[El Mercurio prosigue su irracional campaña contra los perros callejeros, basándose en una macabra distorsión de la realidad para justificar veladamente el asesinato masivo de los animales en situación de calle.]
[Claudio Lísperguer] Ayer publicaba El Mercurio de Valparaíso un venenoso editorial dirigido contra los amantes de los animales, a los que termina responsabilizando de los raros ataques de perros en situación de calle contra humanos. En la descripción del editorialista, en las calles chilenas “pululan cientos de canes, los cuales muchas veces atacan a transeúntes. Se presiona a la autoridad para que no actúe, pero no se contribuye a la solución, cual sería que los protectores se comprometan a recoger a estos animales y a proporcionar recursos para ampliar los caniles”. También molesta al editorialista que los perros “dejan sus fecas en lugares públicos y privados”.
Para El Mercurio, el problema son los perros en la calle. El origen del problema son los “perros vagos, muchas veces fruto de la irresponsabilidad de algunas personas que simplemente dejan en las calles animales recién nacidos o enfermos. La gran mayoría, en tanto, es fruto del cruce de los mismos animales callejeros. Así hemos llegado a una proliferación que, pareciera, aumenta día a día”.
Las medidas paliativas, sigue el editorialista, no han sido suficientes: el canil de Laguna Verde, con setecientos animales, está al borde el colapso. Las esterilizaciones no son ninguna solución, “pues el animal esterilizado sigue siendo un peligro”. Concluye: “Todo lo anterior resulta insuficiente y los recursos son escasos.”
Continúa criticando a las personas que protegen a estos animales, “incluso alimentándolos en las calles, lo cual provoca un problema sanitario asociado a restos de orgánicos en las vías públicas”. Reprocha que los ciudadanos que presionan a la autoridad “para que no actúe erradicando a los perros”, y se oponen a la solución, que, repite el escribidor, es que los amantes de los animales recojan a estos animales “en sus viviendas” y proporcionen “recursos para ampliar los caniles”.
Casi nos hemos habituado a la aberrante e inhumana posición que adopta El Mercurio cuando se trata de los perros vagos. No hay prácticamente nada que justifique sus propuestas necias y su descripción de la realidad de las calles y los perros en situación de calle es tendenciosa, sino en gran parte falsa. El autor demuestra en su odioso escrito igual mala fe que ignorancia. Y la solución que ofrece en su subtexto es la “erradicación” –léase asesinato o eliminación- de los perros, sin atreverse a defender abiertamente esta incitación a la crueldad y sin pararse a considerar ni a informar que la posición que no se atreve a defender es, además, un delito grave.
Este editorial fue inspirado, según su autor, por un reciente ataque de un grupo de perros de la calle contra un hombre en Valparaíso, que fue rescatado por otros transeúntes. Estos incidentes son siempre tristes, y en algunas contadísimas ocasiones terminan en tragedia –tanto para los humanos que resultan con heridas graves, o mueren, como para los perros, los que, después del ataque, son habitualmente asesinados en venganza. Pero también sabemos, y debería saberlo el editorialista de El Mercurio, porque son conclusiones de la propia autoridad de Salud, que la inmensísima mayoría de los ataques, incluyendo los ataques con resultado de muerte, los provocan perros con dueño, no los perros vagos a los que El Mercurio quisiera ver erradicados. Cualquier estrategia para evitar estos ataques debe tomar en cuenta obviamente las diferentes circunstancias de los perros, aunque es evidente que los perros vagos fueron perros con dueño alguna vez.
Los ataques de perros con dueño contra humanos se producen fundamentalmente por la costumbre de utilizar a perros no adiestrados o malamente adiestrados para custodiar casas, locales comerciales, fábricas y parcelas. Estos perros no adiestrados, que atacan cuando ven invadido su territorio (que puede ser incluso una persona que pasa por la parte exterior de la verja), independientemente de su raza, pueden causar lesiones a los transeúntes. Hay dueños de inclinaciones criminales que adiestran a sus perros para hacerlos más bravos, recurriendo a prácticas como privarles de comida, golpearlos, golpear los barrotes de sus jaulas, mantenerlos enjaulados o encadenados durante periodos prologados, todo con el fin de mantenerlos en un estado permanente de estrés. Es evidente que lo que se busca es que el perro provoque daños idealmente letales en los humanos atacados. Son este tipo de prácticas las que debiera denunciar El Mercurio, en lugar de concentrarse exclusivamente en los habitualmente pacíficos perros de la calle.
Para poner fin a estos ataques provocados por perros con dueño sólo bastaría con obligar a los dueños a dejar al adiestramiento de sus perros con funciones de vigilancia y los perros de patio en manos de profesionales, de modo tal que la defensa de la propiedad, bien o mal entendida, no termine con lesiones graves o la muerte de los intrusos o desprevenidos. Y este adiestramiento debería ser estrictamente fiscalizado.
No sabemos mucho sobre el cambio de conducta en un perro que se ha perdido o ha sido abandonado, pero deberíamos creer que si un perro ha sido adiestrado para no entender todo acercamiento como agresión, cuando se encuentre en situación de calle tampoco lo hará.
