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[Estados Unidos] [El nuevo programa que elaboran particulares para la ley de la marihuana en el estado de Washington, termina con casi toda posibilidad de que surja un mercado negro de la planta. La marihuana será legalizada, pero no sabemos cómo.]

[Bill Keller] La primera vez que hablé con Mark Kleiman, experto en políticas de drogas de la UCLA, fue en 2002, y explicó por qué la legalización de la marihuana era una mala idea. Seguro, dijo, el gobierno podría despenalizar la tenencia de marihuana y permitir el uso de pequeñas cantidades de autocultivo. No quiere transformar en paria a la gente por disfrutar de drogas que son menos graves que el alcohol o el tabaco. Pero le preocupaba que un mercado robusto pueda conducir inevitablemente a un consumo mucho mayor. No hay que ser prohibicionista para reconocer que la marihuana, especialmente en adolescentes y en usuarios habituales, puede entrometerse seriamente con tu cerebro.
Así que, once años después, me enteré en que Kleiman estaba encabezando el equipo contratado para asesorar al estado de Washington mientras diseñaba algo nunca visto antes en el mundo moderno: un mercado totalmente legal del cannabis. Washington es uno de los dos primeros estados (el otro es Colorado) en legalizar la producción, venta y consumo de marihuana como una droga recreativa para consumidores mayores de 21 años. El debate sobre la marihuana ha entrado en una nueva fase. Hoy el asunto más importante e interesante ya no es si la marihuana será legalizada –finalmente, poco a poco, lo será- sino cómo.
“En algún momento tendrás que decir que una ley que no es obedecida es una mala ley”, me dijo Kleiman cuando le pregunté cómo había evolucionado en sus ideas. No creía que la marihuana fuera inofensiva, pero sospecha que la mejor manera de minimizar sus daños es un mercado bien regulado.
Ah, ¿y a qué se parece? Algunos lugares, como Holanda, tienen una legalización limitada; muchas jurisdicciones han despenalizado el consumo personal; y en dieciocho estados en este país se ha aprobado el uso médico de la droga. (Otros doce, incluyendo Nueva York, lo están considerando). Pero Washington y Colorado se han propuesto levantar toda una industria desde la nada y, en teoría, evitar los defectos de otros mercados en vicios legales –tabaco, alcohol, apuestas- que se expandieron sin demasiadas precauciones, y han proporcionado, junto con el placer, un montón de penurias.
La sombra más grande que cuelga sobre este proyecto es la ley del Departamento de Justicia de Estados Unidos que todavía convierte en delincuente a cualquiera que comercie en cannabis. Pese a la tendencia tolerante en las encuestas, pese a las evidencias que indican que los estados con programas de marihuana médica, al contrario de lo que esperaban sus partidarios, no han experimentado ningún aumento del consumo de marihuana de parte de adolescentes, pese a nuevas medidas a favor de la legalización de la marihuana en América Latina, nadie espera que el Congreso retire dentro de poco el cannabis de la lista de substancias ilícitas. (“No hasta el segundo mandato de Hillary Clinton”, dice Kleiman). Pero las autoridades federales han dejado siempre bastante espacio para la aplicación de discreción local en cuanto a la implementación de las leyes federales. Por ejemplo, podrían declarar que solo perseguirán judicialmente a los productores de marihuana que produzcan más allá de cierta cantidad, y a los que cruzan las fronteras interestatales. El fiscal general Eric Holder, quizá preocupado por el manejo del escándalo, se ha mostrado lento a la hora de ofrecer directrices que pudieran dar a los estados una zona de adaptación en la que experimentar.
Una dificultad práctica al que hacen frente los pioneros de la legalización es cómo impedir que el mercado sea devorado por los grandes participantes –el pozo equivalente del Big Tobacco, o incluso de la actual industria del tabaco-, un poderoso oligopolio con todos los incentivos para convertirnos en marihuaneros. No hay nada inherentemente malo en el motivo de la ganancia, pero existen evidencias de que los vendedores de drogas, como los de alcohol, obtienen la mayor parte de sus beneficios de los que usan en exceso su producto. “Cuando te encuentras un productor que trabaja por los beneficios o un nuevo distribuidor, sus incentivos son el aumento de las ventas”, dijo Jonathan Caulkins, de Carnegie Mellon, otro miembro del equipo de consultores de Washington. “Y la inmensa mayoría de las ventas las hacen personas que consumen a diario o casi a diario”.
