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[Con la venta de mascotas como regalo de Navidad, aumentan los artículos con recomendaciones sobre cómo criar a las mascotas. Algunas recomendaciones son simplemente aberrantes, como la publicada en La Nación, que hace revivir las perimidas prácticas de Pavlov. Y se olvida que los cachorros provienen de criaderos que muchos quisiéramos que fueran prohibidos.]

[Claudio Lísperguer] Ayer publicaba La Nación un artículo con recomendaciones para los que compraran o recibieran mascotas como regalo de Navidad. Para el pervertido que todavía cree que es legítimo comprar una mascota (que es, recuérdese, un cachorro separado forzosamente de su madre para generar ganancias para sus dueños) y, además, regalarla, recomienda el autor que es responsable que busque a un humano que “realmente lo [vaya] a querer, alimentar y educar según las normas de su especie”. Los tres conceptos son discutibles (querer, alimentar, educar), y es lo que aparentemente justifica el artículo. Pero ¿puede haber algo más irresponsable que comprar una mascota y regalarla? ¿Cómo puede alguien conciliar la prédica que incluye querer a las mascotas con el hecho de comprarla, que implica precisamente el horroroso acto de desamor que es la separación de la madre de su hijo? ¿Qué constelación de asociaciones aberrantes no se crearán en la mente de los humanos?

La médico veterinario Denisse Paul, del Departamento Técnico de Royal Canin, dice que no debemos olvidar que los cachorros son animales, una frase que se ha convertido en un cliché que no sabemos qué querrá decir, como introducción a sus recomendaciones. La primera es preparar un sitio “donde el animal pueda dormir tranquilo y solo, otro para que haga sus necesidades y un tercero para beber y comer a sus horas. Desde el primer día, la mascota debe hacer uso de estos espacios”. Recurro a mi experiencia para comentar estas afirmaciones: Mis perros duermen todos dentro, en el salón. Hay consecuentemente tantas camas como chuchos, pero estas cambian a menudo de ubicación y a ellos les gusta probarlas todas. Es decir, las camas las usan todos. Sólo dos chuchos tienen una cama fija en un lugar fijo en el salón (en un sillón). He observado que en situaciones estresantes, mis chuchos corren a buscar refugio, pero no necesariamente en sus sitios o camas, sino que en otros lugares de la casa que encuentran seguros, como la biblioteca o debajo de una cama humana o detrás de un sillón.
Beben y comen en el patio. No tenemos horarios fijos de comida, aunque almorzamos todos entre una y dos y media de la tarde, y cenamos entre las nueve y las doce de la noche. Nunca he observado que estas variaciones en el horario les causen estrés o inquietud ni que se vuelvan agresivos. Claro que a menudo me recuerdan que es hora de merendar, recurriendo cada uno a su lenguaje particular.

La médico-veterinario sigue con sus recomendaciones: “Una de las primeras reglas de convivencia que se han de imponer al animal es que debe comer siempre después de sus dueños, respetando así la jerarquía del hogar. Tienen que aprender que los humanos son los dueños y que ellos están subordinados, por lo que deben comer cuando el amo les dé y no cuando lo pidan”. Esta idea militarista de la relación entre perros y humanos es rígida e infundada. Mis perros comen casi siempre antes que nosotros y no creo que por ello nos consideren como subordinados o que ignoren cuál es nuestro papel en la familia que formamos. Esta recomendación es inútil, pero tiene un fin, que queda más claro con las siguientes recomendaciones.
“Al adoptar un perrito, por ejemplo, los futuros amos deben decidirse por una determinada marca de alimento, ya que los cambios en la dieta pueden producir al animalito problemas digestivos”, escribe la experta. No damos alimento comercial para perros. Cocinamos todos los días productos frescos y comen dos veces al día, más refrigerios espontáneos no sujetos a horario. Los alimentamos solamente con productos vegetales cocidos (zapallo, calabacín, zanahorias, plantas como ortigas, apio, betarraga, repollo) y crudos (manzanas, zanahorias, peras) y alimentos como algas. Están bajo control veterinario, y son en todo sanos, ágiles y fuertes.
No los alimentamos con alimento comercial (pellet) por las conocidas y a menudo denunciadas consecuencias negativas para la salud de los chuchos y por el hecho de que muchos ingredientes importados desde China o Estados Unidos incluyen carne de perro y otras mascotas, ya que en esos países en los refugios las mascotas no reclamadas o no adoptadas son asesinadas y sus cadáveres vendidos a fabricantes de alimento para mascotas.

