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[Vaticano / Argentina] [Empezando el papado entre los ecos de una guerra sucia].

[Simón Romero y William Neuman] Un sacerdote argentino está siendo juzgado en la provincia de Tucumán acusado de haber colaborado estrechamente con los torturadores en una cárcel secreta durante la llamada Guerra Sucia, instando a los prisioneros a entregar información. Otro sacerdote fue acusado de quitar el bebé recién nacido a una madre, uno de los numerosos robos de bebés de prisioneras políticas que fueron “desaparecidas” en un sistema de cárceles clandestinas.
El Reverendo Christian von Wernich, ex capellán de la policía, fue condenado por complicidad en el asesinato de presos políticos.
Otro miembro del clero ofrecía justificaciones bíblicas para los vuelos de la muerte de los militares, de acuerdo a la confesión de uno de los pilotos angustiado por haber lanzado al mar, desde aviones, a prisioneros drogados.
Cuando comienza su papado, Francisco, que fue Jorge Mario Bergoglio hasta este mes, el arzobispo de Buenos Aires, se enfrenta a su propia implicación en la Guerra Sucia, entre 1976 y 1983. Como líder de los jesuitas de Argentina durante parte de ese periodo, ha tenido que refutar repetidas veces acusaciones de que permitió el secuestro de dos sacerdotes de su orden en 1976, acusaciones que el Vaticano ha calificado como una campaña de difamación.
Ahora su elección como Papa ha intensificado la investigación de su rol como la autoridad religiosa más prominente de la Iglesia Católica argentina, una institución que sigue siendo fuertemente criticada por no haber rechazado públicamente, y en algunos casos por haber apoyado activamente, la dictadura militar durante un periodo en que se cree que cerca de treinta mil personas fueron asesinadas o víctimas de desaparición forzada.
Esta postura de la iglesia argentina contrasta fuertemente con la resistencia contra las dictaduras de parte de líderes católicos en otros países de América Latina en la época, especialmente en Chile y Brasil, dos países donde las dictaduras asesinaron a menos personas que en Argentina. Incluso como presidente de la Conferencia Episcopal argentina entre 2005 y 2011, Francisco se resistió a emitir una disculpa formal por las acciones de la iglesia durante la Guerra Sucia, decepcionando a los activistas de derechos humanos.
“La combinación de acción e inacción de la iglesia fue fundamental a la hora de permitir las atrocidades masivas cometidas por la junta”, dijo Federico Finchelstein, historiador argentino de la New School for Social Research de Nueva York. “Aquellos que como Francisco guardaron silencio durante la represión también jugaron un rol central, por omisión”, dijo. “Fue esta combinación de respaldo y de indiferencia voluntaria o estratégica la que creó las condiciones adecuadas para los asesinatos cometidos por el Estado”.
Francisco, 76, ha ofrecido una compleja descripción de su rol durante la dictadura, un periodo llamado oficialmente el Proceso de Reorganización Nacional, en el que las autoridades iniciaron una aterradora campaña contra los que eran percibidos como opositores.
Mientras se impedía de criticar públicamente a la dictadura, Francisco dijo en su autobiografía que él presionó a oficiales de las fuerzas armadas tras los bastidores para que liberaran a los dos sacerdotes de su orden -Orlando Yorio y Francisco Jalics – y que incluso se reunió con altos funcionarios militares.
Francisco también dijo que él ocultó en una escuela jesuita a varias personas perseguidas por la dictadura, e incluso ayudó a un joven que se parecía a él a huir de Argentina, a través de Foz do Iguaçu en la frontera brasileña, dándole su hábito de sacerdote y sus propios documentos de identidad.
El Reverendo Ignacio Pérez del Viso, un jesuita que es un amigo de toda la vida de Francisco, dijo que un pequeño número de obispos argentinos se pronunciaron contra la dictadura. Pero eran claramente una minoría, dijo, y otros en la iglesia argentina, incluyendo al nuevo Papa, que tenía 39 años en la época del golpe de estado de 1976, adoptaron una posición mucho más cauta.
“Cuando veías que la mayoría de los obispos preferían el diálogo con los militares”, dijo el Padre Pérez del Viso, 78: “No es fácil decir: ‘Nosotros haremos algo diferente’”. Y agregó: “Muchos de los obispos optaron, antes que enfrentar directamente a los militares, por tratar de interceder en conversaciones privadas por aquellos a los que podían salvar”.
“Más tarde los obispos se dieron cuenta de que eso fue un error”, dijo el Padre Pérez del Viso. “Pero era difícil ver el error en esos momentos”.
Historiadores de la religión atribuyen esta pasividad a los extraordinarios y estrechos vínculos ideológicos y políticos entre la iglesia y las fuerzas armadas. Algunos sacerdotes han sido incluso llevados a juicio acusados de violaciones a los derechos humanos.
