[Todavía hay personas y organizaciones que reclaman impunidad para militares por crímenes no asociados a las dictaduras, para delitos como abuso sexual o robos, en la creencia de que sus países no les han pagado bien por librarlos del comunismo -otra ridícula falacia.]
[Claudio Lísperguer] Hace unos días leí una curiosa defensa del papel, y de los actos de violencia generalizada cometidos por la policía secreta y fuerzas armadas argentinas, del mismo modo que acá sus compañeros pinochetistas defienden delitos similarmente espantosos. Se trata del represor José Javier de la Torre, del Segundo Cuerpo del Ejército, procesado en noviembre de 2011, con el ex dictador Jorge Videla y el ex jefe del ejército en Rosario, Ramón Díaz Bessone. El juez le concedió prisión domiciliaria y está acusado de “homicidio agravado [de veintisiete personas], privación ilegal de la libertad, imposición de torturas, supresión de estado civil de un menor, sustracción de un menor y asociación ilícita”. La menor es la nieta 103 recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo.
El juez Marcelo Bailaque le permitió quedar libre en régimen de prisión domiciliaria, pero a no haber cumplido la edad legal para ello (el acusado cumplirá 70 años este 31 de mayo). Ahora el régimen domiciliario es suspendido por haberlo violado.
De la Torre quedó a vivir en su casa, la quinta La Chacra, en el camino rural Los Cardales, en Capilla del Señor, que además cuenta con cabañas de alquiler. En octubre del año pasado cuatro matrimonios amigos alquilaron cabañas en la quinta “sin saber que allí vivía un acusado por delitos de lesa humanidad”. En el patio, uno de los turistas sorprendió a de la Torre manoseando y “tocándole los pechos a la nena” [de nueve años] y mostrándole sus genitales. El padre de la niña, Luis Alberto Acosta, increpó al abusador.
Así se defendió y justificó el ex militar:
“Estás equivocado, flaco, no me podés sacar de acá, yo maté mucha gente para que ustedes ahora gocen de la libertad que tienen”.
La polémica decisión del juez, de permitir la prisión domiciliaria del pervertido, ha sido enérgica y ampliamente rechazada: no cumple todavía setenta años; no hay centros médicos en las cercanías que podrían eventualmente atenderlo en caso de urgencia -que era una razón para la prisión domiciliaria-; y, además, las razones esgrimidas para este régimen penitenciario eran truchas: los informes de los psiquiatras dicen que “sus recuerdos aparecen simulados o distorsionados en forma burda frente a preguntas que lo comprometen”; “su discurso está impregnado de connotaciones que apuntan a colocarse en postura de víctima” y que “manifiesta no saber por qué está detenido en su casa, y luego alega motivaciones políticas y se irrita y se pone agresivo cuando intenta explicar las circunstancias judiciales en las que se encuentra inmerso”. La causa por abuso sexual la lleva el Juzgado de Garantías N1 de Campana, a cargo de Graciela Cione.
A mí, en realidad, la defensa que hace el militar de sus actos delictivos (abuso sexual de una niña y homicidios durante la dictadura) me parece tan incomprensible que llega incluso a plantearme problemas epistemológicos. En esencia, este es el alegato del ex militar:
No me pueden hacer nada. Maté a mucha gente por ustedes, para que ustedes puedan vivir en libertad.
¿Qué querrá decir? He oído muchas veces defender algunos actos del dictador y otros militares (como el tráfico de cocaína, la absolución de Sebastián Piñera por el desfalco de un banco y otros innumerables delitos de este tipo, relacionados algunos con sus familiares, violaciones, robo de propiedades de detenidos desaparecidos, asesinatos por encargo en financieras militares ilegales), diciendo que Chile no le había pagado o no le pagaba lo que merecía por haber salvado al país del comunismo. Por tanto, se justificaba que el dictador Pinochet, y otros, recurrieran a estos delitos simplemente para resarcirse. En este razonamiento, nada es delito ni tiene relación alguna con lo moral. Si yo mato a los dirigentes sindicales para que puedas trabajar tranquilo y ganar lo que quieres –parece decir el pinochetista al empresario que pasa unos días en un balneario-, tendrás que hacer la vista gorda, no solamente con lo que ocurra en las comisarías, cárceles y cuarteles durante el periodo duro, sino también que defender y bancarte nuestras propias inclinaciones personales –que puede incluir violación de niñas de menos de diez años, asesinatos en serie y otros delitos generalmente espeluznantes. El empresario y el fascista saben una cosa: esos crímenes que se van a cometer, no serán cometidos por cualquiera, porque para cometerlos se necesitan violentas y aberrantes patologías mentales. También existe la amenaza de que si estos criminales no son protegidos de este modo, pueden volverse contra sus patrones y, entre otras cosas, terminen confesando todo.
El concepto libertad del fascismo no se parece en nada a ningún otro y se acerca mucho más a una noción embrutecida del concepto de poder. Tener la libertad de, poder hacer libremente una cosa u otra es la capacidad o poder real de poder hacerlo más allá de las normas morales de la sociedad. “Maté mucha gente para que ustedes ahora gocen de la libertad que tienen”, dice el fascista. ¿Pero qué libertad tienen? A raíz de este compromiso, el militar tiene la libertad de ultrajar y violar a las hijitas de unos empresarios que también son, al mismo tiempo, sus seguidores y admiradores. “Es gracias a mí que tienen la libertad de ser ricos”. ¿Qué otra libertad tendrán? ¿También la de entregar a sus hijas para que sus salvadores las violen? Porque vivir en libertad, para el fascista, quiere decir hacer lo que quieres por encima de la voluntad de los otros, e implica estar más allá del bien y del mal, más allá del delito. El concepto de libertad del fascista incluye realidades monstruosas, como por ejemplo la idea de que la violación de una niña (incluyendo hijas) pueda servir como forma de pago por crímenes sociales espantosos (como la matanza de sindicalistas) cometidos por encargo o por fanáticos amatonados víctimas de sus propias enfermizas fantasmagorías ideológicas.
La libertad a la que se refiere el ex militar es cualquier libertad. No es la idea de libertad como derecho que nos es más habitual. En un régimen democrático, decimos muchos, tenemos el derecho a denunciar y llevar a tribunales a individuos que ultrajen a nuestros hijos y cobrarnos justicia allí, de acuerdo a la ley. Y ciertamente no es la libertad, o el derecho, de violar a las hijitas de tu vecino.
A nivel personal, ¿qué otra cosa revela de sí misma una persona que, según expertos psiquiatras que lo examinaron, miente sobre el pasado y distorsiona sus recuerdos cuando le causan problemas, se presenta como víctima y dice no saber por qué está siendo procesado, pese a que se lo acusa de delitos gravísimos, como homicidios, secuestros, robo de bebés y abuso sexual? Si lo descubriésemos, descubriríamos también por qué el juez Bailaque le concede prisión domiciliaria sin tener derecho a ella, por qué de la Torre tiene todavía amigos y por qué todavía nos parece normal que un criminal semejante defienda públicamente sus actos. Este es el retrato de un demente, de uno de esos que debería estar eternamente a disposición del gobierno.
[lísperguer]