Otras recomendaciones de la doctora delatan igualmente una concepción rígida, diría militarista, de la relación humano-animal. “Para tener un animal bien adaptado al hogar”, dice, “se debe premiar cada buena acción realizada, con palabras amables y caricias. Si se lo premia con alimento, éste debe ser parte de su ración diaria, para evitar la obesidad”. Este hábito de recompensar al chucho por su conducta –que no me parece tan reprensible, pero creo que debiese ser espontánea- instala una relación mecánica y desprovista de intencionalidad. Pero humanos y animales podemos mucho más que eso.

Estas recomendaciones no son exclusivas de una tendencia en la medicina veterinaria ni en la etología y se han convertido en todo un conjunto de consejas populares que predican muchos que tiene como objetivo crear un universo finito de respuestas condicionales que facilitan la conversión del chucho en una suerte de juguete animado, de robot, que obedece al instante las órdenes más inverosímiles. Conocí a una persona que se enorgullecía porque su perro, al oír cierto chasquido de sus dedos, se echaba a sus pies. Hay muchos que se congratulan porque sus perros comen todos los días lo mismo y no dan muestras de hastío. Algunos mientras más conductas estereotipadas, condicionales, enseñan a sus perros, mejor se sienten. Lo que buscan muchos no es construir una relación espontánea y basada en el respeto con los animales, sino instalar un universo de conductas condicionales, reflejas, militarizadas, incluso psicopáticas, donde los humanos asumen el papel de sargentos.
Este conjunto de recomendaciones se deriva de las teorías sobre los reflejos condicionales de Pavlov y no se aplican exclusivamente a los animales. No hay nada en los animales que autorice o justifique recomendar o preferir la creación de una relación humano-animal rígida basada en la comodidad y en principios de autoridad humanos (“Tienen que aprender que los humanos son los dueños y que ellos están subordinados, por lo que deben comer cuando el amo les dé y no cuando lo pidan”, dice la experta en La Nación. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿No es evidente, incluso para los chuchos?) por encima de una relación particular, sana, espontánea, producto de la historia de la relación misma, de las personalidades de chucho y tutor humano, sin otro fin que la relación misma –un poco como se entiende que nos relacionamos los humanos entre nosotros, aunque también esto parece imaginario.
Esta ideología del reflejo condicional la han aplicado dictaduras a sus prisioneros y a los que perciben como enemigos en campos de concentración en muchos países del mundo, y no conozco a nadie, ni siquiera a ideólogos fascistas, que afirme que ese tratamiento de los prisioneros se corresponda de algún modo con su naturaleza. Simplemente, es la imposición de la voluntad muchas veces criminal de los que en una relación, sea con animales o con otros humanos, se conciben como vencedores y temen que tratar a sus subalternos de otro modo ponga en peligro su control y su autoridad. En otras palabras, los perros no nacen ni menos ni más predispuestos a las conductas estereotipadas que los humanos y otros animales, y someterlos a una relación rígida de este tipo no tiene ninguna justificación en la etología (“Hay que educarlos como animales”, dice la experta. Hay que educarlos “según las normas de la especie”.) Tampoco nacen las vacas como ganado.
Si estás pensando en regalar una mascota, quizá te parezca mejor no comprarla a un criador comercial (para no estimular ni la producción de mascotas ni su mercantilización) sino adoptar una en algún refugio animal o en organizaciones animalistas, que para estas fechas también organizan jornadas de adopción. Así le darás una familia a una mascota que fue abandonada o que se extravió y que solo anhela un lugar en el único mundo que conoce. Si recibes una mascota de regalo, trátala como te gustaría que trataran a ti, como un amigo, con cariño, dedicación, comprensión y respeto. La adaptación posterior a la adopción es un proceso mutuo y las conductas asociadas deben ser libres, espontáneas, antes que producto de artificiales e inútiles procesos de acondicionamiento. Si lo que quieres es un perro robot, mejor te compras un juguete a pilas, como esas muñecas que lloran y se ensucian y duermen.
lísperguer

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