Después de un golpe militar previo en Argentina en 1930, la iglesia se forjó un papel como guía espiritual de las fuerzas armadas. Cuando hubo un nuevo régimen militar en los años setenta, sus operaciones se yuxtapusieron hasta el punto de que algunos obispos recibieron soldados como criados personales en sus palacios, y sólo un puñado de obispos condenó públicamente la represión de la dictadura.
“De todas las iglesias nacionales en América Latina, la argentina es donde los lazos entre el clero y los militares eran los más fuertes”, dijo Kenneth P. Serbin, historiador de la Universidad de San Diego.
Este legado representa un reto para Francisco. La semana pasada, un juez que participó en una investigación sobre la cárcel clandestina en la Escuela de Mecánica de la Armada dijo que la pesquisa no encontró evidencias de que Francisco estuviera implicado en el secuestro de los jesuitas. “Es totalmente falso decir que Jorge Bergoglio entregó a esos sacerdotes”, dijo el juez Germán Castelli, de acuerdo al diario La Nación.
Pero las dudas persisten, sobre la base de las propias versiones de los sacerdotes, incluyendo un informe del Padre Yorio de 1977 a las autoridades jesuitas, obtenido por el New York Times, y un libro del Padre Jalics.
El Padre Yorio escribió que Francisco, que entonces era el jesuita de más alto rango en Argentina, les dijo que él apoyaba su trabajo incluso cuando trataba de socavarlo, escribiendo informes negativos sobre ellos a los obispos locales y reclamando que estaban en la villa miseria sin su permiso.
“No hizo nada para defendernos, y empezamos a cuestionar su honestidad”, escribió el Padre Yorio, que murió en 2000. Finalmente, sin decírselo a los dos sacerdotes, escribió el Padre Yorio, Francisco los expulsó de la orden jesuita.
Tres días después, cientos de militares entraron a la villa miseria y secuestraron a los dos sacerdotes. El Padre Yorio fue interrogado y acusado de ser guerrillero. Los sacerdotes fueron retenidos durante cinco meses, encadenados de pies y manos, y con la vista vendada, lo que les hizo vivir pensando que serían asesinados.
Finalmente, fueron abandonados, drogados, en las afueras de Buenos Aires.
En una declaración subida a una página web jesuita la semana pasada, el Padre Jalics dijo que no haría comentarios “sobre el papel del Padre Bergoglio en estos acontecimientos”. Dijo que años después del secuestro, dijeron misa juntos y él lo abrazó solemnemente. “Estoy reconciliado con los acontecimientos y los veo por mi parte como concluidos”, escribió el Padre Jalics.
Pero en una entrevista, la hermana del Padre Yorio, Graciela Yorio, acusó a Francisco de dejar a los sacerdotes “totalmente desprotegidos” y convertirlos en un blanco fácil de los militares. Dijo que su hermano y el Padre Jalics, al que se refirió usando su nombre en español, estaban de acuerdo sobre el rol de Francisco. “Mi hermano estaba seguro”, dijo, “y Francisco también, Francisco Jalics. No tengo motivos para dudar de las palabras de mi hermano”.
Sin embargo, varias prominentes personas de izquierdas han defendido a Francisco, enfatizando su disposición al diálogo y sus costumbres austeras. “Es cuestionado por no haber hecho todo lo que podía”, dijo Adolfo Pérez Esquivel, pacifista y Premio Nobel de la Paz. “Pero nunca fue un aliado de la dictadura”.
Aunque Francisco ha tenido que responder a dudas sobre su propio pasado durante la Guerra Sucia, también ha hecho frente a otros problemas que todavía aquejan a la iglesia. Él era presidente de la Conferencia Episcopal argentina en 2007 cuando el Reverendo Christian von Wernich, un ex capellán de la policía, fue declarado culpable de complicidad con las torturas y asesinatos de presos políticos.
Incluso después de su condena, el Padre von Wernich ha seguido diciendo misa a los otros reos. Otros sacerdotes han enfrentado cargos similares relacionados con los abusos de la era de la dictadura. Y todavía hay otros sacerdotes que no han sido acusados de ningún delito, pero que enfrentan serias acusaciones por sus vínculos con las fuerzas armadas.
La iglesia ha tratado de responsabilizarse en diferentes ocasiones por sus acciones durante la dictadura. En 2000, pidió disculpas por sus “silencios”, que permitieron las violaciones a los derechos humanos. Y en noviembre pasado, después del mandato del futuro Papa como presidente de la conferencia episcopal, la iglesia emitió otra declaración en respuesta a una afirmación de Jorge Videla, el ex jefe de la junta militar, de que en efecto los obispos argentinos habían colaborado con la dictadura.
La iglesia rechazó la afirmación de Videla, pero dijo que “promovería un estudio más completo” de los años de la Guerra Sucia.
[Contribuyeron al reportaje Fabián Werner, Emily Schmall y Jonathan Gilbert, desde Buenos Aires; Mauricio Rabuffetti, desde Montevideo, Uruguay; y Nicholas Kulish, desde Berlín.]
25 de marzo de 2013
18 de marzo de 2013
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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