[Todavía recuerdo lo sorprendido que estuve cuando una joven mujer a la que estaba entrevistando me dijo que Dios le había hablado, audiblemente].
[T.M. Luhrmann] Estaba haciendo trabajo de campo en una apacible iglesia carismática en Chicago. Era el tipo de iglesia que la gente visitaba buscando una relación más íntima y una conversación con Dios. No era nada raro oír decir a la gente que había oído a Dios.
Esta mujer, sin embargo, me contó que había ido a una entrevista laboral y que más tarde, cuando estaba en casa ordenando, oyó a Dios diciéndole: “Este no es el trabajo que andas buscando”, y que ella miró en rededor para ver de dónde salía la voz.
Me dijo que había oído muchas veces a Dios. La primera vez, siendo ya adulta, cuando conducía hacia su casa, sola, en un barrio desconocido de la ciudad –y Dios le habló audiblemente en el asiento de atrás. Le dijo que él siempre estaría con ella.
Después de eso, empecé a preguntar a la gente de la iglesia más sistemáticamente sobre si había oído hablar a Dios de manera audible. Un tercio de las personas dijo que sí. Contaron sobre incidentes auditivos en los que Dios decía cosas como “Siéntate y escucha”, “Lee a James” o “Te amaré siempre”.
La versión de esta mujer es un buen ejemplo: “El Señor me habló claramente en abril, en mayo o en abril. Para que empezara una escuela”.
“¿Lo oíste audiblemente”, pregunté.
“Sí”.
“¿Estabas sola?
“Sí, estaba rezando. No estaba orando por nada en especial, en realmente, sólo estaba pensando en Dios, y oí una voz diciéndome: “Empieza una escuela”. “Me levanté de inmediato y fue como si Dios estuviera ahí”.
“Está bien. ¿Dónde, Señor?”
¿Cómo debemos interpretar esto? No creo que los antropólogos puedan pronunciarse sobre si Dios existe o no, pero soy adverso a la idea de que Dios sea aquí todo lo que haya que explicar. De partida, muchas de esas voces son tediosas. Una mujer me dijo que Dios le había dicho que se bajara del autobús cuando leía inmersa un libro y estaba a punto de pasarse la parada. Además, las experiencias auditivas extrañas son bastante comunes. En un cuestionario respondido por 375 estudiantes universitarios resultó que el 71 por ciento de los entrevistados informó alucinaciones vocales de algún tipo, de acuerdo a un estudio publicado en 1984 (en una conclusión consistente con mi propia investigación). Un estudio de 2000 encontró que el 38.7 por ciento de la población informó sobre alucinaciones visuales y auditivas y otras, incluyendo experiencias extra-corporales.
La esquizofrenia, o el drástico rompimiento con la realidad que identificamos como una enfermedad mental grave, tampoco es una explicación. La gente que informó sobre estos episodios simplemente no estuvo enferma de ese modo, y la esquizofrenia no es común (la prevalencia en cualquier año es del 1.1 por ciento). Además, los patrones de sus alucinaciones auditivas son bastante diferentes de los patrones que asociamos con la esquizofrenia. Esas voces sin fin –frases, párrafos, a veces multitudes de personas chillando e insultando a gritos a los duros de oír- persiguen a la persona durante todo el día.
Las experiencias auditivas inusuales reportadas por los congregantes no eran así. Eran raras. La mayoría de la gente dijo que había oído a Dios una o dos veces en su vida. Eran breves –apenas unas palabras. Eran agradables. Y no tenían ninguna influencia. La mujer que contó que Dios le aconsejó que empezara una escuela –bueno, no lo había hecho.
Finalmente descubrí que estas experiencias eran asociadas con intensas plegarias. Se sentían espontáneas, pero era más probable que las vivieran personas a las que le gustaba sumergirse en su imaginación. Esas personas eran con las que se reunía más frecuentemente para rezar, y era más probable que los “guerreros de oración”, que rezaban durante largo periodos, lo dejaran saber más frecuentemente.
Los guerreros de oración dijeron que a medida que se sumergían en las oraciones, sus sentidos se hicieron más agudos. Los olores eran más ricos, los colores más vibrantes. Sus mundos sensoriales íntimos se hicieron más vívidos y más detallados, y sus pensamientos e imágenes parecían a veces como si fueran externos a la mente. Más tarde, pude demostrar experimentalmente que la práctica de la oración sí conduce a imágenes interiores más vívidas y a episodios parecidos a alucinaciones.
Aquí hay más motivos de alarma para los liberales laicos. Una persona en el experimento sobre la oración dijo que cuando estaba mirando la televisión, “Dios me dijo, ‘Vota por Bush’. Ahí empecé a tener una discusión con Dios. Lo dije en voz alta: ‘Pero no me gusta. Sabes. Y Dios dijo: ‘No te pedí que te gustara’”. Pensaba que tenía esta conversación dentro de sus oídos. En 1988 votó por Bush.
La lección más interesante es lo que nos dice sobre la mente y la oración. Si oír voces interiores está asociado con una atención focalizada en los sentidos íntimos –oyendo el oído de la mente, ver con el ojo de la mente- sugiere que la oración (que hoy se celebra hoy como el Día Nacional de la Oración) es un instrumento asaz poderoso. A menudo imaginamos la oración como una práctica que afecta el contenido de lo que pensamos –nuestras aspiraciones morales, o nuestro arrepentimiento. Probablemente es más seguro entender la oración como una habilidad que cambia el modo en que usamos nuestra mente.
[T. M. Luhrmann, profesor de antropología en Stanford y autor de ‘When God Talks Back: Understanding the American Evangelical Relationship With God’, es un columnista invitado.]
3 de mayo de 2013
2 de mayo de 2013
©new york times
cc traducción c. lísperguer