Para qué decir que el autor de la nota tampoco dice nada sobre la extendida costumbre de muchos chilenos de golpear al paso a los perros callejeros que se acercan y que se encuentra en el origen de muchos ataques de perros contra humanos –que son actitudes de defensa ante agresiones injustificadas. Normalmente los humanos no reconocen que ellos mismos han provocado esos ataques, pero cualquiera que observe atentamente la conducta de los humanos en esta parte del planeta sabe que los perros son víctimas de violencia permanentemente y que muy pocas veces reaccionan violentamente, pues en su inocencia vuelven a acercarse al humano que las agrede sin entender que este los volverá a agredir.
El editorialista cree también que los perros en la calle son producto “de la irresponsabilidad de algunas personas” que los abandonan en la calle. Pero la verdad, según muestran estudios en otros países y observaciones preliminares en Chile, es que la mayoría de los perros en situación de calle son perros perdidos, no abandonados. Habría menos perros sufriendo en las calles, y menos familias humanas acongojadas en sus casas, si las autoridades ayudaran a perros y humanos a rencontrarse coordinando, también online, puntos de reconocimiento y rencuentro familiar. Estos programas de búsqueda y rencuentro han tenido un enorme éxito en las comunidades donde se han adoptado, con una tasa de recuperación muy alta –como en Las Condes y Ñuñoa, dos comunas santiaguinas que cuentan con estos programas y donde prácticamente no hay perros en la calle.
Si se adoptaran programas similares, en las calles de Valparaíso y otras ciudades la población de perros callejeros se reduciría prácticamente a la mitad. Los perros abandonados deberían ser recogidos por municipios o asociaciones proteccionistas para ser curados y rehabilitados y preparados para su adopción por nuevas familias humanas –no el asesinato que propone El Mercurio.
La esterilización no es una solución “porque el animal esterilizado sigue siendo un peligro”, escribe el editorialista. ¿Qué manera de hablar es esta tan bruta y primitiva? El autor trata a los perros como si fueran todos iguales. Para El Mercurio, todos son o pueden ser agresivos, esterilizados o no. El escritor ignora que, según los estudios de etología de al menos desde fines del siglo diecinueve, los mamíferos todos tenemos personalidades e historias personales únicas que, igual que como ocurre en el mundo humano, los animales pueden ser pacíficos o agresivos y que lo que finalmente hagan lo hacen por motivos igual de atendibles que si fuesen humanos. Todos los mamíferos tenemos cultura –vale decir, un acopio de prácticas convenidas que se aprenden- y formamos sociedades –es decir, formamos estructuras jerárquicas, con personas comunes y autoridades- y por la misma razón podemos cambiar nuestras ideas y conductas y adoptar otras.
Pero para proponer medidas brutales, como las de El Mercurio, es muy conveniente hacer cuenta rasa de la historia personal de los animales. Para poder matarlos a todos, es mejor que sean todos iguales; para demostrar la imposibilidad de que cambien sus hábitos, es mejor mostrarlos como si fuesen robots biológicos, y justificar así su eliminación. El nivel de conocimientos de humanos como el editorialista de El Mercurio es escandalosamente insuficiente. Y es terrible que tantas personas todavía vivan en ese macabro mundo imaginario en el que uno puede adiestrar a los perros de tal modo que inicien una conducta cuando uno recurre a una orden estereotipada, para reafirmarnos en nuestro propósito de convertirlos en muñecos inconscientes, sin voluntad propia, y pretender después que eso demuestra que no tienen nada único –sin mencionar que si sometieran a otros humanos al mismo tratamiento, que estos humanos reaccionarían de modo similar, tal como lo demuestran las espantosas experiencias en los campos de concentración nazis y otros regímenes dictatoriales.
No solamente molesta al editorialista que haya perros en la calle, sino además que haya gente que los alimente. Muchas ordenanzas municipales prohíben brutamente que se alimente a los perros de calle, sin ofrecer nada a cambio –vale decir, no se prohíbe que la gente los alimente para evitar que se les de alimentos malos, en mal estado o no aptos para el consumo animal, como alimentos fritos o chocolate, ni se prohíbe porque la municipalidad se encarga de su alimentación- sino simplemente para que se mueran de hambre. No puede un humano con dos dedos de frente, y algo de humanidad, proponer semejante prohibición. Si privar de alimento a un animal doméstico es un delito, impedir que la gente les alimente debería ser un delito todavía peor. No ha considerado el editorialista que un perro con hambre sí puede convertirse en un peligro. Pero, además, esta idea de prohibir alimentar a los perros de la calle –la ordenanza de Quilpué, quizá una de las más humanas del país, sólo prohíbe alimentar a los perros vagos en lugares donde causen inconvenientes- es un ataque directo contra los católicos y otros credos religiosos y filosofías, que ven a los animales como hijos de Dios o merecedores de un trato digno, y para quienes la piedad es un imperativo religioso o filosófico que no es posible eludir.
