecinos, el uso de los campos y guetos fue extendido para encerrar y a veces asesinar no sólo a judíos, sino también a homosexuales, gitanos, polacos, rusos y numerosos otros grupos étnicos de Europa del Este. Los campos y guetos variaban enormemente en sus misiones, organización y tamaño, dependiendo de las necesidades de los nazis, constataron los investigadores.
El sitio más grande identificado fue el infame gueto de Varsonia, que tuvo cerca de medio millón de habitantes en sus días de apogeo. Pero en uno de los campos más pequeños, el de München-Schwabing en Alemania, sólo llegó a trabajar una decena de prisioneros. Pequeños grupos de prisioneros eran enviados allá desde el campo de concentración de Dachau, con escolta armada. Se dice que eran azotados y forzados a trabajar en la casa de una ferviente mecenas nazi conocida como la “hermana Pía”, haciendo la limpieza de su casa, cuidando su jardín e incluso fabricando juguetes para ella.
Cuando empezó la investigación en 2000, Megargee dijo que esperaba encontrar quizá siete mil campos y guetos nazis, sobre la base de cálculos de posguerra. Pero las cifras empezaron a abultarse: primero once mil quinientos, luego veinte mil, luego treinta mil y ahora 42 mil quinientos.
Las cifras causan estupor: 30 mil campos de trabajo esclavo; 1.150 guetos judíos; 980 campos de concentración; mil campos de prisioneros de guerra; quinientos burdeles con esclavas sexuales; y miles de otros campos utilizados para asesinar a los viejos y enfermos, someter a mujeres a abortos forzosos, “germanizar” a los prisioneros o transportar a las víctimas de campos de exterminio.
Solo en Berlín, los investigadores han documentado cerca de tres mil campos y las llamadas casas judías, mientras que Hamburgo tuvo mil trescientos sitios.
El doctor Dean, uno de los investigadores, dijo que las conclusiones no dejan ninguna duda en su mente de que muchos ciudadanos alemanes, pese a sus frecuentes reclamos después de la guerra de que no sabían nada, deben haber conocido la generalizada existencia de los campos nazis en la época.
“Literalmente, no podías ir a ninguna parte en Alemania sin toparte con algún campo de trabajos forzados, campos de prisioneros de guerra, o campos de concentración”, dijo. “Estaban en todas partes”.
[Eric Lichtblau es periodista del New York Times e investigador del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos.]
5 de marzo de 2013
3 de marzo de 2013
©new york times
cc traducción @lisperguer