[Estados Unidos] [Según la jerarquía católica, y pese a su contradicción con el espíritu de inclusión de la doctrina cristiana, Dios sólo entrega la vocación sacerdotal a los hombres. Una mayoría de los católicos está pidiendo la ordenación de mujeres. Pese a ello, el Vaticano continúa su política de expulsión de los sacerdotes y monjas que reclaman la ordenación de mujeres.]
[Roy Bourgeois] Después de servir como sacerdote católico durante cuarenta años, fui expulsado del sacerdocio en noviembre pasado debido a que apoyo públicamente la ordenación de mujeres.
Los sacerdotes católicos dicen que la vocación sacerdotal viene de Dios. Cuando era un joven sacerdote, empecé a preguntarme a mí mismo y a los otros sacerdotes: “¿Quiénes somos nosotros, como hombres, para decir que nuestra vocación que viene de Dios es auténtica, pero que la vocación de las mujeres no lo es?” ¿No es nuestro Dios todopoderoso, que creó el cosmos, capaz de iniciar a una mujer como sacerdote?”
Admitamos la verdad. El problema no es con Dios, sino con la cultura clerical hecha exclusivamente por el género masculino que ve a las mujeres como inferiores a los hombres. Aunque no soy optimista, ruego para que el Papa Francisco recién elegido reconsidere esta anticuada y profana doctrina.
Tengo 74 años. Oí por primera vez el llamado de Dios para que me convirtiera en sacerdote cuando estaba sirviendo en la Armada durante la Guerra de Vietnam. Fui aceptado en los Padres y Hermanos de Maryknoll de Nueva York y fui ordenado en 1972. Después de trabajar con los pobres en Bolivia durante cinco años, volví a Estados Unidos. En los años que pasé en el ministerio, conocí a muchas devotas mujeres católicas que me hablaron sobre su vocación por el sacerdocio.
Su ansiedad por servir a Dios empezó a quitarme el sueño. Como católicos, se nos enseña que hombres y mujeres fueron creados iguales: “No hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo” (Gálatas 3:28).
Aunque Cristo no ordenó a ningún sacerdote él mismo, como ha señalado el estudioso católico Garry Wills en un polémico nuevo libro, los últimos dos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, enfatizaron que el sacerdocio masculino es “nuestra tradición” y que hombres y mujeres son iguales, pero tienen roles diferentes.
Sus razones para excluir a las mujeres de la ordenación me hacen evocar recuerdos de mi infancia en Luisiana. Durante doce años asistí a escuelas segregadas y rendíamos culto en una iglesia católica que reservaba a los negros sus últimos cinco bancos. Justificábamos nuestros prejuicios diciendo que era “nuestra tradición” y que estábamos “separados”, pero éramos “iguales”. Durante esos años, no puedo recordar ni a una sola persona blanca –ningún sacerdote, apoderado, maestro o alumno (incluyéndome)- que se atreviera a decir: “Aquí hay un problema, y se llama racismo”.
Cuando existe una injusticia, el silencio es cómplice. Lo que yo he presenciado es una grave injusticia contra las mujeres, mi iglesia y nuestro Dios, que llamaron al sacerdocio a hombres y mujeres. Yo no podía callarme. El sexismo, como el racismo, es un pecado. Y sin importar cómo justifiquemos la discriminación contra otros, al final este no es el modo en que un Dios amoroso creó a todos con igual valor y dignidad.
En los últimos diez años, en sermones y charlas, he llamado a la ordenación de mujeres. Incluso participé en la ordenación de una. Esto pinchó el avispero de los patriarcas de la iglesia. En el otoño de 2008, recibí una carta del Vaticano diciéndome que yo estaba “causando un grave escándalo” en la iglesia y que tenía treinta días para retirar mi apoyo público a la ordenación de mujeres o sería excomulgado.
El mes pasado, al anunciar su renuncia, el Papa Benedicto dijo que tomó su decisión después de examinar su conciencia ante Dios. De modo similar, en noviembre de 2008, escribí al Vaticano diciendo que la conciencia humana es sagrada porque siempre nos insta a hacer lo correcto y lo justo. Y después de examinar mi conciencia ante Dios, yo no podía repudiar mis creencias.
Pasaron cuatro años en los que no me llegó ninguna respuesta del Vaticano. Aunque formalmente yo había sido excomulgado, seguí siendo sacerdote en mi Orden de Maryknoll y continué mi ministerio llamando a la igualdad de género en la Iglesia Católica. Pero en noviembre pasado, recibí una llamada telefónica desde la sede de Maryknoll informándome que habían recibido una carta oficial del Vaticano. La carta decía que yo había sido expulsado del sacerdocio y de la comunidad de Maryknoll.
Esta llamada fue uno de los momentos más difíciles y dolorosos de mi vida. Pero me he dado cuenta de que lo que me ha pasado a mí no es nada en comparación con lo que han sufrido las mujeres en la iglesia y en la sociedad durante siglos
Una encuesta de New York Times/CBS de este mes, constataba que el setenta por ciento de los católicos en Estados Unidos pensaba que el Papa Francisco debería permitir a mujeres como sacerdotes. En medio de mi pesar y tristeza, tengo esperanzas, porque sé que algún día las mujeres en mi iglesia podrán ser ordenadas –del mismo modo que las escuelas e iglesias de Luisiana ahora están integradas.
Pero tengo una sola petición para el nuevo Papa. Respetuosamente le pido que anuncie a los dos mil doscientos millones de católicos del mundo: “Durante muchos años hemos estado rogando que Dios nos envíe más vocaciones para el sacerdocio. Nuestras oraciones han sido oídas. Nuestro amoroso Dios, que nos creó iguales, está llamado a las mujeres al sacerdocio en nuestra iglesia. Acojámoslas y agradezcamos al Señor”.
[Roy Bourgeois, ex sacerdote católico, es autor de ‘My Journey From Silence to Solidarity’.]
23 de marzo de 2013
23 de marzo de 2013
©new york times
cc traducción c. lísperguer