Las dos soluciones que ofrece el escritor son igualmente burras: la primera, la eliminación de los perros de la calle, es igual de insensata que inmoral, además de inútil. Para el escribidor pareciera que todos los animales en espacios públicos –excepto los muertos y expuestos en trozos en carnicerías y supermercados, o los animales de carga o de tiro- son un peligro. Si la esterilización no es una solución, y tampoco hay recursos para recogerlos y mantenerlos, sugiere el editorialista, ¿queda otra solución que la muerte? Es a esta conclusión a la que quiere el escribidor que lleguen los lectores. Pero matar a perros y otros animales domésticos sin motivo justificado –y según nuestras leyes y reglamentos la única causal de muerte de un perro sería que si después de diez días de observación persiste mostrando síntomas de rabia, todo esto según lo determine con estas precauciones el seremi de Salud- es un delito grave de maltrato animal y puede ser castigado hasta con tres años de cárcel. Ninguna autoridad municipal puede tomar una decisión criminal, le guste o no a la población humana o a sus periodistas. Tampoco pueden las autoridades ordenar el sacrificio de animales por razones de control demográfico o de ornato.
Aparte, el asesinato masivo de los perros de la calle, ilegal e impracticable, no es tampoco ninguna solución, y si, como escribe el editorialista, la gente persistiera en abandonar a sus perros (o si los perros persisten en perderse), cometida la masacre, al poco tiempo volverían las calles a estar llenas de animales. Un enfoque más estructural prohibiría la crianza comercial de mascotas, que es de donde vienen los perros, porque acostumbra a la gente a vivir en una cultura donde los animales son objetos desechables, meras mercancías, sin desdeñar campañas de tenencia responsable bien entendidas, en las que se identifiquen y detecten oportunamente las causas del abandono, antes que la demonización de las personas que cometen este delito llevadas muchas veces por la ignorancia o la desesperación.
En cuanto a los recursos, su escasez es siempre una opción. Si gastásemos menos en militares o en las inútiles armas, habría suficientes recursos para todo. Si los políticos y otros funcionarios que nos gobiernan no se fijasen sueldos tan altos, tendríamos dinero para solucionar muchos otros problemas. Si el dinero no se gastase en iniciativas inútiles… Los recursos nunca han sido un problema, porque si son escasos es porque se ha querido que lo sean, no por otra cosa. Convertir un recurso en escaso es una opción, una decisión política.
La segunda necedad el editorialista es que los que amamos a los animales recojamos a los perros amenazados de muerte y que, además, paguemos otras estrategias –como caniles- para mantenerlos fuera de los espacios púbicos y para que el editorialista de El Mercurio no pise alguna feca de esos animales que tanto odia. ¿De dónde viene esta idea, de que los animalistas deberíamos encargarnos de los perros cuyo derecho a la vida defendemos por razones tanto religiosas como filosóficas? ¿Implicaría este tipo de reflexión que los que pensamos de este modo –por ejemplo, los católicos- debiésemos pagar un impuesto especial por considerar la piedad como un imperativo moral, mientras que, digamos, los demoníacos, partidarios del dolor y el exterminio, estarían exentos de pagar este impuesto? ¿Implicaría que los que comen carne deberían pagar los seguros médicos de todo el mundo, por el hecho de que la mayoría de las enfermedades se originan en su consumo? ¿Deberían los que aman el circo con animales hacerse cargo de ellos cuando sean abandonados por sus dueños? El Mercurio nos ha acostumbrado a este modo de pensar fascista, que prefiere la amenaza y la extorsión, antes que la investigación científica y la sana reflexión. Nada en los argumentos de El Mercurio justifica esta propuesta: ¿por qué deberían los animalistas recoger a los perros de la calle? Es algo que hacemos constantemente. Los alimentamos, los curamos, los recogemos, los damos en adopción o se convierten en miembros de nuestras familias. ¿Qué más quiere el editorialista? Pero está claro que no lo dice en serio, o lo dice con tanta seriedad como lo diría un nazi, porque es una amenaza: o los recogen en sus casas o los matamos. Este editorial es el exabrupto de un neonazi: bruto, estúpido, odioso, inútil, parte del problema más que de la solución, las palabras de un nazi beodo después de un asado.
lísperguer
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Hola a todos,
Pienso que El Mercurio no es un diario objetivo, en periodismo se enseña la objetividad antes que la opinión personal como lo refleja el periodista en cuestión. Lamentablemente, muchas personas carecen de sentido común como para llegar a comprender el ataque de los perros y éstos son discriminados por los humanos ignorantes de empatía por el dolor ajeno. Yo no amo a los animales porque sí, los amo porque amo a mi projimo y si alguien me necesita ahí estaré porque HUMANOS Y OTRAS ESPECIES SON IGUALES… ambos tenemos sistema nervioso central, por ende ambos sentimos dolor y alegría. Si golpeas a un perro es como si estuvieras golpeando a un niño o a una embarazada NO HAY DIFERENCIA. Si existe Dios, debe estar esperando que el humano comprenda que no todo gira entorno a él como ser viviente.
Gaby