Lo que Kleiman y sus colegas (hablando por sí mismos, no por el estado de Washington, imaginan como probablemente el mejor modelo es algo parecido a la industria del vino –un mercado fragmentado, muchos productores, ninguno dominante. Esto se puede lograr limitando el contingente de vendedores certificados. También contribuiría a que las personas tuvieran menos plantas en casa –algo que la nueva ley de Colorado permite, pero Washington no hace, debido a que las encuestas mostraban que los washingtonianos no lo quieren.
Si lees la propuesta que presentó el equipo de Kleiman al estado de Washington, te sentirás un poco agobiado por las complejidades de convertir una hierba ilícita en un negocio regulado, seguro y respetuoso del consumidor. Entre las cosas por hacer en la lista: laboratorios que certifiquen la potencia y la contaminación. (La marihuana puede contener, entre otras cosas nocivas, pesticidas, moho y salmonela. Idear reglas para el etiquetado, de modo que los compradores sepan qué están adquiriendo. Contratar inspectores, para asegurarse de que los vendedores acatan las reglas. Fijar límites a la publicidad, porque no quieres permitir las promociones. Y todas estas reglas deben aplicarse no solamente para la marihuana que va a ser fumada, sino a todos los pasteles de marihuana, caramelos, infusiones, pastillas, helados, inhaladores de vapor.
Uno de los puntos convincentes de la legalización es que los estados pueden quedarse una parte de lo que, según los cálculos, es una industria de 35 a 45 mil millones de dólares y destinar algunos de estos nuevos ingresos fiscales a buenas causas. Es la misma técnica utilizada para ganar la aprobación de la opinión pública para los juegos de apuestas, y con el mismo riesgo: que algunas valiosas funciones de gobierno empezarán a depender de crear más adictos. ¿Y cómo se reparten los beneficios? ¿Cuánto se destina a contrarrestar las consecuencias sanitarias? ¿Cuánto a la implementación? ¿Cómo se decide si el precio del cannabis es suficientemente alto como para desestimular el uso excesivo, pero no tan alto como para que surja un mercado negro? Todas estas regulaciones casi son suficientes como para quitarle el atractivo a las drogas.
Y luego está el problema de bucear con marihuana. Gran parte de la química de la marihuana en seres humanos sigue siendo incierta, en parte debido a que el gobierno no ha financiado ese tipo de investigaciones. No se ha aparecido nadie todavía con una versión para la marihuana del alcoholímetro para determinar más rápidamente si la persona ha sufrido algún deterioro en su capacidad de controlar su situación. En la ausencia de investigaciones sólidas, algunos partidarios de la legalización insisten en que las personas que conducen bajo los efectos de la droga, son más cautos y por tanto más seguros. En esto y otras cosas, Washington y Colorado probablemente esperarán que la ciencia se ponga al día.
Y la experiencia nos dice que están seguros de que algunas cosas salen mal. Nueva York despenalizó la tenencia de pequeñas cantidades de marihuana en 1977, a condición de que no hubiera “exhibición pública”. Los legisladores querían asegurarse de que festejaras en tu casa, no en los parques ni en las aceras. No imaginaron que esta disposición crearía un pretexto para meter en la cárcel a jóvenes negros y latinos. Cuando la policía en Nueva York te para y chequea, lo que hacen frecuentemente en los barrios más difíciles, se las ingenian para que los detenidos, al vaciarse los bolsillos, deban mostrar lo que llevaban, y claro, exhibición pública, venga. El gobernador Andrew Cuomo está promoviendo refrenar ese abuso de poder.
En la costa opuesta, California demuestra un tipo diferente de consecuencias no intencionadas. La ley de marihuana médica del estado es tan tolerante que en Los Angeles se dice que ahora hay más dispensarios que locales de Starbucks. Incluso los partidarios de la legalización total dicen cosas que se escapan de las manos.
“Es una farsa cuando ves a gente salir de un dispensario, dar vuelta a la esquina y revender sus drogas”, dijo Gavin Newsom, vicegobernador y ex alcalde de San Francisco, que es partidario de la despenalización. “Si no podemos poner en orden nuestra cámara de la marihuana médica, ¿cómo se espera que los votantes aborden la legalización?” Ahora forma parte de una organización elaborando sobre cómo imponer más orden en el mercado de la marihuana médica de California, con la intención de ofrecer en 2016 un proyecto de legalización más amplio. Y me dijo que su estado prestará estrecha atención a Washington y Colorado, con la esperanza de que alguien pueda, como dice Mark Kleiman, “diseñar un sistema que nos lleve de manera ordenada adonde no queremos llegar demasiado intoxicados”.
2 de junio de 2013
20 de mayo de 2013
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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